jueves, 12 de diciembre de 2013

ADIOSES con EL SACO ROTO



Madrid, camino por la Gran Vía, ambiente navideño, luces en los árboles, y cruzando  las calles. Calle Reina 9, DT ESPACIO ESCENICO, una hora de duración. Espacio para el teatro, también para la danza, y para la importancia de nuestros gestos y movimientos. Pasen, una casa donde sus habitantes parece que han perdido la cordura. Son los efectos secundarios del ADIOS.  

¿Cómo se expresan corporalmente los adioses? Ese lugar común que es el final de algo, esa palabra que no nos deja fríos a nadie.  ¿Quién no ha sentido la tristeza de un adiós, las consecuencias de una ruptura, el hastío del aburrimiento en el que puede sumirte la peor soledad? ¿Quién no ha sentido el deseo de que continuara algo que acaba? O lo contrario ¿Quién no ha sentido el deseo de que acabe algo que no nos ayuda a vivir y que no nos hace felices? ¿de que acabe algo que nos ahoga? Nada mejor que tener a mano el germen de esta original obra, un fragmento de un poema de Benedetti:
 
Hay muchas formas
de despedirse
dando la mano
dando la espalda
nombrando fechas
con voz de olvido
pensando en nunca
moviendo un ramo
ya deshojado

Palabras que contienen ya  la expresión corporal de un ADIOS, “dando la mano, dando la espalda…”  reflejando el lenguaje tan importante de los gestos, de los abrazos, de mover un ramo ya deshojado…. Esta es la clave de una posibilidad cultural de la que sabemos poco, de la importancia de nuestros movimientos en la vida, el lenguaje no verbal, y su interacción con el mismo. Los puentes que unen las palabras con nuestras acciones. La importancia de las experiencias físicas en nuestra relaciones humanas. La interacción de las cosas, palabras, textos, movimientos, gestos, miradas. Sabemos de esto, de su importancia, sin embargo, no son demasiados los sitios donde poder aprender, donde poder experimentar y explorar las posibilidades del movimiento de nuestro cuerpo. Esta es una ocasión especial para descubrir la riqueza de posibilidades de este campo. 
Empezar por el final,  quizá por la soledad, por gente que cuenta y que recuenta cosas a solas, por gente que repite movimientos, por gente que entra en una mecánica de la vida, por gente que se mueve entre recuerdos ya viejos, proyectados sobre paredes viejas, que van deshaciéndose en el tiempo. Vías de tren que permiten los desvíos pero que están ya abandonadas y  muertas que van oxidándose y desapareciendo. Fotografías antiguas, donde el tiempo ya ha marcado una frontera definitiva. Es pasado. Ausencias, donde lo mecánico nos taladra algo en forma de rutina; es el hastío  de la soledad. De las estancias a solas. De entregarse a algo repetido, y monótono. Sellar listados, contar y recontar las cosas.  Es la monotonía de que no pase nada nuevo. En palabras de Machadoun día es como otro día; hoy es lo mismo que ayer.” 
Avanzar hacia el principio, a través de poemas visuales en los que descubrir que hay muchas formas de encontrase solo, recontando cosas, volviéndose loco, sintiendo hastío, proyectando recuerdos en paredes viejas…desandar un camino andado,  y encontramos algunas  de esas palabras  del poema que nos asolan antes de los adioses, palabras que están ahí, sueltas, que significan  aspectos físicos que ocurren en nuestras relaciones, SOBREVIVIR  UTOPIA  ABRAZO…..   Palabras que tienen una traducción con más palabras y a la vez con  una expresión corporal, física que nos llega antes aún a nuestra percepción que la mera palabra. SOBREVIVIR: acción de vivir en condiciones inhumanas, incluso de peligro o de muerte. UTOPIA: .Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación. ABRAZO….
Expresiones  corporales, en la que hay una cierta incomodidad previa al adiós, falta de aire, huecos por donde escaparse, leves acechos, cosas que se niegan. Voz que se niega.  Lo deseado y lo que hay. La discordancia  entre nuestros sueños y la realidad. Son palabras, que adquieren su expresión física, recorriendo el camino inverso al lenguaje. Traducciones no verbales expresadas con el cuerpo. Atisbos de momentos concordantes y discordantes. Estrategias, para ver un poco más allá, para vadear un obstáculo, una brecha, un corte, un río que hay que atravesar sobre las palabras expresadas. Poder sentir el viaje que hay entre lo físico y las palabras, entre una metáfora visual, y un texto. Estrategias, para saber que se siente, para ver más allá, para cruzar algo. Lugares donde pueden apoyarse nuestros pasos. Textos que también pueden ser peldaños que te permiten otear el horizonte, o las piedras que te permiten cruzar un  río, salvar un obstáculo.
Caminando hacia los comienzos, las mismas estancias de la soledad pueden  haber acogido previamente armonía, bien expresada con movimientos  sincronizados. La misma estancia se llena y se vacía. La misma estancia a la que se refería Machado , “donde yo empecé a soñar”. Entonces vas descubriendo matices,  a modo de instalación artística que cobra vida. La escena te hace ir descubriendo las cosas despacio y disfrutar de la magia de lo que ya estaba  antes y no habías visto. Te hace mirar en determinadas direcciones para luego disfrutar de  las coreografías. Sentir el placer de  ver movimientos libres, pero sincronizados. Movimientos que dialogan y que se entienden entre ellos.  Que generan situaciones nuevas y personales. Hacer el pino en la pared por pares. Sincronizar el rodar por el suelo, sincronizar el movimiento de un brazo que señala apertura, sincronizar un silencio o mirar al techo: ENTENDERSE.  Danza, como sinónimo quizá de VIDA, de algo que fluye, que se dinamiza, que crea, que se comunica. Movimientos que dialogan, espacios para la armonía. Equilibrio. Expresiones de alegría. Sentimientos que nos gusta vivir. Sentimientos que acompañan la vida.
Sentir las expresiones de los comienzos, colaboración, subir, bajar, moverse, asomarse, apoyarse..... Viajar en compañía. Reproducir sensaciones, sonidos, situaciones que ruedan, que se invierten. Cambiar el punto de vista. Sentir el cambio físico. Sentirse parte, escalera, escena, ¿realidad? Un nuevo lugar que antes no existía. UTOPIA. El lugar de los sueños. Lo que aún no existe. El comienzo de todo. Nacimiento. Empezar por el hastío.  Acabar por los sueños.
Todo sigue igual ¿o no? luces, ambiente navideño, luces en los árboles y cruzando las calles, historias que laten por Madrid, en los cimientos, en las escaleras, en las cocinas; lugares de encuentros, locales, bares, restaurantes donde tomar algo. Tomar algo. Salir. Encontrase con la vida. Grabar los sueños. Ubicarte. Saber dónde estás. Si en un hastío, o en un comienzo. Auparte  en algo, y ver el horizonte.

Inevitablemente las conversaciones derivaron hacia nuestras propias experiencias, de algo que está en el aire. ¿es posible tener una relación duradera en el amor? Ya sé que la obra no trataba exactamente de eso ¿o sí?  La gente salió por ahí. Trata de las personas. De nosotros. Despedirse con abrazos. Abrazos que se necesitan, que llegan...   Me marcho, me faltaba la otra mitad del poema de Benedetti, esta prefiero leerla ya en casa, antes de dormirme, para alimentar también los comienzos y los sueños. 
 
por suerte a veces
queda un abrazo
dos utopías
medio consuelo
una confianza
que sobrevive
y entonces triste
el adiós dice
que ojalá vuelvas. …
 

ADIOSES. por la COMPAÑIA DE DANZA EL SACO ROTO.
con Angela Domínguez, Carmen Udías, Lucile Preat, Paula Guzmán y Esther Apesteguía.
Sábados y domingos hasta mediados de enero en la sala DT ESPACIO ESCENICO
Calle Reina 9.reservas. 91.521 41 55

Autor fotografía:  Miguel Angel García.
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

pensando en vos


Me gusta tumbarme en la hierba y pensar en vos, dejar pasar una nube, y en un minuto, recorrer tu vida; mil momentos en un instante, momentos desde que naciste y antes de nacer; si me voy  atrás, me veo con tu madre en mil sitios, recorriendo las colinas de Roma en las noches de diciembre, recorriendo los puestos navideños de la Piazza Navona, tomando un café refugiados del frío cerca de las escaleras de la plaza de España, o recorriendo las tiendas donde se compró una americana azul claro , que le quedaba bien con su pelo oscuro y sus vaqueros. Entonces las cosas allí valían miles de liras, y esas cifras altas,  contagiaban  nuestra propia vida  los días  que estuvimos por allí, como si todo quedase multiplicado por mil. Creo que en aquel viaje empezó tu vida, entre columnas romanas y templos, viajando desde la estación Termini, hasta dar con el hotel. Allí, en el museo etrusco, recorriendo la historia y las fuentes, disfrutando de Roma, y celebrando algo bueno. Asomados en el puente del Tíber, cuando las cosas no eran tan inmediatas y había que esperar una semana a que nos dieran  las fotos reveladas. Entrar en las pizzerías del Trastevere, o sentirse pequeño paseando juntos por la ciudad con las basas de las columnas que nos llegaban por encima de nuestras cabezas.

