El viajero siente pasión por la
lectura. A través de ella encuentra una familia diversa de expresión, de comunicación
humana y análisis del mundo entre seres que no se conocen pero que comparten
intereses. Se trata de un mundo en sí mismo, conectado por pasadizos secretos
con el mundo real en el que vivimos a diario. “Los libros solo tienen valor
cuando conducen a la vida y la sirven y le son útiles" dejó escrito Hesse. El
ama la literatura como pasión, como ejercicio de búsqueda a través de la
palabra. Ha leído mucho. Ha pensado bastante. Esa determinación coincide con el
momento que las librerías de su ciudad empiezan a cerrar. La ciudad va
perdiéndolas poco a poco, como cuando desaparece un tipo de vida sin que se
sepa cuál es exactamente el momento en que ocurrió. ¿Ahora qué? se pregunta. El
viajero percibe que las cosas que han acompañado algunos de sus pasos van
muriendo. Ya antes se perdieron las tertulias antiguas, luego los cafés, luego
los grandes cines… el mundo se fue
acelerando y cambiando unas aficiones por otras. Cuando la gente quiere revivir
algo ya no está y parece que hubiera sido una ilusión. Lo único que intentamos
es salvar nuestra memoria, no el café concreto, ni el lugar recordado. Tan solo
nuestra memoria, acaso nosotros mismos… Todo va cambiando y todo ha cambiado.
Recuerda entonces la vuelta a la ciudad de pequeño después del verano, la
ansiedad por percibir los cambios que se hubieran producido en ella,
reconocibles en unas enormes vallas publicitarias cerca de su casa que
invariablemente para esas fechas habían cambiado sus anuncios, configurando
para su mirada de niño una nueva visión de la ciudad, un curso diferente y
nuevo.
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