Ella, con una tristeza lúcida, sostiene a su pareja mientras
el queda sumido en un sueño.
Los dos son pintores con reconocido lugar en la
historia.
Ella mantiene los ojos bien abiertos, los de la observación y el
asombro, a medio camino entre la empatía y su propio mundo. El cerrados,
directamente en su mundo.
Una mano a medio camino entre el amor de pareja y el
instinto maternal, sostiene la mejilla del mundo interno de Willem, ya en
proceso de deterioro por el Alzheimer. Nadie dijo que el talento aminorara la
tristeza.
Hay sensibilidad y cariño en la mano de Elaine y sin embargo sabemos
que su trazo es de expresión firme nacido de una mano llena de ternura.
Durante
muchos años la pintura de Willem fue expresión hacia fuera de lo que nos hace
daño dentro. Expresión del veneno. O la
rabia. O el dolor. No sabemos que….Algo que le hacía daño en su ser. En los
últimos años su pintura se despojó de todo eso, y quedó tan solo la belleza del
trazo, la armonía, la sensibilidad.
Sin embargo, la memoria perdida no sé si le
permitió disfrutar de ese lugar tan bello, que era su propio ser. Su rostro me
transmite la paz, de quien no la ha tenido siempre.
La luz ilumina un lado de
sus caras. Irremediablemente la sombra invade el otro.
Atrás queda todo lo
vivido, lo fumado, lo reñido, lo bebido, lo sufrido, lo gozado.
En el presente
lo amado.
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