Cuando sopla el viento uno puede tener la
sensación de desorden, de que algo vuela y se escapa de un modo azaroso y
descontrolado; pero a poco que uno vaya conociendo al viento, se da cuenta que contienen un orden, que tienen su ciclos, su insistencia, su repetición,
e incluso su forma propia de ser.
Allí donde sobra el viento, uno puede
buscarlo, conocerlo y nombrarlo. Siempre me han gustado los nombres de los
vientos, la identificación de algo tan intangible como es el movimiento del
aire; los vientos alisios, los monzones, el levante.
Allí donde sobra el viento, hay dos
elementos que se potencian, la creatividad y la locura. Hay artistas que
encuentran su momento de inspiración en plena tramontana, encontrando el
torrente creativo que anhelaban. En otros casos el viento es tan fuerte, que
directamente lo asociamos a un comienzo de locura, como el viento solano, o el siroco
del desierto.
Quizá uno busca allí donde sobra lo que
anhela por que le falta. Algo tan intangible y tan esencial como
el aire, puede ser motivo de búsqueda, de sentirlo de modo visible. De
perseguir el aire, hasta conseguir hacerlo visible.
Persigo el aire y las huellas del viento,
como si el aire tuviera más vida por moverse, por ir de un lado a otro y nosotros agarrados a él, con una tabla, un velero, algo que nos
haga estar lo más cerca posible de su ser, de su vitalidad, de su libertad, de la consciencia de que todo
el amor y la locura viajan a través suya.
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