viernes, 26 de abril de 2019

El permiso de los dioses (cuento)




Dejé de pedir cosas y favores a los dioses y me centré en solicitar sólo permisos. Permisos para adentrarme en territorios; también para hablar o para dar un paso. Me fue mucho mejor. Pedir permiso conlleva una preparación y los dioses lo son por algo, no porque sí. Cargados de sabiduría, de buen hacer y de justo criterio, no encuentro ninguna razón para desconfiar de ellos; el problema radica en no confundirlos con los habituales impostores que se presentan como tales. Los impostores son más dados a los favores que a los permisos y eso me facilita distinguirlos. Hay dioses empeñados en hacerse una leyenda, en dar valor a cualquier reliquia suya y otros, decididos a vivir en el ostracismo, ocultos entre la realidad más cotidiana de modo que pasan casi desapercibidos entre nosotros. A esos quería dirigirme.

Me metí en un bar cualquiera ya casi de noche. Había llegado el buen tiempo y un grupo de hombres estaba fuera tomándose ahí las cervezas. Supongo que por fumar juntos en ese espacio tan peculiar que es estar a la puerta de algo, con la puerta entreabierta, extendiendo el espacio del bar a la calle. Discutían entendidos, que jugador era mejor o cosas por el estilo; entró un alcohólico en el bar con familiaridad y sin demasiada esperanza;  ya le conocían y no le quisieron fiar. “Esto no es una casa de caridad, es un negocio. Vete a las monjas y que te den agua”- le increpó el camarero con la confianza amarga que a veces se da a los conocidos quitándoselo de encima-. Y el alcohólico salía del bar haciéndose hueco entre el grupo de hombres de fuera, repitiendo y recitando deshilachadas las palabras que le habían dicho a modo de poema dadaísta: “monjas,  agua, caridad….menudo  negocio malo” mientras se perdía en la oscuridad de la calle caminando sólo con su retahíla rota.

Al cabo de un rato salí yo del bar y también tuve que hacerme hueco entre el humo y las discusiones del grupo de fuera. Continuaban su discusión, comparaban jugadores y clubs, se enfrentaban con pasión pero sin pasarse, con algo de alcohol pero sin ser ni mucho menos alcohólicos.  
Agradecí el aire de la calle y continúe mi camino sin rumbo concreto. También yo iba sólo, como ese borracho al que le salían sin control  los poemas al azar de una mente esclava y libre a partes iguales. A ese presunto dios del azar quise dirigir mis pasos vislumbrándole como destino de mi noche sin rumbo y abandonada a la suerte de lo que surgiera. 

Por saber, por conocerle, por curiosidad también quise verlo más de cerca y ahí le vi perderse en el azar de las palabras a voleo sin el control de la sensatez y la lógica y deduje que entre muchos otros sitios ahí habitaba ese dios ¿Quién no desea la suerte? 

Había decidido no pedir nada de modo que tampoco pedí suerte. “No todo es azar, me otorgan un poder limitado” me aclaró ese dios “soy una componente de la vida, no la vida entera”. Somos bastantes en el Olimpo y también tenemos aquí nuestros tiras y aflojas. Pero no soy arbitrario ya que entonces no sería dios. El tiempo es tan grande, que no lo veis. La suerte está echada y a la vez se vuelve a echar y aunque Einstein dijo que Dios no juega a los dados, el dios del azar si, más que nada por darle gracia al asunto, oportunidades nuevas a la gente, remover las cosas. Le pedí permiso para burlarle de cuando en cuando y me lo dio. Es parte del juego, burlarme, me dijo. Me familiaricé con este dios y aprendí a ganar y a perder. A dejarle hacer y a vivir.

Continué la calle oscura camino a casa. La escena se repetía, más grupos fuera en los bares, discutiendo jugadas  o jugadores. Se sentían seguros de sus opiniones y de ser hombres. Caminé la calle muy vacía solo interrumpida por el borracho poeta. Y me dio por subir arriba del parque, a un alto, desde el que se ve Madrid. Allí, entre árboles y luna clara, pedí de nuevo permiso a los dioses. Pedí permiso para no sentir culpa por el hecho de vivir. De no sentir culpa por sentir, por escuchar mis propios sentimientos. De no sentir la sombra de la culpa proyectada por los falsos dioses que te hacen sentir culpable a todas horas para mantener su poder.  Me lo puso fácil, “no le hagas sentir a nadie culpable de nada, sino al revés, hazle sentir bien. ¿Qué sabes tú del camino del borracho, del camino que ha tenido que recorrer otro? Recorre el tuyo, lo mejor posible.“

A otro dios, le pedí permiso para no sentir miedo infundado. También me lo dio. Vi la luna, las estrellas, el polvo del que habían surgido. Las mismas que brillaban para todos. No deseaba que nada ni nadie las eclipsara. Luego vino un dios, que sin yo pedirle nada, me dijo que tenía permiso para ser yo mismo, para escuchar mis sentimientos, escuchar el mundo y escuchar el de los demás.