Si sigo un rato tumbado en la hierba, pensando en vos, pasarían en poco rato las imágenes del día que naciste, con esos ojos abiertos queriendo recorrer y sentir el mundo en una tarde.  El octubre que no paró de llover de aquel año. Luego tu guardería, tus campamentos, tu colegio. Tus tardes de lluvia no queriendo perder una clase de tenis, tu chándal azul claro de Nike impermeable que tanto te gustaba, nuestros partidos en las canchas del polideportivo de   Sanse, las navidades que no te dejé salir apenas de casa por los suspensos, el día que salude a la champi, el viaje a Tarifa cuando empezamos con el surf, la piscina de Jávea, la terapia de colores,  las fotos editadas, los cuentos inventados que te contaba antes de dormirte, o que siempre te recordara que sonrieras antes de acostarte, mis explicaciones de filosofía antes de la selectividad, las ganas de vivir cien planes, las esperas  a las cosas, las fotos de los veranos, los viajes a Portugal, nuestra primera bajada juntos tú de pequeña esquiando por el bosque de Navacerrada , los móviles, tus libros de tres metros sobre el cielo que te devolvían a Roma, o la infinita confianza que tienes en mi cuando me preguntas alguna cosa de  matemáticas de tu carrera de la que yo no sé apenas.

Sigo tumbado en la hierba, mientras ya  vives con una intensidad en la que no me da tiempo a seguirte, y te veo algún día recordando  las   infinitas canciones que has vivido y todas las músicas que han acompañado esos días,  y que quedan en el pasado al igual que el aroma del sitio, o el tiempo que hacía .Si llovía o hacía sol. Si hacía frío o  calor .Si era invierno o verano. Y yo recordando, me doy cuenta que no sólo naciste tú, sino también toda la música que has ido incorporando a mi vida. La cantidad de canciones que me llegan  de ti. Intensa Marta. Como las liras italianas, mi vida se ha multiplicado por mil. Entonces en una de esas imágenes la mente se me para en un día, cuando pasaste por esa ciudad revuelta que algunos llaman adolescencia, en el que yo no te dejé ir al concierto que iban a dar en el Palacio de los Deportes los de Maldita Nerea. No recuerdo la razón, pero yo estaba en mi papel, de padre que velaba por que no se te fuesen los estudios de las manos. De que no te conformaras con cualquier nota, de transmitirte, que el orden, el esfuerzo personal, el ritmo de estudio eran importantes. Maldita Nerea me sonaba a grupo superfluo, a modas de un día que pasan sin más, a nada que pudiese merecer la pena. Pero ahora veo que no, que  me equivoqué, y que ese grupo era algo más que estaba esperando en el aire, letras y sonidos que ahora  podemos compartir.  Con el tiempo, y más tarde  he sabido  que para ellos, Nerea significaba música y que lo de maldita era por lo difícil que era vivir de ella y en ella. Así que si Nerea, es música, yo me apunto a nombrarla así, siempre me gustó ese nombre. Ahora todo ha cambiado, los de Nerea, ya son un grupo maduro; atrás quedaron sus años de estudiantes dando conciertos en los bares y locales de Salamanca, seguramente años inolvidables para todos ellos, y para los estudiantes y público ganado que se sabían sus canciones de memoria, sin que aún  hubiesen publicado un solo disco. Ahora eres tú la estudiante universitaria de futuro incierto. Otros grupos estarán empezando, otros ya maduros. No  sólo es difícil la música, también la vida aunque la nuestra este llena de tantos regalos apasionantes. Pruebo a decir  Maldita Vida a ver si es que ese conjuro es la llave de seguir adelante, el conjuro que abre la puerta de todo lo que es difícil, y lo digo, maldita vida, pero me cuesta,  demasiada suerte encontrar a tu madre y  tenerte a ti  como para decir maldita vida aunque ese conjuro me abriese todas las puertas. Demasiada suerte la que nos hizo llegar hasta Roma, en una tarde de invierno, puro azar y suerte, en el que tampoco faltaron   nuestro trabajo y esfuerzo,  porque  para hacer aquel viaje , los dos tuvimos también que conjurar el futuro incierto,  esperar los  primeros trabajos, conseguir los primeros encargos, o pelear para defender nuestro  propio amor.
Tumbado en la hierba sonrío y me quedo dormido y sueño, y los sueños mezclan las cosas sin orden y sin tiempo, a veces también sin peso. Y en mis sueños sin guión establecido,  te veo viajando por el mundo, recorriéndolo entero con tus ojos de recién nacida, incansable Marta, sin parar hasta que se te acabara el dinero, y tuvieras que hacer autostop para volver a tu origen con un cartel de cartón en el que has escrito ROMA, para visitarnos a tu madre y a mi en un nuevo azar del destino….  Entonces pasa de largo un coche , ve tu cartel en el retrovisor, y lo lee al revés por el espejo…y no puede evitar parar y llevarte. Entonces recoges tu equipaje, y te acerca hasta Roma pero  él se pierde por la ciudad eterna, y tú le vas guiando como si te conocieras de memoria la ciudad sin haberla pisado nunca, sin necesidad de mapas ni de preguntas, y al bajar la ventanilla y oler el aroma de los pinos y de las colinas, esbozas esa sonrisa que te decía de  antes de dormirte, y tu memoria te hace recordar en ese instante, que ya habías estado allí mucho antes de nacer.
 
fotografía: mi hija Marta con cuando tenía un mes.

miércoles, 23 de octubre de 2013

biblioteca en un parque

El otoño a mano, de un día cualquiera de octubre, hace que uno se resista a ver pasar deprisa las estaciones sin empaparse a fondo de su paso, mientras ellas van pasando  despacio por la ciudad, y ese interés por ser más consciente de sus ritmos y de sus tonos, puede regalarme cosas cercanas, como una buena mañana de paseo por el Parque del Retiro, una especie de tregua que los madrileños tenemos dentro del ritmo siempre acelerado de la ciudad, que se opone al ritmo lento y pausado de quien quiere simplemente respirar tranquilo, pasear un poco, pensar en algo, o disfrutar del regalo del presente, palabra llena de posibilidades, que si la estirara en el espacio sería sólo una línea en movimiento que se dibuja y se desdibuja, como la línea que marca la orilla de la playa mientras la ola va y viene; palabra que a todos los efectos es una pequeña frontera casi imaginaria, entre eso tan poderoso que es el pasado, y eso tan mágico para quien es capaz de disfrutar de  los pasos del camino que llamamos futuro. La línea, esa línea móvil entre las dos cosas, es el presente, palabra que alguien con acierto la hizo coincidir con la palabra regalo. 
 
