El viajero desea quitarse en
cada paso todo resquicio de culpa, igual que quieres quitarte todo el barro de
una bota después de pisar un descampado empapado. Quiere desquitarse de aquella
educación moral recibida que haya girado en torno a la idea de culpa per se,
concebida como una patata caliente que se suelta a otro para no quemarse uno. El
viajero percibe que se trata de una mala herencia que se recibe y se entrega, y
que así seguirá ocurriendo si es que él no se ocupa de romper su propia inercia.
¿A qué viene ese sentimiento? Se pregunta… ¿de dónde viene ese sentir? Es como
si alguien hubiera instrumentalizado una especie de defecto de fábrica, una
culpa per se, por nacer. Piensa en todas aquellas cosas que son veneno y
medicina, en todas aquellas cosas que te matan y luego pretenden tu
resurrección. Aquellas cosas que no son reales, y que al igual que unos
tabiques invisibles, le impidieran salir de la habitación imaginaria en la que
se encuentra.
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