Aquel permiso era como pasar un umbral, una puerta simbólica. Era permiso para saber de qué modo podía pasar por ahí.  Me descalcé. Atravesé  una pequeña fuente, y pasé por medio, de aquella extraña construcción. Solo hice eso. Entonces en ese espacio que quedaba detrás del umbral, pensé en lo que quería, no lo que quería que se me concediese, sino aquello en lo que yo quería estar y pertenecer.

En la noche estrellada, todo era igual y distinto. Pasé el umbral y vi el cielo y las estrellas, algo realmente grande, incomparable, luminoso. Las vi recortarse frente al marco de piedra traída de un modo extraño desde el Nilo. Nunca supe bien que pintaba ahí. Al fondo la torre de Madrid, el Madrid que siempre mira a otro lugar, condenado a no ser del todo.

Con el agua a los lados, supe algo más de ese mar, y de ese camino, -el tuyo propio- y el umbral, algo que no puede pasarse sin el permiso de los dioses verdaderos, que habitan tanto dentro de uno como fuera. Viví en mi memoria aquellas palabras de “caminante no hay camino, sino estelas en la mar”. Ahí las vi reflejadas en el agua. Y un camino en medio, que solo cuando se ha recorrido, toma su forma. Me  quedé tranquilo….y me vi como parte del universo, cada célula mía llena de sentido, de inteligencia. Me quedé dormido, esperando el día... volví a casa igual y diferente. Creo que había perdido el miedo a las puertas de mi propio ser.

miércoles, 10 de abril de 2019

Liberando la creatividad


El viajero, descubre que más que pensar en sus cosas “a solas y con su sombra” conviene salir de ese estado y no olvidarse de vivir. Se trata de vivir, aunque sea incoherentemente. « Si el sueño es una traducción de la vigilia, la vida de vigilia es también una traducción del sueño.» le aparece en un texto del genial pintor René Magritte. Los sueños no tienen gravedad y admiten cualquier combinatoria. Eso le permite descansar, tranquilizarse, llegar hasta algún sitio imposible... ¿acaso no estamos rodeados de confusión y de contradicción? El quisiera relajarse experimentando también la ciudad del humor, la ciudad imperfecta y desdramatizada.  Una ciudad adonde llegar y en la que olvidarse de sí mismo. Una ciudad llena de magia y de niñez. Ha descubierto que el viaje y la vida no tienen sentido y que somos nosotros los que se lo otorgamos.

Sin peso y sin carga vuelve a su casa. Ha viajado brevemente aunque sin prisa por ciudades conceptuales que podríamos llamar educación, conocimiento, emoción, culpa, miedo, verdad, contradicción, amor, creatividad, vida…Lugares habituales por donde pasan miles y miles de viajeros similares.

Su interés no está en el origen y destino del trayecto sino lo que ha podido ocurrir en medio de él.  Así que ha evitado fin de viaje, como lugar decisivo sabiendo que lo interesante es cada paso del camino. Lo que ocurre en cada trayecto. Cada lugar en el que vivimos. Cada recuerdo que construimos y que conseguimos compartir.   


Imagen: Obra de René Magritte

sábado, 23 de marzo de 2019

lucha por tus sueños

El viajero, sabe que ha de luchar por sus sueños evitando convertirse en esclavo. “Lucha por tus sueños si no quieres que otro te imponga los suyos” le aparece de golpe en una historia de Instagram de una persona a la que conoció hace tiempo con la que ya no tiene contacto personal. Esa amenaza de que puedan imponerle otra cosa ajena a su vida le llama la atención. Como si hubiese sitio sólo para un número limitado de sueños que una vez alcanzados se imponen a otros que no han luchado lo suficiente. Él se había movido por las tesis de Thoreau “ Ve definitivamente en dirección hacia tus sueños. Vive la vida que imaginaste tener” como algo relativamente sencillo, como si todo el mundo tuviera derecho a vivir en paz su sueños. Sin embargo, el mundo a veces se pone difícil y se necesita valor y tenacidad para conseguir ser libre. Entonces piensa que el precio de la libertad a veces es un salto. También abandonar una seguridad esclava. Tener resiliencia para levantarse una y otra vez. Creer en sus capacidades aun sabiendo que son limitadas. Luchar por no adoptar el discurso de otros. Hacer  un esfuerzo por no seguir los caminos de la moda. No seguir detrás de ningún camino. Luchar por sus intuiciones, luchar.