Si hiciéramos una lista de lo gratuito que nos gusta, de lo que se nos regala, y del sentimiento  positivo que suele acompañar un regalo que te hace ilusión, si esa lista la repasáramos con frecuencia, fuéramos añadiendo unas cosas y quitando otras a medida que pasa la vida, en definitiva siendo conscientes de aquello que nos hace estar alegres y agradecidos,  identificándolo en el mapa de la vida, en el mapa del ser más que en del tener, creo que caminaríamos con algo más de felicidad o al menos con más capacidad para disfrutar de esos pasos por el mundo. Entre esos regalos diarios, a mí de los mejores que pueden hacerme es la posibilidad de disfrutar de algo bien realizado, hecho con talento y oficio, algo donde puedes gustar cada detalle y no sufrirlo, algo con capacidad de aprender de ello, de estar a gusto en el rato que le dedicas. Un parque bien pensado y lleno de vida, una biblioteca bien planteada y fácil de utilizar, una lectura que te envuelve y que te permite olvidarte del tiempo. Algo de eso he encontrado por aquí en la recientemente inaugurada biblioteca Eugenio Trías, en el Parque del Retiro de Madrid; una especie de intersección de cosas que me gustan, de historias escritas que ahora habitan en un parque, y a la vez de historias vivas del parque que tienen a mano un espejo de historias donde verse reflejadas. No mucho más que unos vidrios en ocasiones transparentes que dejan ver lo que hay dentro y en ocasiones en espejo, que duplican la imagen del presente,  de las gentes que lo disfrutan, de los árboles que vibran, de una mañana llena de instantes de otoño.
He leído que el tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir. Y eso es de lo que quería hablar, de cuánto dura el presente, y cuánto se escapa de las manos. Se escapa como el agua entre los dedos, o la arena de la playa que cae de nuevo a la arena como si inventásemos un reloj, o descubriéramos de niños el tiempo. Se escapa si no lo vives tú mismo, si no encuentras tiempo para perderlo, y para ensancharlo, como aquellos días largos vividos en la niñez, donde el tiempo ensanchado sí parece que  sobrevive luego hacia el futuro, pues lo vivido allí, es tiempo para siempre. Desde el tiempo del cariño dado y recibido, al tiempo grande de los días en los que hay muchas cosas nuevas, al tiempo mágico de los veranos largos, donde en cierto modo no eras el mismo al empezarlo que al acabarlo. Entonces, en esos días vividos y en esas noches soñadas,  la imaginación ya iba haciendo de tu vida un universo, no muy diferente de los procesos y los relatos que ya de mayores quedan escritos por aquí en la biblioteca.
Entonces, un charco podía ser un océano, o imaginarse que podría haber peces dentro. Una nube podía ser un rostro, otra un animal  de un cuento.  Lo mismo aquí en estos libros, cualquier cosa puede ser algo más de lo que es, un patio de Sevilla puede ser el recuerdo de toda una infancia, el muelle de un puerto en el alba, la imagen de un corazón abandonado, un espejo desclavado, la imagen de un hombre al que se le escapa el tiempo….algo parecido a esa posibilidad de los niños con los juegos, donde  una caja grande de cartón podía ser un refugio, o un palo una jabalina en el campo; igual que las personas en la vida, todas las cosas quieren ser algo en una imaginación al acecho de expresarse.  
Entre el parque y la lectura aquí hay un  tiempo diferente del ritmo de la ciudad, es el mismo tiempo pero hay una línea que lo separa de la prisa. Hay que tener un tiempo diferenciado, quizá un reloj trucado que vaya más lento, para el tiempo del amor y la lectura, unidas en esa virtud de dilatarlo.  A veces yo no sé diferenciar las cosas, sino por como respiran por cómo viven el tiempo. De algunas cosas que son misteriosas prefiero no definirlas demasiado para que no pierdan su encanto, sólo diré de ellas que viven en tiempos diferentes a ese ritmo acelerado de la ciudad, que escapan de ese tiempo veloz, y que encuentran refugio en otro tiempo distinto más lento, que es el tiempo de la ternura y del amor, que tampoco comparten tiempo con la prisa.
Hay lecturas que pueden esperarte, al igual que amores que te están esperando, y que dilatarán el tiempo, la línea del presente, esa que no podemos atrapar, pero si dilatar, hacerla más amplia, logrando que no se nos escape un día, ni el otoño, ni el presente, ni la vida. Porque en la lectura, y en el encuentro se produce una química que hace que no seamos luego los mismos. Y eso es el paso de algo en la vida propia, como esa magia de la niñez, de ser diferentes a la vuelta de un verano. Estar vivo. Querer saber querer aprender, querer amar el mundo y conocerlo. Un mundo grande, como este universo de libros. Solo podemos recorrerlo por una puerta, otro día por otra. Pero esa es nuestra manera de vivirlo. A cada paso. A cada lectura, a cada encuentro. Despacio, y sin prisa, no se trata de leer mucho, sino de ir disfrutando de un modo activo lo que uno realmente desea y quiere, y gozar de la identificación de saber lo que uno ama.
Entre el amor y el conocer se mueve el mundo del ser. Entre la realidad y la imaginación nuestra vida. En los límites siempre hay terrenos fértiles. Y el presente, ese límite fronterizo del que hablaba, me temo que es fértil, porque ahí está el dilatar de la vida. Respiro. Mañana libre. Hay un bullicio que transmite vitalidad. Los niños escuchan las historias de unos títeres mientras ríen. Otros aprenden a patinar en fila por el paseo de coches. Un saxofonista anima el paseo justo a la altura de la estatua del ángel caído. Una pareja monta en barca, mientras ella intenta acercarse a un pato del estanque de un modo instintivo de atracción hacia la vida. Unas chicas adolescentes medio ocultas en los setos ensayan un baile de alguna función que harán pronto….Y yo estoy vivo y me intereso, por usar lo que tengo, mi cabeza para conocer, y mi corazón para amar y sentir. Me marcho, ¿Qué es el presente? Puede ser un cielo, un momento, una risa , un abrazo, un poema, una alegría, una desolación, un espejo, un vidrio transparente, alguien que acompaña a alguien desolado, un amor que empieza, otro que acaba, un malentendido, una nube que pasa, un árbol que oxigena el aire, un hoja en el estanque…todo quiere ser algo en el parque, y en la imaginación de aquellos que gustan a su manera de conservar algo del niño  en la vida adulta y aparentemente más seria de estos libros que ahora han pasado a formar parte también del parque, como un espejo más de nuestras historias y nuestras cosas, como un nuevo lugar de  encuentros que están a la espera, de algo tan hermoso y tan simple como dilatar el tiempo de tu vida.
 
Fotografía: Biblioteca Publica Municipal Eugenio Trías. Paseo Fernán Núñez 24.Parque del Retiro. Madrid.

lunes, 23 de septiembre de 2013

palabras que esperan a otras (cuento)

Nada es previsible desde que empieza hasta que termina. Como en la vida, todo se integra después en el pasado, esa segunda vida de las cosas que es el recuerdo. La aventura hacia lo desconocido si la dejas se llena de factores inesperados, de sutiles influencias de tantas cosas que te volvería loco tenerlas todas bajo control. Ni tu cuerpo es igual hoy al de ayer, ni tu ánimo es el mismo, ni una ola es exactamente igual a otra. Siempre hay que enfrentarse a cosas nuevas y si sólo estamos abiertos a lo conocido, nuestras vidas nacerían muertas; sin embargo en lo desconocido alguien puso el temor, el miedo, la ansiedad, una sensación que nos pone en alerta como si hubiese que apagar un fuego.

