jueves, 5 de septiembre de 2013

Septiembre en Madrid


Me gusta ver el año bajo la luz de septiembre, con esa prolongación de sus sombras en la tarde, como una prolongación alargada del verano, cuando el cuerpo se encuentra a gusto y agradecido de ese contacto cercano con la naturaleza que el verano regala, con la memoria cercana de haberse sentido inmerso en el agua del mar, el placer de los paseos en bici o las excursiones por la montaña. Necesitamos los descansos, pero también sentirnos abrazados por la naturaleza, acariciados por una brisa inesperada, por un paseo tranquilo al borde de una playa o un lugar ajeno a la actividad de Madrid.

Lo que uno desearía es prolongar esas escapadas, mientras Madrid nos espera a los de aquí como un destino inexorable, aquello que no sabemos que ha sido de él en nuestra ausencia, algo que no ha podido marcharse de sí, ese lugar donde el calor excesivo no es buen compañero para ningún trabajo, ni de todo lo que suponga esa carga de esfuerzo que las tareas y la lucha por la vida traen consigo.  
Pero una vez desalojado lo más excesivo del calor , uno desearía que no acabara este periodo, poder prolongarlo un poco más y compatibilizar mejor el trabajo con el descanso, el hacer con el reposo del hacer y ver en lo hecho cuánto hay de satisfacción y deleite, y cuánto hay de aquello que es mejorable o simplemente equivocado. La vida, si paras, te da una segunda oportunidad en todo. Y lo conseguido en algunos campos, solo es un  testimonio de que todo es posible, pero nada más que eso, porque hay que volver a empezar de nuevo, seguir aprendiendo con ojos nuevos y a seguir en muchas facetas vitales reconociendo que empiezas otra vez de cero.  
Así, este septiembre es nuevo, cambios que llegan, nuevos cursos de los hijos, nuevos proyectos y situaciones. No has vivido ningún septiembre exactamente igual. Cada día que empieza es nuevo al igual que este septiembre. Solo el miedo a lo desconocido, la corriente de las tareas programadas nos quiere meter septiembre en una rutina. Pero no es así. La ciudad, -tú ciudad- sigue viva  con sus pequeñas transformaciones de las que tú formas y puedes formar parte más de lo imaginado. Quiero no dar mi ciudad por conocida,  aprovechar para verla con la positividad que te ofrece el haber descansado. Hasta ella llega septiembre con un toque a comienzo, vida nueva de lo que empieza y  supervivencia de lo que resiste después de un verano.  Yo lo  prolongaría  en alguna  noche cenando cerca del río, o en la parte alta de la cornisa madrileña donde sopla la brisa al caer la tarde, en el desnivel tan agradable del paseo que va del templo de Debod hasta el  Palacio de Oriente, y llegar allí ya de noche a tomar algo por sus animados bares y sentir que el verano te sigue regalando la magia de poder estar cerca de las cosas, cerca del aire y del mundo.
Visto así,  septiembre fuera de lo programado para mí es un regalo, donde espero robar unas horas al trabajo, y poder recorrer y disfrutar la ciudad y sus cambios. Algunas son cosas nuevas, otras son zonas del pasado, barrios ya viejos, que vuelven a revitalizarse y a cobrar nueva vida a la luz de hoy. Igual con el arte, las lecturas y la música. El tiempo pasa de otra forma por la cultura, a veces sorprendiéndonos con algo que vuelve  a cobrar nueva vida en cada uno, hallazgos de aciertos que fueron de otro tiempo y que ahora me parecen que aún siguen vivos, como si mi lectura o mi escucha los rehabilitara cobrando segundas oportunidades, como esos barrios que encuentran nuevas posibilidades, nuevas formas de ser habitados, matices que en su momento se te habían escapado y que ahora captas como en las segundas lecturas de las cosas que te han gustado.  Al igual que es deseable un equilibrio entre el descanso  y la actividad, me gusta equilibrar el saborear las cosas bien realizadas de los que nos antecedieron, con la apertura a lo nuevo, a lo que está por hacer y que aún está germinando.  
Y en esa lectura viva que son mis pasos por la ciudad me gusta descubrir en ella cuanto hay de poesía y cuánto hay de supervivencia. La poesía la  encuentro en esas sombras alargadas, en los matices de la luz al atardecer, en los cielos que comienzan a ser un espectáculo, en los perfiles de los edificios contra un cielo mágico, o en la misma  salida del metro en la noche con gente dispuesta a divertirse y disfrutar de su vida y de sus amistades, de sus encuentros o de sus parejas, con la magia en el aire y en sus ondas. La supervivencia son nuestros trabajos, las infinitas preocupaciones, la ristra de facturas interminables, los problemas que nos atañen. Ninguno encuentra solución, en mi caso en el momento que lo deseo, por lo que sospecho que ambas cosas son vasos comunicantes, y que en un descanso, un encuentro, o en una puesta de sol, puede estar la clave de algo que afecta a la actividad y viceversa. 
Al final, la vida de uno, las ciudades, los países y el mundo son muchas tramas vivas, tejidos espaciales que se superponen, lugares  e historias que van pasando, y que al recorrerlas nos comunican algo; lugares donde la historia y el tiempo han ido dejando su memoria, dejando su testimonio como puntos donde se han desarrollado episodios que revelan que nunca nada fue fácil, pero también al tiempo descubrir que siempre quedó algo en forma de calle, de jardín o de arquitectura que fue hecho con talento y amor al oficio. Ya en el camino de vuelta a casa y con esa magia que permite un paseo a la luz de la luna y a la brisa del aire de la sierra, después de haber compartido vino y mantel en buena compañía, uno disfruta aún más del aire libre, de seguir paseando y dejarnos sorprender ante  la imponencia del Palacio Real vacío e iluminado, que se llena, con las canciones de unos  músicos que están interpretando  una pieza con aires de romanza italiana en plena noche dejándonos impregnar un poco por esa  poesía que es necesaria para saborear la vida y el tiempo. Son jóvenes, al violín y al contrabajo, mientras que un tenor lanza su voz grave y medida directamente a la fachada vacía del palacio deshabitado. Son buenos músicos, que no se si tocan por placer o por sobrevivir. Seguramente las dos cosas. Y entre esas dos cosas quiero que se mueva mi septiembre, el placer de vivir y la supervivencia de las cosas, como dos tramas de la misma realidad, como dos caras de la luna, que se comunican, que se respetan, que se quieren, y que quieren convivir.
fotografía: puesta de sol en el parque del Templo de Debod.(Madrid)

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