Nota:imagen propiedad de Dinamic couple.derechos reservados. 

sábado, 16 de marzo de 2019

¿Ahora qué?


  El viajero siente pasión por la lectura. A través de ella encuentra una familia diversa de expresión, de comunicación humana y análisis del mundo entre seres que no se conocen pero que comparten intereses. Se trata de un mundo en sí mismo, conectado por pasadizos secretos con el mundo real en el que vivimos a diario. “Los libros solo tienen valor cuando conducen a la vida y la sirven y le son útiles" dejó escrito Hesse. El ama la literatura como pasión, como ejercicio de búsqueda a través de la palabra. Ha leído mucho. Ha pensado bastante. Esa determinación coincide con el momento que las librerías de su ciudad empiezan a cerrar. La ciudad va perdiéndolas poco a poco, como cuando desaparece un tipo de vida sin que se sepa cuál es exactamente el momento en que ocurrió. ¿Ahora qué? se pregunta. El viajero percibe que las cosas que han acompañado algunos de sus pasos van muriendo. Ya antes se perdieron las tertulias antiguas, luego los cafés, luego los  grandes cines… el mundo se fue acelerando y cambiando unas aficiones por otras. Cuando la gente quiere revivir algo ya no está y parece que hubiera sido una ilusión. Lo único que intentamos es salvar nuestra memoria, no el café concreto, ni el lugar recordado. Tan solo nuestra memoria, acaso nosotros mismos… Todo va cambiando y todo ha cambiado. Recuerda entonces la vuelta a la ciudad de pequeño después del verano, la ansiedad por percibir los cambios que se hubieran producido en ella, reconocibles en unas enormes vallas publicitarias cerca de su casa que invariablemente para esas fechas habían cambiado sus anuncios, configurando para su mirada de niño una nueva visión de la ciudad, un curso diferente y nuevo. 


sábado, 2 de marzo de 2019

Arraigo

El viajero, mientras camina, piensa y pospone una determinada idea de arraigo que en demasiadas ocasiones entra en conflicto con su idea de aventurero, del mismo modo que lo que hay en nosotros de clasicismo,  entra en conflicto con lo que pueda haber de tendencia romántica, aún sabiendo que todos podemos tener un porcentaje de cada cosa. También podría ser al revés, que mientras uno vive su vida con arraigo, sin sospecha alguna de inadaptación, en ocasiones se sueñe con viajar, salir, perderse, incluso huir… Al contrario que al viajero, a la persona arraigada, le interesan la firmeza de sus cimientos, la solidez de los inicios, y la seguridad de cada paso en su vida. La persona arraigada necesita prevenir, ocuparse de lo que aún no es urgente. La  propia estrategia de echar raíces es ya una aventura que genera una simbiosis con los lugares que habita. El sentimiento se encarga sin que nadie se lo pida de establecer raíces profundas con un determinado lugar del que conoce cada rincón posible. Los recuerdos también son parte del arraigo. Se trata de una conexión especial con el mundo a través de una realidad concreta. Una madre, una tierra.
A su mente le llega como pensamiento un viaje complejo, el que hizo Carmen Laforet de joven, saliendo de su isla y llegando a Barcelona. Carmen, había quedado huérfana de madre al comenzar su adolescencia, y algo más tarde inicia una serie de viajes que nunca acaban. ¿no podría ser ese viaje incesante, la búsqueda de la madre que se fue? ¿no podría representar también la necesidad del amor materno que se truncó demasiado pronto?

sábado, 16 de febrero de 2019

En lo desconocido



El viajero siente un movimiento que le empuja hacia lo desconocido. Caminos y lugares en los que hay que dejarse aconsejar por la intuición para decidir si transitar por ellos. Ese tramo desconocido puede ser una región de sí mismo, o el lugar donde quiere desarrollar su vida. También lo latente de su mundo cuando experimenta la necesidad de expresarlo y comunicarlo a tiempo. Siente que no tiene más remedio porque la fuerza que le devuelve a lo ya vivido es demasiado grande. Ese refugio seguro de la madre o de la infancia. Piensa que esa vuelta debe hacerse solo para morir. El es aventurero y cada paso le aleja de su origen haciendo más larga la vuelta. Puede que de tanto caminar no tenga que desandar nada, como quien consigue dar una vuelta al mundo. En ese camino de lo conocido a lo desconocido encuentra su modo de vivir. “Vivir es decidir libremente en cada momento y esto no es posible en una obra conocida de antemano” ve escrito en letras impresas en una pared en una exposición del escultor Chillida, que le confirman que ese vacío, ese aprendizaje contínuo, esa inseguridad en el viaje son el paisaje común de esos dos caminos paralelos que son el arte y estar vivo.