Todo puede ser desconocido. Quizá la persona de al lado, también uno mismo o puede que nuestra protagonista, a la que tengo que describir con palabras que esperan a otras, porque ella a día de hoy no está por la labor de perseguir lo que quiere, o al menos de poner en duda que palabra es y que palabra espera. Es Sole y ella me espera en el Peine de los Vientos, con su pelo suelto y su jersey liso, en esos días intermedios, antes de que empiece de veras el otoño, en esa prórroga del verano que son los últimos días de septiembre; me espera o la esperaré yo a ella, aún no lo sé hasta que llegue, hasta que uno de los dos deshaga enseguida la soledad del otro. Ambos nos atraemos, aún más ella a mí, con su pelo suelto y su jersey liso, pero atraerse, no significa más que una constatación científica aplicada a uno mismo, como si uno comprobara al caer un fruto  la ley de gravitación universal. ¿Podría enamorarme de Sole? Podría ser, pero no ha sido el caso. No podría saberlo esta misma tarde, necesitaría un día al menos o quizá más, necesitaría dejarlo al azar del sueño y de esa atracción, dormir una noche entera y en esa inconsciencia del descanso de las cosas podría surgir algo. Y si surgiera, luego es al revés, ser muy consciente de lo que sientes, y ser capaz de interpretar bien un sentimiento. En cierto modo no depende de mí enamorarme, como no depende de mí el primer verso de un poema, o la primera frase de un  relato. Una historia de amor, puede ser el regalo de ese primer párrafo. Lo otro ya depende más de uno, de cómo alimenta o no ese sentimiento, de cómo y cuánto lo escucha.  También depende de si ese regalo  te pilla ocupado o no, saber si tu corazón está abierto o cerrado, si hay un cauce para ello, o ese cauce se ha perdido, o se ha desdibujado.  
Las primeras palabras las recibo como un regalo, algo que viene desde fuera de mí, y esa magia me seduce. Lo mismo que la atracción, pero a la atracción siempre puedo rastrearle sus pasos sin eslabones perdidos. Me atrae también contemplar arte con ella, o mejor aún estar en lugares artísticos con ella, donde alguien con talento ha ordenado cosas, ha creado espacios, elegido tonos, o dispuesto formas. Contemplar arte con ella tiene una magia especial, sobre todo a sabiendas  que en la propia naturaleza del amor hay un arte. También contemplar con ella la trama natural de la ciudad, estar al borde de algo, o estar ahí, frente al oleaje, y mirando al horizonte del mar juntos. El horizonte a efectos de amor, es el futuro, algo que hay que vislumbrar para que las cosas fluyan. Vemos las olas y su movimiento constante, el hierro retorcido que nos remite a un movimiento detenido por el frío, el horizonte y su quietud mágica. El mar, como algo vivo, con sus sonidos repetitivos, que nos  dan ya un fondo de vida y de música, de corazón que late. Me gusta sentir ese movimiento y  también como se mueve Sole mientras se ríe. Vienen las olas, y las sentimos cerca, casi mojándonos al romper, escuchando  los silbidos del  sonido vivo del mar en unos pequeños agujeros que hay en el suelo, mientras que a lo lejos  vemos  la línea divisoria del horizonte. Si ese horizonte además de muchas cosas que unen fuera común, Sole y yo seríamos felices, seguramente algo tan complejo y tan simple como dos personas enamoradas cuya unión fluye.  
Pero no me puedo enamorar de ella, porque en su coraza me avisa de antemano, me avisa y me amenaza, de que no se trata de que yo me enamore más o menos, porque ya no cree en el amor. Esa especie de ateísmo sentimental, me resulta algo ajeno, como algo que está ahí y que no está a la vez, como algo que expresa y siente dentro de una racionalidad que no acaba de encajar con lo que en ella hay de seductora y atractiva. Puede que no le falten razones para tomar esa solución. Sin embargo, no creer en el amor, es como no creer en uno mismo, es como decir no creo en algo que puede existir,  no creo en las puestas de sol, o en los amaneceres, en los momentos en los que se funde la noche con el día….es una formulación extraña, un sinsentido que me avisa que ni se me ocurra enamorarme, que ha decidido la soledad. También es cierto que no se esfuerza por seducirme, que intenta ser honrada aunque le quede un deje de seductora, como un instinto, una inercia de lo que es en sí misma, algo innato. Pero amor, no. No se puede amar bien, cuando hay demasiadas heridas.
“Todo el que ama es golpeado”, me dice, mientras las olas chocan contra las piedras y yo le digo que no, que eso no es amor, que eso es la guerra.  Ese pesimismo cósmico, esa coraza frente a las ilusiones, a la parte no real de la vida, me resulta una opción que puedo vislumbrar, pero que ha de salir fuera de uno para contemplarlo. Eso es el arte, le dije, es lo que necesita expresarse fuera de uno, para poderlo contemplar. Lo mismo pienso del amor, lo que necesita expresarse fuera de uno para verlo y sentirlo.  Pero te entiendo. Es tan fácil perderse por el camino, deambular por la ciudad, que los sentimientos nos atenacen, que te entiendo. Sé que no puedo enamorarme, y tú no puedes dejarme de gustar, es un hecho constatable, una energía que está ahí, y vale, de acuerdo, al menos podemos ser sinceros.
Empezaba el otoño. Vimos  las primeras hojas caídas de algunos árboles, con esa belleza que toman sus tonos en el suelo, y vimos cómo iban cayendo al suelo lentamente, flotando un poco, girando una y otra vez hasta caer de un lado o de otro.  Todas tenía un haz y un envés, y unas caían boca arriba y otras boca abajo, quizá el azar, un ligero soplo del viento, algo que le daba su posición exacta en el suelo. Nos sentamos en  un banco, observando el mundo y el paso del tiempo juntos, con esa Sole que no me deja enamorarme, pero que me da la confianza para contarle lo que quiera. Eso también me gusta, porque puedo expresar cualquier tontería que se me ocurre, una idea, un sentimiento inmaduro sin temor a que sea inconveniente, como quien baila a su ritmo por el placer de  bailar, por expresarse sin más. Son cosas en el aire, hojas en el aire que contemplábamos en silencio, un silencio activo y a veces atractivo.  Aún no había esa melancolía del otoño, sino que había la frescura bella del final del verano. Algunos surfistas iban camino de la playa, con sus tablas, oteando  las olas, con la mirada en el horizonte, intuyendo una posibilidad de disfrute y los cuerpos ágiles y decididos, agarrando sus tablas bajo el brazo. La ciudad empezaba a cobrar su ritmo. Unos chavales pequeños, se dirigían a sus partidos de futbol, con sus equipaciones recién estrenadas, con ansiedad por jugar, por estrenarse, por ganar. Había alegría, y esa magia de los días intermedios de las estaciones, de los momentos límite, de la belleza que adquiere un momento de unión de algo, de límite entre el verano y el invierno, de los colores que vibran, de las luces prolongadas. Allí con Sole, mi escéptica Sole, y las hojas cayendo…. -Imagínate que en cada hoja pusiera una palabra romántica-, le dije, por ejemplo amor, en otra hola, en otra te quiero, en otra te necesito….serían palabras bellas, palabras que necesitan ser renovadas y que se caen, de un modo hermoso. Aquel matiz era el comienzo de un optimismo creativo. Ahí había el comienzo de algo, como de un primer verso. Me empezaba a gustar la idea, pero Sole me insistía en su visión de quien no se rinde fácilmente, y me sugería que en otras hojas pondría   desilusión, temor, adiós….Por supuesto, Sole, así es, pero creo que no estarían en hojas diferentes, le dije siguiendo el  juego; creo que no serían hojas diferentes, que estarían en las mismas hojas,  que serían parte de lo mismo, que en una hoja por delante pone hola y en la vuelta adiós, que en otra pone palabra, y en su envés pone hecho, en otra pone amor y en su envés conocimiento, en otra fantasía y en el envés realidad….No podemos tomar solo las palabras de una cara para construir el amor. Esa es la desilusión. El amor,  es un momento de una palabra, un ciclo, una danza en la que podemos entrar, sabiendo que hay momentos y tiempos, que todo ha de estar en movimiento para estar vivo.
Me puso cara de duda, pero dudar era el comienzo de algo. A lo lejos veíamos los surfistas, la ciudad y su trama. La bella convivencia que se daba entre lo natural del mar y sus montes verdes, con la trama urbana racional y recta del ensanche burgués del diecinueve. El calor del verano, estaba en nuestros cuerpos, sin duda el amor pertenecía a la imaginación, pero se conectaba con la realidad por su envés, con otras palabras menos fascinantes, pero decisivas. Pensamos al ir caminando nuestras palabras, y nuestros reversos. Nuestras frases luminosas y oscuras. Lo que te apasiona, y lo que no. Lo que te viene desde el universo, y lo que viene de dentro de ti.  Fuimos con ellas paseando por el camino de la playa, descalzos, de nuevo hasta el Peine de los Vientos. Y en  hojas recién caídas escribimos algunas de esas palabras, para dar rienda suelta a nuestro deseo de que salieran volando por el aire, verlas perderse entre el verde y el mar,  mientras veíamos las olas chocando incansables contra las rocas. Por allí, entre el hierro duro, y el horizonte eterno, entre el oleaje repetitivo  y musical, aquellas palabras sueltas, desechas, olvidadas, esperaban, quizá algo de frío, algo de intemperie, un letargo, un  desprenderse de ellas, pero a sabiendas de que a ambos así, nos esperaría una mejor primavera en el horizonte.
Se me ocurrió quemar alguna, despacio y sin miedo, mientras veíamos arder amor, a la vez que temor en el reverso.  Al destruirse, pude ver que era parte de lo mismo, de lo que yo hubiera puesto en el envés de lo que amo.  Eso me daba cierto poder, y cierta responsabilidad. El amor ya no era algo tan externo a mí algo tan dependiente del exterior, de si hiciera bueno o malo, de si estuviera el mar surfeable o no. Nos regalamos ver juntos las cenizas de algunas palabras esparcidas por el aire.  Al verlas volar, vi en el aire esas palabras ya destruidas, el amor y sus cenizas volando, aquellas palabras de amor volando con sus reversos, fuera de mí, fuera de nuestro interior,  me hicieron sentir una nada a dónde agarrarme.  
Ellas sueltas adquirían cierta magia, unidas a las palabras del conjunto. Metidas en un tiempo y un lugar. Sin darme cuenta empezaba una historia nueva. El hierro retorcido, recibía las cenizas de aquellas palabras con naturalidad, sabiendo cuanto había de error, de duro, de áspero, de falta de esa suavidad que detectaba en el jersey de Sole. El mar, el oleaje, era una especie de música repetitiva, que me hacía sentir la vida de otra manera, palabras que se repiten sin cansarnos, palabras que necesitamos, que hipnotizan un poco, que te relajan, que te predisponen a unirte, a abandonar tu soledad. Al fondo el mar, el horizonte, algo que empezaba a divisarse como una posibilidad de nexo de unión, algo compartible contigo. La fuerza de las olas erosionando las rocas, la dureza de la piedra,  y transformándola en arena suave de la playa, donde tender una toalla que espera  toda la sensualidad de un cuerpo de mujer. Allí estábamos, Sole y yo, convenciéndola cada día de que amar merecía la felicidad que podía traer, no la pena. Solo si decimos adiós a nuestras palabras, podremos decir hola a un día nuevo. Entonces, palabras, que esperan a otras, que no pasa nada por destruirlas. Palabras, que llevan un reverso. Días nublados, que esperan a días soleados. Inviernos que esperan a veranos. Luces que conllevan sombras. Todo es uno. Quizá yo soy tu palabra y tú eres mi reverso.
Entonces vimos  el hierro, el hierro que había estado antes al rojo vivo, igual que el deseo, y el agua, constante, llegaba ahí apagando y templando ese deseo, que ya rígido e inerte quedaba de testigo para siempre. El interior de la tierra es magmático, incandescente y vivo. El nuestro también. Las zonas de destrucción de la tierra están al borde de los mares, y las nuestras al borde de nuestro mar, que es la soledad. Contemplar tu propia soledad, con signos, con esculturas, con oleajes y con horizontes, era como conocerla fuera de ti. 
Amar, era solo sincronizar todas aquellas palabras que habían salido volando por el aire. Amor, temor, miedo, palabras con reversos, palabras ocultas, palabras de un diccionario no alfabético que es el amor. Aquellas palabras volando, aquellas cenizas, eran el final de algo, un adiós, que también podía llenarse de belleza.
Al verlas por ahí sueltas te echaste a llorar. No querías en el fondo que se te escaparan, que una ráfaga de viento se las llevara, que pudieran ir a parar contra las rocas, contra el mar, contra los hierros,…te echaste a llorar, y entonces te abracé, y al sentir tu abrazo tan cercano, entendí que no era cierto tu ateísmo sentimental, que era solo cuestión de estar abierto a un nuevo curso, a recibir una estación, a seguir acompañando el tiempo, a dejar que soplara el viento, y que desordenara un poco tu vida, a jugar una nueva baza, a soñar despierta…. Volvían los chavales de sus partidos, algunos felices otros con la derrota en sus rostros….
Pero todos querían volver a disfrutar de otra oportunidad.
Los surfistas volvían con sus caras felices, agradecidos en ese cansancio placentero, que te otorga el haber sentido  el cuerpo dentro del mar.
Y tu yo, volvíamos a algo, con todas las palabras en el aire, esperando palabras nuevas, palabras que están esperando un otoño, un desprenderse, un soltarse, para que vengan otras nuevas, porque estas ya no nos valen, más que en la segunda vida que pueden ser los recuerdos. 


