El
viajero siente un movimiento que le empuja hacia lo desconocido. Caminos y
lugares en los que hay que dejarse aconsejar por la intuición para decidir si transitar
por ellos. Ese tramo desconocido puede ser una región de sí mismo, o el lugar
donde quiere desarrollar su vida. También lo latente de su mundo cuando experimenta
la necesidad de expresarlo y comunicarlo a tiempo. Siente que no tiene más remedio porque la fuerza que le devuelve a lo ya vivido es demasiado grande. Ese refugio
seguro de la madre o de la infancia. Piensa que esa vuelta debe hacerse solo para
morir. El es aventurero y cada paso le aleja de su origen haciendo más larga
la vuelta. Puede que de tanto caminar no tenga que desandar nada, como quien consigue
dar una vuelta al mundo. En ese camino de lo conocido a lo desconocido
encuentra su modo de vivir. “Vivir es decidir libremente en cada momento y esto
no es posible en una obra conocida de antemano” ve escrito en letras impresas
en una pared en una exposición del escultor Chillida, que le confirman que ese
vacío, ese aprendizaje contínuo, esa inseguridad en el viaje son el paisaje
común de esos dos caminos paralelos que son el arte y estar vivo.
Imagen: obra de la pintora Carmen Herrera
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