Imagen: obra de la pintora Carmen Herrera




domingo, 10 de febrero de 2019

¿que música tiene el sentimiento?


 Al viajero le han enseñado a usar la cabeza más que el corazón. Sin embargo, en la maraña de dedicaciones que tiene o que sueña, desea descubrir que ama, cuál es su máxima pasión. En una entrevista buscada lee: “ Al llegar a Londres con la intención de estudiar fotografía, me doy cuenta de que el amor que siento por la pintura es más fuerte que por la cámara, así que decido apostarlo todo por lo primero y dejar lo segundo a modo hobby”. El viajero se plantea que orden de pasión hay en aquello que hace. Sabe que quiere ir más allá del tópico, y  que aparte de sus gustos, debe de plantearse con sinceridad que es aquello que más ama. Comprende que es parte de su viaje. Aventurarse hasta su propio corazón. Y una vez llegados allí, escuchar que es lo que siente. ¿He dicho escuchar? ¿Se trata de un sonido especial  lo que uno siente?  ¿Qué música tiene ese sentimiento? El viajero tiene que detener su viaje porque escuchar que se siente es como sentarse al borde del mar y estar atento a los sonidos que emite. También podría ser escuchar el vientre de su amada mientras su hijo crece dentro. Comprende que “the sounds of silence” no es otra cosa que el silencio propio necesario para poder escuchar tu ser. El viajero constata que su educación ha consistido en adquirir conocimientos, como quien adquiere más y más de algo, como quien acumula cosas pensando que por más se llegará a algún lugar mejor. Sin embargo, el viajero echa de menos dejar a un lado conocimientos y haberse educado más en centrarse únicamente en lo que ama. En solo aquello que es capaz de llenar su corazón.

Ciudad de pensamientos


  El viajero camina por su propio tiempo, inmerso en la corriente de relaciones virtuales que sin duda le conectan con parte de su mundo. Nuevos modos de comunicación global como Instagram, Facebook, Whatsapp, Internet etc. De cuando en cuando recibe una señal del presente o del pasado que le indican que su universo no es único, que hay vida similar en otras personas.
“La pintura es autodescubrimiento. Todo buen artista pinta lo que él es” lee en el epígrafe de una imagen de una persona que admira y que a su vez ha compartido tal formulación de un artista ya fallecido. Como mundos paralelos que son, piensa si ocurrirá lo mismo con los escritores, si a base de palabras y pensamientos se da ese autodescubrimiento. Al fin y al cabo las estanterías están llenas de expresiones de gente que desnuda su alma de ropajes y que muestran su verdadero sentir. De verdad humana, sería la paleta de materiales que más le interesa. Una vez ahí, las frases o los pensamientos que se lanzan al universo, quedan flotando hasta que otro las recoge y las continúa, en trayectorias que se entrelazan formando cruces de caminos, intersecciones, puentes. Ciudades de expresión, ciudades de pensamientos  de una familia que puede que nunca llegue a conocer físicamente, pero a la que siente que pertenece.

nota: dibujo a lapiz del autor

Miedo infundado


 El viajero desea caminar descalzo por los territorios  del miedo para desenmascararlo, mirarlo a la cara y ver como a la luz de sus ojos desaparece. Sospecha que el miedo y la culpa tienen pasadizos secretos, pactos inconfesables, debilidades comunes como huir de la luz o de lo cierto. Lee en un periódico digital, la historia real del último habitante de las Islas Cíes,una especie de Robinson solitario, que relataba que alguna noche extraña en la isla le perseguían unas esferas de energía rodando por el suelo coloreadas de amarillo; cuenta que al tocarlas, desaparecían como pompas de jabón pero sin mojar y sin ruido.  Al viajero le gustaría comprobar su existencia  en una noche fantástica en las islas. Llegar a tocarlas y ver si desaparecen, para descubrir si el  miedo infundado funciona también de  un modo similar. Algo que si te acercas y consigues tocarlo, deja de perseguirte. Sin mojar y sin ruido.  

Habitación imaginaria


 El viajero desea quitarse en cada paso todo resquicio de culpa, igual que quieres quitarte todo el barro de una bota después de pisar un descampado empapado. Quiere desquitarse de aquella educación moral recibida que haya girado en torno a la idea de culpa per se, concebida como una patata caliente que se suelta a otro para no quemarse uno. El viajero percibe que se trata de una mala herencia que se recibe y se entrega, y que así seguirá ocurriendo si es que él no se ocupa de romper su propia inercia. ¿A qué viene ese sentimiento? Se pregunta… ¿de dónde viene ese sentir? Es como si alguien hubiera instrumentalizado una especie de defecto de fábrica, una culpa per se, por nacer. Piensa en todas aquellas cosas que son veneno y medicina, en todas aquellas cosas que te matan y luego pretenden tu resurrección. Aquellas cosas que no son reales, y que al igual que unos tabiques invisibles, le impidieran salir de la habitación imaginaria en la que se encuentra.