Fotografía: San Sebastián,Peine de los Vientos, obra del escultor Eduardo Chillida. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Septiembre en Madrid


Me gusta ver el año bajo la luz de septiembre, con esa prolongación de sus sombras en la tarde, como una prolongación alargada del verano, cuando el cuerpo se encuentra a gusto y agradecido de ese contacto cercano con la naturaleza que el verano regala, con la memoria cercana de haberse sentido inmerso en el agua del mar, el placer de los paseos en bici o las excursiones por la montaña. Necesitamos los descansos, pero también sentirnos abrazados por la naturaleza, acariciados por una brisa inesperada, por un paseo tranquilo al borde de una playa o un lugar ajeno a la actividad de Madrid.

Lo que uno desearía es prolongar esas escapadas, mientras Madrid nos espera a los de aquí como un destino inexorable, aquello que no sabemos que ha sido de él en nuestra ausencia, algo que no ha podido marcharse de sí, ese lugar donde el calor excesivo no es buen compañero para ningún trabajo, ni de todo lo que suponga esa carga de esfuerzo que las tareas y la lucha por la vida traen consigo.  
Pero una vez desalojado lo más excesivo del calor , uno desearía que no acabara este periodo, poder prolongarlo un poco más y compatibilizar mejor el trabajo con el descanso, el hacer con el reposo del hacer y ver en lo hecho cuánto hay de satisfacción y deleite, y cuánto hay de aquello que es mejorable o simplemente equivocado. La vida, si paras, te da una segunda oportunidad en todo. Y lo conseguido en algunos campos, solo es un  testimonio de que todo es posible, pero nada más que eso, porque hay que volver a empezar de nuevo, seguir aprendiendo con ojos nuevos y a seguir en muchas facetas vitales reconociendo que empiezas otra vez de cero.  
Así, este septiembre es nuevo, cambios que llegan, nuevos cursos de los hijos, nuevos proyectos y situaciones. No has vivido ningún septiembre exactamente igual. Cada día que empieza es nuevo al igual que este septiembre. Solo el miedo a lo desconocido, la corriente de las tareas programadas nos quiere meter septiembre en una rutina. Pero no es así. La ciudad, -tú ciudad- sigue viva  con sus pequeñas transformaciones de las que tú formas y puedes formar parte más de lo imaginado. Quiero no dar mi ciudad por conocida,  aprovechar para verla con la positividad que te ofrece el haber descansado. Hasta ella llega septiembre con un toque a comienzo, vida nueva de lo que empieza y  supervivencia de lo que resiste después de un verano.  Yo lo  prolongaría  en alguna  noche cenando cerca del río, o en la parte alta de la cornisa madrileña donde sopla la brisa al caer la tarde, en el desnivel tan agradable del paseo que va del templo de Debod hasta el  Palacio de Oriente, y llegar allí ya de noche a tomar algo por sus animados bares y sentir que el verano te sigue regalando la magia de poder estar cerca de las cosas, cerca del aire y del mundo.
Visto así,  septiembre fuera de lo programado para mí es un regalo, donde espero robar unas horas al trabajo, y poder recorrer y disfrutar la ciudad y sus cambios. Algunas son cosas nuevas, otras son zonas del pasado, barrios ya viejos, que vuelven a revitalizarse y a cobrar nueva vida a la luz de hoy. Igual con el arte, las lecturas y la música. El tiempo pasa de otra forma por la cultura, a veces sorprendiéndonos con algo que vuelve  a cobrar nueva vida en cada uno, hallazgos de aciertos que fueron de otro tiempo y que ahora me parecen que aún siguen vivos, como si mi lectura o mi escucha los rehabilitara cobrando segundas oportunidades, como esos barrios que encuentran nuevas posibilidades, nuevas formas de ser habitados, matices que en su momento se te habían escapado y que ahora captas como en las segundas lecturas de las cosas que te han gustado.  Al igual que es deseable un equilibrio entre el descanso  y la actividad, me gusta equilibrar el saborear las cosas bien realizadas de los que nos antecedieron, con la apertura a lo nuevo, a lo que está por hacer y que aún está germinando.  
Y en esa lectura viva que son mis pasos por la ciudad me gusta descubrir en ella cuanto hay de poesía y cuánto hay de supervivencia. La poesía la  encuentro en esas sombras alargadas, en los matices de la luz al atardecer, en los cielos que comienzan a ser un espectáculo, en los perfiles de los edificios contra un cielo mágico, o en la misma  salida del metro en la noche con gente dispuesta a divertirse y disfrutar de su vida y de sus amistades, de sus encuentros o de sus parejas, con la magia en el aire y en sus ondas. La supervivencia son nuestros trabajos, las infinitas preocupaciones, la ristra de facturas interminables, los problemas que nos atañen. Ninguno encuentra solución, en mi caso en el momento que lo deseo, por lo que sospecho que ambas cosas son vasos comunicantes, y que en un descanso, un encuentro, o en una puesta de sol, puede estar la clave de algo que afecta a la actividad y viceversa. 
Al final, la vida de uno, las ciudades, los países y el mundo son muchas tramas vivas, tejidos espaciales que se superponen, lugares  e historias que van pasando, y que al recorrerlas nos comunican algo; lugares donde la historia y el tiempo han ido dejando su memoria, dejando su testimonio como puntos donde se han desarrollado episodios que revelan que nunca nada fue fácil, pero también al tiempo descubrir que siempre quedó algo en forma de calle, de jardín o de arquitectura que fue hecho con talento y amor al oficio. Ya en el camino de vuelta a casa y con esa magia que permite un paseo a la luz de la luna y a la brisa del aire de la sierra, después de haber compartido vino y mantel en buena compañía, uno disfruta aún más del aire libre, de seguir paseando y dejarnos sorprender ante  la imponencia del Palacio Real vacío e iluminado, que se llena, con las canciones de unos  músicos que están interpretando  una pieza con aires de romanza italiana en plena noche dejándonos impregnar un poco por esa  poesía que es necesaria para saborear la vida y el tiempo. Son jóvenes, al violín y al contrabajo, mientras que un tenor lanza su voz grave y medida directamente a la fachada vacía del palacio deshabitado. Son buenos músicos, que no se si tocan por placer o por sobrevivir. Seguramente las dos cosas. Y entre esas dos cosas quiero que se mueva mi septiembre, el placer de vivir y la supervivencia de las cosas, como dos tramas de la misma realidad, como dos caras de la luna, que se comunican, que se respetan, que se quieren, y que quieren convivir.
fotografía: puesta de sol en el parque del Templo de Debod.(Madrid)

domingo, 21 de julio de 2013

soltar tu tierra (cuento)


