Voy corriendo
descalzo a última hora del día por la arena de la playa, sin más música, que
hacerme consciente de mis pies y del oleaje, dejando que su sonido, me cure de
cualquier cosa que yo mismo ignoro, igual que las aves ignoran el mecanismo
del vuelo, o las razones de su propia belleza.
Puede que me cure del ruido acumulado de la ciudad; del ruido de la televisión, de la música a todas
horas, o de los sonidos estridentes en las tiendas que revuelven tu ansiedad.
Dejo que los
sonidos de las olas y su compás me vayan relajando envolviendo en su música,
consiguiendo crear en mi un efecto en el que la mente encuentra una paz y un
estado similar al que me produce contemplar algo que consiga atraparme o
envolverme en su ser, como el fuego de
unos troncos ardiendo en la chimenea, estar cerca de un río fluyendo, o de un
crío pequeño que duerme tranquilo.
Escucho el
oleaje, mientras siento mis pies al correr en la perfección de la arena,
escucho esa música, el ir y venir del agua, el latido del mar…
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