Desandar un tramo


 El viajero piensa en todo aquello que es conocimiento muerto dentro de si. Ese material de su formación que nota que le sobra. Esa materia que aún habiéndola cursado no era de su interés. Al igual que lo innecesario en un equipaje, o lo que sobra de un armario, intenta detectar el lastre sin vida que carga en su camino. Y se decide a soltarlo, convencido de que tan importante es adquirir como deshacerse de algo. El desea acertar con las herramientas que necesita para el camino que tiene por delante, aquellas que puedan configurar el mapa de sus propias elecciones.
Percibe que el conocimiento en si le es ajeno, mientras que la experiencia vivida le pertenece. “No me fío de lo que sé, pero estoy muy seguro de lo que siento.” lee en el epígrafe de una publicación profesional en una web que le interesa. Puede que este tramo de camino trate de desaprender. No es tan fácil. Igual hay que desandar un tramo. Y mira que da pereza volver atrás en un camino para desandarlo aunque ya se sepa que continuar por el no conduce a ninguna parte. 

Diferente a la inercia


 El viajero recuerda todas aquellas veces que lo han anulado, que han intentado que no exista, o que no se exprese. Y no son pocas. Las veces que bajo la idea de una educación le han cortado esta ala o la otra. Las veces que le han cerrado una puerta en las narices o las veces que le han regañado por ser él mismo. Pero el viajero no se rinde fácilmente y comprende que el respeto hacia su propio ser tiene que ganárselo por su cuenta. Que la fe en lo distinto de su camino no se la puede exigir a nadie más que a él. Parece que ahora el viajero fueran dos. El y sí mismo. Y ha de poner de acuerdo a su ser, someter la decisión de por dónde transitar, a algo diferente a la inercia, la imitación, la moda o la falta de personalidad.  Como si sí mismo fuera alguien también a quien escuchar, con quien dialogar, a quien preguntar. ¿de qué está hecho ese si mismo? Se pregunta…Piensa que de hallazgos .Cada hallazgo propio configura un nuevo mapa de hallazgos de su persona , igual que cada barrio distinto forma y configura la ciudad. 


Sin embargo, pensándolo bien, ese si mismo prefiere dejarlo en misterio, en algo que te sorprende, inabarcable, un ser con vida propia, a quien aceptar y querer.  

Salva mi memoria


 El viajero, está atento a sus percepciones y también a las de otros. La prensa, los medios, la comunicación humana. Atento a un tejido de miradas compartidas: “Puede que lo que esté salvando no sea el cuadro en sí: es el cuadro quien salva mi memoria” lee en un artículo de prensa que le interesa, porque a la vez ese cuadro es parte de su propia memoria, de su propio vínculo de con el mundo. Descubre que la memoria es la que queda amenazada por las llamas o por el olvido. No quiere que se pierda en la nada, quiere salvarla porque identifica su memoria con si mismo olvidando los pasos que le separan de esa otra persona que fue él. Se trata de la memoria de aquello que hemos amado. El viajero se pregunta si esas neuronas de memoria están en el cerebro o están en el corazón. El viajero comprende que ese ir corriendo a salvar un fragmento de nuestro pasado es parte del arraigo, tan necesario para vivir como la aventura de viajar. Y aquí nacen dos modos de estar en el mundo, el idealista viajero y el realista arraigado. Y como en todo, la tensión entre opuestos, es la que crea la vida, igual que el diferencial de cargas, crea la electricidad.

   


Cartografía de vínculos


 El viajero camina con el afán de encontrar parte de un mundo que en el fondo también contiene parte de sí. Un ser que sin ser él, se le parece.
El viajero camina sin rumbo fijo, y se deja sorprender por cualquier impresión que le conecta con su ser;  sin esperarlo,  en una pared en escorzo tras un vidrio, lee: “cada individuo posee una cartografía de vínculos invisibles”. El viajero camina con la esperanza de hacerlos visibles, dejando que aparezcan revelaciones por el camino, decisiones en un estado involuntario similar al que precede a los sueños.
Sin poder precisar en qué momento, algo ha ocurrido en su interior que le hace ver con claridad que ese camino que pensaba que era el suyo, ya no lo es. Y que puede serlo otro que estaba latente, invisible, oculto como la vía de un tren abandonado.



sábado, 2 de febrero de 2019

Viajero



                   v i a j e r o

Comparto fragmentos de un breve texto que estoy escribiendo que he titulado  “viajero”. Se trata de un personaje que camina al que se le vienen cosas a la cabeza sin un orden preciso. Cada fragmento lleva un título. Son lugares del pensamiento a los que llega, en un determinado momento de su vida. Las lecturas pueden ser cortas o más largas al igual que un paseo, regulamos el tiempo que queremos que dure.  