Hoy día libre en el grupo. Cada uno aprovechará  para hacer sus compras, o visitar aquello que desee por su cuenta. He quedado con Virginia a desayunar cerca del puerto, en unas terrazas donde sopla una brisa muy agradable, y donde podemos regalarnos el lujo de un  desayuno tranquilo viendo el mar con la expectativa del día libre por delante. Hablamos de todo, de su vida y de la mía. De su proceso hasta darse  cuenta de que ha sido víctima de una relación con su pareja en la que ha bordeado el maltrato afectivo. De sus sentimientos de culpa por no saber que ha podido fallar en ella y de haber llegado  hasta esa  situación.  “No te imagines a mi ya  ex marido como alguien horroroso”, me dice, “sino alguien que tiene dos caras no siempre visibles, como la luna, quizá como la vida misma. Tiene un lado seductor, amigable que sabe ganarse a la gente y otro diferente  más privado de aquel que  no se consiente un fracaso, un  lado castigador y duro, como si yo fuera responsable hasta de un mal día suyo, o de algo en lo que él no ha triunfado. Solo acepta ganar, y ha hecho de la vida sólo un combate contra el otro, en el que comprobar que siempre gana. A mí misma me trata así, alguien a quien batir constantemente, solo para sentirse ganador. Pero no quiero hablarte mucho de esto…”me dice. “Al fin y al cabo, necesitaré un especialista”.
Si así lo veo. Los amigos podemos entendernos y querernos pero no podemos sustituir los lugares ni las personas adecuadas para cada cosa. No quiero hablar mucho yo tampoco, porque temo equivocarme, y sin embargo quiero que se sienta entendida y apoyada en lo que esté de mi mano. Cambiamos de tema y me habla de su profesión de escultora.  Me intereso por su mundo creativo y me propone que busque su web, para que vea lo que hace. Saco el iPad, y tecleo su nombre…Virginia Galich, y ya aparece; me encantan sus creaciones, sutiles, con un lenguaje que me resulta cercano. Me tantea a ver  que me parecen, pero ella sabe que lo que hace está bien. Me dice que en ellas la gente siempre ve lo que previamente está dentro de cada uno. Su trabajo, tiene un efecto de espejo, de lámina de agua  donde verse reflejado, un desvelar cosas que están ahí, evidentes, pero que no vemos. “ Solo vemos lo que queremos. Y lo peor es que nadie puede salir de esto, ni tú ni yo. Yo misma, no he visto bien, y eso me hace sentirme mal, en mi vida afectiva”. Ese mezclar la afectividad con el arte también me resulta cercano, quizá lo encuentro más evidente en la música, al fin y al cabo todas las canciones relatan sentimientos y la mayoría de amor, pero también se da en otros campos de la creación artística. Virginia me dice, que seguramente yo veo lo que llevo dentro, y que otros ven en lo mismo  dinero, oportunidad, o no ven nada, porque están a otras cosas.
Los infinitos mensajes del  mundo son como las conversaciones de los móviles, todas se cruzan de un modo invisible, y cada una llega precisa a su destino. El arte es una conversación, un lenguaje entre la gente que lo habla, aunque a veces se convierte en testigo fiel de un amor o de una amistad como esas fotos que se suele hacer la gente en Roma delante de las esculturas de la Fontana de Trevi. El amor también es un  lenguaje de afectos, de conexiones y emociones muy misterioso capaz de ocupar muchas horas de una mente, tanto para construirlo como para deshacerlo.  Estoy a gusto con Virginia, aunque ella no lo está del todo. Vemos unos niños jugando y correteando y ambos nos miramos pensando en los niños que fuimos, en lo presente que se nos ha hecho aquel verano. Me dice que había pensado en eso muchas veces cuando se sentía en crisis con su pareja, en mirar la niña que fue, y donde se había dejado esa niña en el camino de su vida. Me habla de sus recuerdos de Galicia, de cómo se quedaba abstraída con las mareas de aquella playa, de cómo se daba cuenta de que la percepción de la realidad de las cosas no era algo tan claro, porque aquel mar que ella veía por la mañana era diferente por la tarde, con una extensión muy grande de arena que dejaba al descubierto cosas que unas horas antes estaban dentro de aquel mar.  

Me dice que se va en un vuelo antes que el grupo lo haga ya que necesita llegar pronto a Madrid. Va a hacer unas compras, en el mercadillo de Santa Cruz de la Palma  y que si acaso nos vemos en el aeropuerto más tarde…. Me quedo un poco fuera de juego, pero lleva algo de prisa y no quiero entretenerla. Llamo al chico que se había recorrido medio mundo y me dice que están varios del grupo en unas piscinas naturales que hay frente al mar, un sitio increíble en el que te puedes bañar en mitad de las rocas. Vuelvo al hotel a por el bañador y me voy para allá en un autobús que se toma al lado y que te conduce hasta las piscinas.   
Hay una variedad de azules del agua muy sugerentes, con aguas que casi se conectan con el océano, remansadas en pequeños diques y en las que te puedes bañar. Me reúno  con los de la ONG, y el chico que había recorrido medio mundo y hablamos de un montón de cosas. Hay gente que se tira en plancha desde una altura considerable y me entran ganas de recuperar mi pasado de deportista y hacerlo también. La mozambiqueña se atreve con todo y se tira , con una facilidad increíble mientras su pareja le hace fotos. Yo no me acabo de atrever a pesar de que lo veo factible. Mientras veo a algunas personas tirarse, recibo en el móvil un whatsapp y compruebo que es de Virginia.  Entre otras palabras cariñosas me envía un texto anónimo que le había gustado especialmente a ella  hacía muchos años cuando se fue a Londres con lo puesto a estudiar arte, y en la que tuvo que vencer el miedo a sentirse sola y a enfrentarse a la vida.   

« A veces hay que ganarle tierra al mar y otras veces soltar tu tierra y adentrarte en algo desconocido. Perder la rutina que te ata, cuando te da señales de que te está atando mal y que no te está dejando crecer. Que difícil desatar aquello a  lo que nos agarramos y que nos agarra.  Al fin y al cabo es el anclaje en la tierra, tu propia tierra,  las raíces necesarias para crecer y hacer una vida estable. Pero hay otras ocasiones en que el espíritu, nos empuja a otro sitio a lo desconocido al mar, al desierto, o a un país extraño, a un sitio sin caminos trazados, o a una aventura inexplorada. Esa es la vida, aferrarnos, enraizarnos, y soltar para vivir de nuevo. Perder para luego ganar. Caerse para volver a levantarse. Saber cuándo soltar, y cuando agarrarse  a algo. En definitiva,  Arriesgarse
Y eso hago…me quito el niki y  me tiro al mar volando y sintiendo en ese momento recuperar sensaciones de muchos años atrás.…Luego ya en las rocas releo ese texto que tanto me ha gustado y al ver ahí a mis amigos del grupo me doy cuenta de que nos hemos juntado personas donde todo eso es real. Veo al de la  ONG, y me resultan  totalmente familiares estas palabras. Al fin y al cabo es lo que ha hecho. Arriesgar su vida desde su esencia. Desde lo que es sin pararse a dar poder a otras cosas. También el  chico que ha recorrido medio mundo y que sabe lo que es el desapego, la vida de nómada de ojos abiertos al mundo cuyos paisajes y gentes parecen viajar consigo.   

Ahí estamos disfrutando de esas piscinas naturales y algo sorprendido de esa recuperación imprevista de cosas de mi pasado. Me vuelvo a meter en el agua y al salir  escucho la llamada del móvil, y es Virginia, que está ya en el aeropuerto, que le queda algo de tiempo y que si quiero podemos tomar algo juntos antes de que salga su avión. Sin pensarlo más llamo a un taxi que me acerque hasta allí, y hago el camino de vuelta que ambos habíamos hecho juntos al llegar a la isla, esta vez hacia el mar, y con la ventanilla bajada, sintiendo la brisa en mi brazo y en mi cara y deseando verla de nuevo.
Me espera ahí, con su equipaje, y un traje como más intencionado que se ha puesto, que deja entrever  más  lo armónico de su cuerpo. Aún le queda tiempo, y me propone comer juntos, ahí mismo en un bar al aire libre que queda casi lado. Tomaremos algo rápido, y hablamos sin querer iniciar una conversación muy larga porque no queda demasiado para que tenga que embarcar. Viene el camarero a ver si ya sabemos que queremos, pero aún ni lo hemos mirado, porque aún seguimos mirándonos más a nosotros mismos, descubriendo de cerca y a la luz del mediodía nuestros ojos. Pedimos unas cervezas, aunque las temo, como o quien teme demasiada sinceridad en las palabras que pueda decir. Hablamos, pero a los dos nos gustan nuestros silencios, en los que estamos en los ojos del otro, en su interior profundo. Es la paz de sentirnos conectados sin más. Entonces, llega un pajarillo de colores que nunca había visto, y se posa en nuestra mesa, como si ya nos conociera de antes, nos mira, y se queda un rato con nosotros sin miedo. Al rato se aleja, y los dos nos quedamos sorprendidos de su presencia tan cercana. Virginia me cuenta que en breve se va a marchar fuera de España. Se va a ir sola a un lugar donde intuye que puede formarse de nuevo, y avanzar en su profesión de escultora; quiere irse a Méjico  país por el que siente una atracción especial.  Yo me sorprendo de ese desapego, de esa facilidad para marcharse de los sitios, de esa capacidad de soltar que tiene. Me gusta y a la vez me entristece saber que a corto plazo no la voy a volver a ver.  Ya es la hora de irse, y le acompaño hasta la puerta de embarque. Nos despedimos y me abraza con cariño, y siento  en esos segundos largos, una cercanía muy especial con alguien, por ese carácter misterioso que toma la vida y sus presencias que a veces adquieren  un valor diferente; presencias que además de disfrutarlas y sentirlas, debo de interpretar, al igual que los acontecimientos y  las sorpresas, o algunas cosas muy buenas o muy malas que nos ocurren, que nos hablan de nosotros mismos; cosas que pueden sorprenderme a las a las que siempre pretendo darle un significado, como el hecho de que nieve fuera de temporada, o que haga calor en invierno, como el hecho de que alguien se haya torcido un tobillo,  caído un vaso, o  darme un golpe con la parte de atrás del coche por no haber mirado bien. Sabía que aquel encuentro con Virginia no era solo casualidad, sino que  precisamente ahora, el destino nos brindaba una nueva oportunidad a los dos. Me preguntaba qué significado podía tener yo en su vida, acaso un referente en su memoria, acaso una idealización de saber que existen hombres capaces de bucear en el alma de una mujer, de interesarse por el universo que constituye cada persona, de saber captar la inmensa belleza de su interior, de dejarse también sorprender y recuperar la sensación de que el amor no es un guion preestablecido, que cada historia es única como nosotros  mismos.

