El viajero desea caminar descalzo por los territorios del miedo para desenmascararlo, mirarlo a la
cara y ver como a la luz de sus ojos desaparece. Sospecha que el miedo y la
culpa tienen pasadizos secretos, pactos inconfesables, debilidades comunes como
huir de la luz o de lo cierto. Lee en un periódico digital, la historia real del
último habitante de las Islas Cíes,una especie de Robinson solitario, que relataba
que alguna noche extraña en la isla le perseguían unas esferas de energía
rodando por el suelo coloreadas de amarillo; cuenta que al tocarlas,
desaparecían como pompas de jabón pero sin mojar y sin ruido. Al viajero le gustaría comprobar su existencia
en una noche fantástica en las islas.
Llegar a tocarlas y ver si desaparecen, para descubrir si el miedo infundado funciona también de un modo similar. Algo que si te acercas y consigues
tocarlo, deja de perseguirte. Sin mojar y sin ruido.
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