La idea de un viaje como metáfora de la vida, es una idea sin ninguna originalidad, cientos de veces repetida. Yo me quiero basar en la tradición de algunos escritores como persistentes caminantes e investigadores de su entorno, con una curiosidad a veces ilimitada. Gente que camina mucho, y que mientras camina  desarrolla sus ideas, sus proyectos más inmediatos. Hay una tradición viajera en muchos escritores, de la cual nos ha quedado magnificas descripciones de paisajes, de ciudades, o de pensamientos derivados del hecho de caminar.

La vida del escritor tiene  mucho que ver con el modo de caminar y recorrer algo. Hay una manera de caminar lenta hacia algo que se intuye y que se va madurando. También una de no ir a ningún sitio, deambular, que en ocasiones es también inspiradora. El viaje, nos ofrece también oportunidades de cambios personales, de fortalecimiento de la voluntad y el espíritu, así como establecer un encuentro con lo que hay de igual y de diferente fuera de nuestro entorno.  

Pero lo más importante para mi serían los hallazgos, por más insignificantes que sean, como esas conchas o piedras que un niño recoje de la playa y trae a sus padres. Porque el hallazgo es parte de la experiencia, que es a la larga,(más que el conocimiento) lo que nos pertenece y nos forma.  


Indice: 


1. Cartografía de vínculos.
2. Salva mi memoria
3. Diferente a la inercia
4. Desandar un tramo 
5. Habitación imaginaria
6. Miedo infundado
7. Ciudad de pensamientos
8. ¿Qué música tiene el sentimiento? 


nota: fotografía y texto byenriqueriaza. 
   

sábado, 26 de enero de 2019

Diálogos ficticios

Caserón señorial en pueblo navarro, invierno y olor a troncos en la chimenea, encerado de los suelos de madera, olor a libros y cultura. Dos hermanos que se admiran y se respetan. Uno es pintor y otro escritor. Entre ellos hablan sin tapujos sobre sus creaciones y personas.

Darío
Con el tiempo, al igual que otros escritores (Benedetti por ejemplo)  has ido acentuando la asimetría de tu rostro. Un lado retraído y tímido que mira desde lejos  y otro que se acerca, que se adelanta en tu cuerpo, para saber de cerca que ocurre. Tienes dos miradas en una. No me extraña que seas contradictorio, que lo mismo un día seas conservador que otro de izquierdas. Si tuviera que escribir la historia de tus ojos, saliéndome de mi oficio y metiéndome en el tuyo sería algo así:  -Entonces, un buen día, después de mucho querer comprender el mundo a través de la observación y el pensamiento, como si el mundo fuese un trozo de vida que se pone en un microscopio para estudiarlo, se dio cuenta que su ojo derecho se habia abultado para siempre y que no guardaba ninguna relación con su ojo izquierdo.-

Fernando 
No me ofende, porque es cierto. De ti diré cosas más amables. Tienes muy interiorizada la fuerza del trazo, la expresión violenta y a la vez matizada por la sensibilidad de tu personalidad que se esfuerza en complacer. Se ve que te has pateado el Prado  y que la impresión de Goya y sus grabados te ha hecho mella. Yo veo en sus obras y en las tuyas pequeñas narraciones o relatos pendientes de que alguien los escriba. En los grabados de Goya hay una frase, que orienta el dibujo. Por ejemplo: “El sueño de la razón produce monstruos” Podría ser la portada de cualquier novela. Lo mismo ocurre con algunas de tus obras y de hecho las uso como reclamo de mis libros. Sin embargo, tú  nunca quemas tus naves para ser exclusivamente pintor. Hay gente que se quita importancia  y ese eres tú. Lo mismo ocurre con todas tus pinturas; parecen como un hobby tuyo a pesar de ser siempre muy buenas.

Darío
Ya pero al menos estoy integrado en el mundo. A ti te llaman la atención los inadaptados porque eres inadaptado. Estudiaste medicina porque así lo quiso madre. Porque quería tener un hijo médico y bien situado. Pero no te adaptas y prefieres vivir a tu aire. Pasar de paso por la vida, sin más. Por eso te gusta tanto la ausencia de moral. Y también de obligaciones. Ello te permite acompañar en su camino a tus alter egos, a todas las formas posibles que se te ocurren de ser sin comprometerte con ninguna. Sin embargo tu apariencia es moral, de hombre de orden. Pero es una pose; sin seguir los criterios establecidos, satisfaces en algo el proyecto que desde niño te dejo tu padre: que fueras un profesional.