Al abrazarme, sentía una mujer increíblemente cercana, incluso en su manera de acercarme su mano, una mujer increíblemente capacitada para amar, y a la vez, advertía sus defensas, su punto cerrado, inexpugnable, su yo difícilmente conquistable, su territorio que creo que no era otro que el de su propia libertad. Advertí, que era posible dentro de una sola persona, estar configurado de cosas dispares, de amor y rigor, de cariño y distancia, de agua y de tierra, de una humildad que quiere siempre aprender y conservar unos ojos abiertos capaces de interpretar el mundo, y a la vez de un punto de cierre de quien se sabe especial , de quien quiere dejar claro que no va a entregarse a un amor plegado, de que a pesar de un enamoramiento conoce bien su destino y sabe que no le merece la pena entregarse a las aficiones del otro

Así la vi, al despegar el avión hacia el cielo. Alguien que se iba, con la que la suerte no me iba a dejar compartir de un modo convencional mi vida. Virginia era libre, imprevisible, inatrapable. Era libertad en sí misma. Aquella atracción inocente de la niñez, seguía viva de un modo que no sabía interpretar ahora, quizá la unión de encontrarse de nuevo en momentos iguales de la vida, quizá la energía potencial de saber que puedes compartir cosas, quizá un enamoramiento precipitado por los aspectos casuales de nuestro reencuentro. Me imaginaba la posibilidad de haber compartido con ella las cosas que me gustan de Madrid, las cosas que echaría de menos si me yo me fuera a vivir otro sitio, asistir a conciertos juntos, a los bares y a los sitios con encanto , al restaurante de la terraza de arriba de la UNED, desde el que se tiene una perspectiva de los tejados de Lavapiés, o al restaurante alto de Caixa Fórum con su jardín vertical desde el que se ve la Castellana y en el que puedes sentirte  un poco turista en tu propia ciudad, o bien ir juntos a la terraza del Circulo de Bellas artes y hacernos unas fotos bajo la diosa Minerva, o descubrir los rincones del Parque del Capricho y perdernos en el tiempo. Luego caminar y recorrer Madrid y compartir nuestras búsquedas  en sus librerías, en sus tiendas o simplemente indagar juntos y descubrir  lugares y tiempos que no son conocidos pero a los que la intuición te conduce, seducido por una señal, un instinto compartido que no es fácil encontrar. Me imaginaba la posibilidad de dejarme llevar por ella a sus sitios especiales de la ciudad, ver juntos las puertas del Prado de Cristina Iglesias, con ese punto mágico de la escultura inerte que parece que quiere cobrar algo de vida.  Seguir caminando  y ver Madrid desde  esas azoteas, lugares altos desde los que tienes una perspectiva diferente del lugar que te ha visto nacer y vivir; sí, porque ese era el asunto, imaginar y amar tenían un punto de conexión que alcanzaban a ver  también  tu ciudad de otra manera; comprobar que no era el objeto lo que nos resulta atractivo, ni siquiera la propia ciudad que te podía gustar más o menos, sino que era la transformación interior que uno siente a través del amor, la que te permitía ver todo de una manera muy diferente, porque ese amor se extendía a todo aquello que imaginaba compartir. Compartir el deporte, las excursiones en bici, correr, o soñar con más viajes, hacer surf en Marruecos, atravesar el Atlas, o simplemente sentarnos en las plazas de Madrid y ver a los skaters saltando y soltando con estilo sus monopatines. Ir juntos que se yo, a una charla, una conferencia de literatura en la Juan March, darnos el lujo de escuchar un cuarteto de cuerda, disfrutar de  una noche de jazz con más amigos, con esa armonía base en la que de repente comienza una improvisación, para luego volver a la rutina, a la necesaria trama. También ahora me interesaba apoyarla en su propia vida, interesarme por ella, por su proyecto no coincidente y que pudiera sentir mi apoyo, procurando ser  una historia positiva en su vida.

Me daba cuenta de que esas azoteas que quería compartir con ella tenían que ver con la distancia y la altura que te proporciona la edad, en la que puedes ver tu vida más completa con otra perspectiva. En la que puedes interpretar cosas de tu niñez o de tu juventud que antes sólo te habías limitado a vivir sin más, tal como venían inmerso en la actividad diaria, como cualquier persona a la que veías caminando desde arriba.  Virginia era la segunda oportunidad que me regalaba la vida de comprender mi propia vida, de lo que yo había vivido. De comprender mis edades un poco de golpe, como quien hace un zoom muy grande y puede tomar consciencia de un modo más completo  de todo aquello que has amado.
Ella fue testigo de mi adiós a la niñez, y ahora ha debido de venir no a quedarse conmigo sino a enseñarme a no tener miedo a saltar al mar. A saber que nunca puedes dejar de esforzarte. A saber que como en el jazz tienes que tener una base o una trama en la que apoyarte pero también saber salir de ella e improvisar. Que no debes caer en la rutina, en definitiva de no tener ningún miedo, ni a ella ni a la libertad. En un rato nos iremos ya todos. Me he despedido de mis compañeros de grupo. Nos damos los teléfonos, los FB, con ese sentimiento de unión que seguramente desaparezca en pocos días. Le doy un abrazo al de la ONG  y a su pareja, personas por las que  siento cercanía y cariño, y él  me anima para que vaya alguna vez por ahí a través de una posibilidad que llaman vacaciones solidarias.  Los portugueses quedan en colgar las fotos en Dropbox  para que las podamos ver todos. Las tres chicas, se despiden de mí correctas pero algo ausentes, la noruega me da su tarjeta de terapias alternativas por si alguna vez quiero visitarla en Barcelona. Nunca se sabe…. El chico que se ha recorrido medio mundo se percata de que estoy solo, y con un punto de complicidad me dice que ahora puedo recorrer el mundo y que su siguiente viaje previsto es al Nepal… otra vez nos hace sentirnos cómodos manifestando el mismo humor en los adioses que en lo holas, como un experto de la vida de ir y venir, de quien sabe que nada puedes atrapar en esta vida para siempre.

Solo falta Virginia, que al igual que en el autobús, me ha querido dedicar una despedida especial a su manera.  Me siento a gusto, me alegro de haberme apuntado a Ecologic_us. No sé qué será de mi vida, pero le tengo menos miedo al futuro y al pasado.
No me importa volver a Madrid. No soy de los que sueñan vivir constantemente en otro sitio. Quiero seguir amando mi ciudad, sus lugares y las personas que me he encontrado allí. Quiero ver mi vida y mi ciudad ahora con ojos diferentes, redescubrirla de nuevo, con esa mirada que siento nueva…. Algún día el espíritu puede que me mande lejos de aquí, y que sienta cierto miedo de dejar lo que aquí soy. Sé que me acordaré de  nuevo de Virginia, y sabré que ella me sorprenderá justo en el lugar al que el destino me lleve, solo para darme la bienvenida y uno de sus especiales abrazos, para aparecer cuando yo no lo espere, para ser testigo de que he saltado de nuevo o de que me he soltado sin miedo de algo que me sujetaba ya mal, y que después de no sé cuántas caídas, de haber perdido cosas y afectos, descubrir sorprendido que me he agarrado en algo que también me estaba esperando, y que por nada del mundo ahora desearía perderme.

lunes, 17 de junio de 2013

no lo volveré a hacer más (cuento)

«Fue el verano del 75 en Galicia, en este mismo mar y en otra playa donde yo con 12 años había conocido a Virginia. Era un niño, quizá justo en ese momento tan mágico en el que tienes que decirle adiós a la niñez y hola a otras cosas, como a ese deseo tan típico de querer ser más mayores, a esa sensación irrepetible de que se te quedaran cortas las mangas  del jersey, o el ir comprobando cómo poco a poco ibas llegando a un botón más en los números del ascensor. En ese inolvidable verano yo había conocido a Virginia que era una niña habitual en nuestra pandilla. La veía algunas tardes jugando o cogiendo caracoles en un campo cercano a donde nos alojábamos; también subía a nuestro apartamento las tardes de lluvia, en el que nos juntábamos varios niños con algún juego de aquellos años como el parchís, el natur memory o bien echando un burro con las cartas. A veces coincidíamos en la playa, sobre todo  los días que hacía  bueno en los que disfrutábamos inventando aventuras por las rocas cercanas,  donde ella se movía como pez en el agua;  también recuerdo coincidir alguna vez en la panadería de aquel pueblo donde te podías comprar alguna cosa de las que te hacen ilusión a esa edad como  un chicle de esos planos y alargados que podías ir partiendo, una chocolatina, o cualquier otra golosina de aquellos años. Virginia y yo nos gustábamos, pero éramos niños. Uno casi no es consciente de ese amor, pero nos buscábamos el uno al otro de alguna manera en los juegos, o  detrás de los setos cuando con toda la pandilla jugábamos al  escondite. 