Fernando
Es lógico que no me interese la moral. A mí lo que me gustan son las novelas que no tienen  principio ni fin, las que reflejan la vida. No me salgo de mi destino una vez que he sentido un flechazo por la literatura. En tu caso no es así; vas de una actividad a otra  porque eres listo y cerebralmente dotado para ello, pero te falta un sentimiento de pertenencia. Por eso te sientes intruso en todas ellas, porque no has conectado con tu corazón en el sentido de a qué quieres dedicar tu inteligencia el resto de tus días. Parece mentira que yo, cargado de escepticismo, de ningún romanticismo te tenga que explicar esto.

Darío
Hay en ti una falsa modestia. Te presentas como si fueras uno más de tus personajes perdedores. Sin embargo, tienes una mirada de la realidad, como muy desde arriba,-cargada de superioridad- como si vieras más tiempo que el resto de la gente. Una realidad más amplia que la mayoría. Sin embargo, todo eso lo ocultas, como por pudor  y te dedicas a contar las historias, anécdotas sin transcendencia, a perfilar con detenimiento los personajes menos idealistas del mundo. Y para sorpresa de todos, resulta que en esos detalles aparentemente nimios, encuentras más verdad y profundidad que en lo sublime.

Fernando.  
Tu pintura se parece también a mis novelas  que a veces parecen más viñetas que obras de arte. En eso los dos debemos a Goya esa forma tan animal y crítica de ver la vida. Intentamos que lo que hacemos se parezca en algo a la vida y no a las ideas.  Y que sea  más ameno que profundo.  La inteligencia me agota, la mía propia también. Así que me equilibro narrando la vida de las cosas más simples. Ahí me diluyo y descanso. Es como satisfacer un deseo también de morir. Si porque igual que hay un deseo de sobrevivir, existe un deseo innato de morir, que no se activa hasta que uno decide morirse.

Darío
Cuanto de ti en eso que dices, porque cada dos por tres metes una reflexión filosófica.  En mi caso, mi inteligencia no sigue un orden determinado. Veo las formas y se me quedan grabadas en la memoria. Luego busco el modo de pasarlas a un plano, acompañado de un trazo  que quiero que sea dramático, expresivo. No soporto estar dentro de lo muy legislado. Me pone nervioso. Me siento identificado con lo que dice Chillida de si mismo, que es una  persona sin ley. La ley es una abstracción. Una regla. ¿ Que ocurre cuando hay una excepción? Me siento excepción.

Fernando
Ambos somos más de espíritu que de ley. En mi caso, he hecho de mi inadaptación motivo de mis creaciones literarias.  Para nadie es fácil adaptarse en un época llena de cambios y transformaciones como la nuestra que dejan a todos fuera de juego enseguida. A mí la vida de  escritor me gusta. No necesito más que un cuaderno y un bolígrafo. El único valor es la sinceridad propia. Y sí, mi sinceridad incluye lo contradictorio, lo que hay de fallo en mis apreciaciones a veces de una vulgaridad y falta de rigor que resultan provocadoras.

Darío
Todo el mundo opina que eres muy raro. Es como si por un lado no te importara la gente  y por otro, fueras una autentica esponja. Pareces una grabadora de conversaciones al vuelo, en la calle, en los suburbios, en los burdeles. En los sitios peores. No sé si escribes con lo que vas viendo  o con lo que oyes.  Yo también podría fijarme en lo peor que me sale al paso para mis cuadros, en lo más abyecto. Pero intento no abusar. Es como confirmar a cada paso, que el mundo está mal. 

Fernando
Vaya , pues en eso coincidimos, en narrar lo oscuro desde lo oscuro (aunque no me gustan los juegos de palabras). Pero si desde lo más oscuro de mi ser he procurado narrar lo oscuro de mi alrededor. Tampoco me ha ido mal. Todos somos raros en esta familia. No se la razón. Ni me he puesto a indagar. También Goya es raro y oscuro. Pero encuentra más verdad que otros, en lo más oscuro de nuestra existencia.

Por el ventanal grande del  caserón, cae la noche. Las farolas iluminan las calles de piedra. Pasa un borracho. El río refleja la luna. Baja el carnaval con danzas. Darío y Fernando  se asoman a la ventana contemplando el espectáculo  pero sin integrarse. Que raros son nuestros paisanos, comentan. Que ancestrales…Un bandido de trapo en el que se proyecta ese lado oscuro que todos tenemos  es juzgado por un tribunal de cuento,  ejecutado a tiros y finalmente quemado en la hoguera, mientras el pueblo, indiferente a la suerte del bandido, baila girando en corro un zorztiko.

viernes, 18 de enero de 2019

Retrato de Baroja




  

  Este rápido retrato  de Baroja que capta un instante intrascendente y cotidiano, como quien espera en una sala sin quitarse el abrigo ni el sombrero por la brevedad del tiempo que desea estar ahí, nos habla más del Baroja viajero que fue, que del sedentario escritor. Puede que este abrigo fechado en 1914 sea ya el abrigo de Baroja para siempre y no se lo quite más en su vida. Incluso algún día de lectura hasta altas horas de la madrugada ha podido quedarse dormido con el  puesto. Pero a Baroja, su atuendo, -hasta cierto punto- le da lo mismo. Igual que la estética en sus novelas, la descuida con elegancia, ya que también hay belleza en lo fresco, en lo aparentemente descuidado. Está ahí, pero sin que nunca tome más protagonismo, que la amenidad que pretende o que la libertad que desea para sus lectores.

De los retratos de escritores hechos por Sorolla es el que menos vanidad refleja. Y la famosa malicia de Baroja, no la detecto reflejada en su rostro, en sus manos, ni en su postura. Sinceramente creo que Baroja tiene un conflicto con su malicia. Se sabe bueno y sin embargo, su rol es de malo a decir de otros. Quizá alguien confundió la maldad con lo sombrío del carácter que pudiera haber en este transeúnte de la vida.  

Sorolla lo retrata a su manera, pintando una luz que parece más marca de la casa que la habitual del rostro del retratado, sin incidir en el pesimismo barojiano que lo deja reducido a un abrigo y un sombrero negro. Una pintura rápida y de encargo para ambos. Esas manos cruzadas, afianzando el estómago del escéptico Baroja, el que no se tragaba fácilmente las mentiras, el que quiso hacer novelas a base de retazos de realismo. Porque bajo ese rostro incrédulo y fugaz de Baroja que lo mismo ha sido doctor en medicina que panadero, se revela para siempre el del escritor, el que desde un punto de vista único, describe el mundo sin entusiasmo, pero con la certeza del que se toma su tiempo para un buen diagnóstico. A usted le pasa esto, sería su voz de médico con vocación de novelista, y antes que eso, voy a narrar los síntomas a ver qué es lo que realmente ocurre.

En los retratos y fotografías de Baroja suele darse una ausencia personal. Un escepticismo que afecta también a su rostro y persona que hace difícil retratarle. Solo al final de su vida, parece marcar un perfil definido de abuelete rebelde. Pero aquí, en esta sala del palacete de Sorolla se encuentra con un problema. Ha triunfado como escritor, -con una dejadez que nunca es del todo cierta- y el pesimista Baroja tiene que pasar por el lugar de los elegidos de la cultura española de su época para un encargo de una fundación norteamericana. Está bien, accedo a este honor, parece decir, pero no cuentes con que me vaya a quitar ni mi abrigo ni mi sombrero. Retrátame, como si estuviese en una sala de espera, que nunca acabo de creerme eso de haber llegado a ningún sitio. 

domingo, 13 de enero de 2019

Willem y Elaine



Ella, con una tristeza lúcida, sostiene a su pareja mientras el queda sumido en un sueño. 
Los dos son pintores con reconocido lugar en la historia. 
Ella mantiene los ojos bien abiertos, los de la observación y el asombro, a medio camino entre la empatía y su propio mundo. El cerrados, directamente en su mundo. 
Una mano a medio camino entre el amor de pareja y el instinto maternal, sostiene la mejilla del mundo interno de Willem, ya en proceso de deterioro por el Alzheimer. Nadie dijo que el talento aminorara la tristeza. 
Hay sensibilidad y cariño en la mano de Elaine y sin embargo sabemos que su trazo es de expresión firme nacido de una mano llena de ternura. 
Durante muchos años la pintura de Willem fue expresión hacia fuera de lo que nos hace daño dentro. Expresión del  veneno. O la rabia. O el dolor. No sabemos que….Algo que le hacía daño en su ser. En los últimos años su pintura se despojó de todo eso, y quedó tan solo la belleza del trazo, la armonía, la sensibilidad. 
Sin embargo, la memoria perdida no sé si le permitió disfrutar de ese lugar tan bello, que era su propio ser. Su rostro me transmite la paz, de quien no la ha tenido siempre. 
La luz ilumina un lado de sus caras. Irremediablemente la sombra invade el otro.
Atrás queda todo lo vivido, lo fumado, lo reñido, lo bebido, lo sufrido, lo gozado. 
En el presente lo amado.