La última tarde de aquel verano, el 30 de Agosto, el día anterior a nuestra marcha, no me quise echar la siesta, y me escapé sin que se enteraran mis padres a un bar que quedaba en la zona alta de la playa, desde la que se contemplaban las olas, la magia de las mareas, la bandera que casi siempre estaba roja. Me metí en aquel bar, que estaba absolutamente vacío con la única intención de escuchar una canción de una máquina que funcionaba con monedas, y de la que podías seleccionar entre veinte o treinta discos de aquel verano. Me metí un poco furtivamente, el camarero medio adormilado y apostado en la barra me miró pero no dijo nada y yo eché mi moneda y miraba hipnotizado como iba a caer  el disco que había seleccionado, con un mecanismo que me tenía fascinado.
En el mismo momento que iba a caer el disco, me llegó una voz desde mi espalda que me dijo “hola”. Me giré, temiendo que alguien iba a regañarme, y no sé qué fue más impactante, porque a quien vi fue a Virginia delante de mí y sola en el mismo momento que comenzaba la balada. Quise hacerme el mayor y nos pusimos a bailar juntos, agarrados levemente el uno al otro durante toda la canción,  mientras el camarero nos miraba sin decir palabra. Casi me da vergüenza decir que la canción que sonaba era “El Jardín Prohibido”, de Sandro Giacobbe que estaba de moda aquel verano, y que a esa edad  ni sabía de qué trataba.  Perdí el sentido del tiempo, en aquel disco que giraba a la vez que nosotros;  mis ojos veían primero el mar y la playa vacía, luego la máquina de discos y luego el camarero medio adormilado en la barra, y así una vuelta detrás de otra sin atreverme demasiado a mirar a los ojos de Virginia. En la última vuelta me miré los pies, las mangas del jersey, el pantalón bermuda, y noté que yo había crecido, y que tenía que decir adiós a la vez a varias cosas, a mi niñez, al verano del 75, y a Virginia,  de la que no volví a saber nada en mi vida, hasta ayer que sin saber que era ella coincidimos en el autobús. »
 
He estado escribiendo esta historia mía con Virginia esta mañana, mientras el grupo y ella se han ido a El Bosque Encantado. He preferido quedarme aquí en el hotel, descansando y escribiendo mis recuerdos. En un rato vendrán, un poco eufóricos de todo lo que han visto, un poco cansados de tanto caminar, y es verdad que me lo he perdido pero no me ha importado quedarme y poder revivir todo esto. Entonces Virginia llega y me pregunta que qué tal, que qué he hecho, y le enseño el relato. Lo recuerda muy bien y me susurra al oído “te hubiera comido a besos” y se marcha a su habitación y me deja ahí solo. En un rato bajaremos con el grupo a cenar en el jardín, bajo una pérgola muy agradable que hay en la parte delantera del hotel, desde la que se ve el mar. No me acabo de creer lo que me está ocurriendo, y me meto en la ducha a ver si me espabilo. Mientras el agua me resbala por el cuerpo, no se me va de la mente eso de “te hubiera comido a besos” que como un caramelo en la boca no quiero que se acabe pronto. Por la ventana solo veo el cielo de una noche luminosa, llena de estrellas y la luna. Me estiro y me agarro por detrás al quicio de arriba de la puerta  y compruebo que todo es real y un sueño a la vez, sin que yo pueda manejar la frontera entre lo uno y otro y con cierta sensación de que no acabo de despertar. Entonces Virginia me da un toque a la puerta, que baje a cenar ya, que están todos abajo.    
La sigo viendo con ese cambio que detecté ayer, cuando ocurrió lo del volcán, con ese cambio que la rejuvenecía de golpe, y del que fui consciente cuando estábamos en el baile de la fiesta local. Ahora soy yo el que veo todo diferente, no sé si habré cambiado por fuera, pero veo todo más luminoso, en una noche muy agradable, donde sólo sentir ese placer de la brisa con su aire húmedo, me resulta un regalo más en esta gratuidad en la que me voy  desplazando.

Por fin bajo y me he sentado a su lado, en un  hueco que me había dejado, y estoy sentado en una mesa con el de la ONG y su pareja mozambiqueña, con el chico que se había recorrido medio mundo, la pareja portuguesa, y con las tres chicas compañeras de trabajo que hacían vida propia en el grupo pero que parece que empiezan a integrarse un poco. Enseguida ha fluido la conversación. La gente es muy agradable, y hay un ambiente de confianza que se va logrando gracias a los detalles  del chico que se había recorrido medio mundo, que tiene una habilidad especial en hacernos sentir a gusto.  Una de las tres amigas del trabajo le  pregunta  que si tiene novia y dice que no, que por el momento prefiere estar sólo, pero que ese tema nunca es fácil para él que viaja tanto. Ha contado un poco algo de su última historia y hábilmente ha devuelto la pregunta al grupo, sugiriendo que contásemos como nos habíamos conocido las parejas que estábamos allí presentes.
Empezó el de la ONG y la mozambiqueña. Se había separado de su esposa hacía años y se puso a trabajar  en Mozambique donde conoció a esta chica. Su esposa estaba siempre de mal humor, un poco amargada de la vida, y él decidió separarse más que nada porque veía que se estaba contagiando de algo que no reconocía como suyo. A ambos les había unido años atrás un deseo de ayudar a los demás, pero con el tiempo esto no era exactamente así, pues en ella podía más una inercia materialista y muy aburguesada, que generaba un punto de reproche constante hacia el de la ONG, por no ser suficientemente hábil para ganar dinero con su constante preocupación por arreglar el mundo y pensar en los otros. El caso es que un día el de la ONG se hartó de esa situación, de que se  pusiera en constante tela de juicio lo que él era  de verdad y rompió  la relación, con cierto escándalo para la familia de origen de ella, que era la principal causa de un conservadurismo que cada día chocaba más con lo más íntimo de su forma de ser. Se fue de colaborador a  Mozambique y allí  conoció a su nueva pareja, siempre sonriente, siempre positiva, con una alegría y una entrega contagiosa. Los vi muy felices.

La pareja portuguesa también nos contó algo, un poco más sosos, pero no estuvo mal. Eran jóvenes, aún sin niños, y se les veía a gusto, pero tampoco enamorados lo que se dice enamorados el uno del otro. Les unía más bien la afición  y sus gustos comunes, la pasión mutua por los viajes, la fotografía  y la aventura.
Luego habló Virginia y nos contó que ella estaba casada pero que quería separarse, y que este viaje significaba mucho para ella  porque era su posibilidad de encontrase consigo misma. Nos explicó que sencillamente se sentía dominada en vez de querida por su marido, y que había perdido toda ilusión, toda capacidad de reconocer en si misma aquella persona que antes había sido.

Luego hable yo y les conté la relación tan fugaz que me unía a Virginia y como nos habíamos conocido muchos años atrás, en ese relato de Galicia con la canción del jardín prohibido. La mozambiqueña no conocía la canción, pero el resto sí. El chico que conocía medio mundo la buscó en el navegador de su móvil, y la puso ahí en medio de la mesa para que la oyera. El comienzo habla por si mismo: “esta noche vengo triste y tengo que decirte que tu mejor amiga ha estado entre mis brazos.” Las chicas que hacían vida propia, no parecían interesarse demasiado, pero si el de la ONG y el chico viajero que me miraban con cierta coña. Entre todos se pusieron a discutir si el chico se merecía  ser perdonado o no por su novia, si mostraba un arrepentimiento real o sencillamente era un jeta que además le echaba la culpa a la amiga por provocarle. Una de las chicas dijo que si a ella una amiga le hace esto  no le vuelve a hablar en su vida. Bueno, ahí los dejé discutiendo, la canción de Giacobbe y mientras decidían si la culpa era de él o de ella, yo aproveché para tomar de la mano a Virginia, y acercarnos hasta la zona delantera del jardín desde la que se veía el mar.
Entonces avanzo unos metros con ella, vemos la luna y las estrellas de un cielo muy despejado, y es como si me hubiese vuelto de pronto el niño que hubo dentro de mí. Ya no le  pregunto que es de su vida, pues me lo comunica con su rostro y sus ojos. Yo la miro, y veo a la vez en ella esa niña del verano que está en mis recuerdos y esa mujer adulta, que ciertamente no se parecen. Es como si ambos nos hubiésemos dejado aquellos niños que llevábamos dentro en el bar de Galicia. Le agradezco tanto que me haya traído ese recuerdo, que ahora lo percibo como actual en mi propia vida. Miro las estrellas, el tiempo, el mar de la isla que debió de cubrirlo todo hace millones de años. Me doy cuenta de que comparado con ese tiempo no hay tanta distancia a nuestra niñez. Es casi como si estuviera al lado. Y ahora Virginia de cerca es un cielo, no me hace falta mucho más rato para saberlo. Me doy cuenta de que siento amor por ella, y por todo. Ella aún tiene un poso de tristeza, y sin embargo su sola presencia me cura de muchas cosas. Los del grupo aún siguen discutiendo lo de la canción,  y entonces yo le tomo de nuevo la mano a Virginia, y ambos sentimos un amor que nos desconcierta, que no sabemos en qué consiste, del que no queremos prometernos nada a excepción de no volver a dejarnos nunca más en nuestras vidas aquellas  ganas de vivir,  esa  curiosidad infinita,  y la bella alegría de nuestra niñez.