Me
gusta ver el año bajo la luz de
septiembre, con esa prolongación de sus sombras en la tarde, como una
prolongación alargada del verano, cuando el cuerpo se encuentra a gusto y
agradecido de ese contacto cercano con
la naturaleza que el verano regala, con la memoria cercana de haberse sentido
inmerso en el agua del mar, el placer de
los paseos en bici o las excursiones por la montaña. Necesitamos los descansos,
pero también sentirnos abrazados por la naturaleza, acariciados por una brisa
inesperada, por un paseo tranquilo al borde de una playa o un lugar ajeno a la
actividad de Madrid.
Lo
que uno desearía es prolongar esas escapadas, mientras Madrid nos espera a los de aquí como un destino inexorable, aquello que no sabemos que ha sido de él en nuestra
ausencia, algo que no ha podido marcharse de sí, ese lugar donde el calor
excesivo no es buen compañero para ningún trabajo, ni de todo lo que suponga
esa carga de esfuerzo que las tareas y la lucha por la vida traen consigo.
Pero
una vez desalojado lo más excesivo del calor , uno desearía que no
acabara este periodo, poder prolongarlo un poco más y compatibilizar mejor el
trabajo con el descanso, el hacer con el
reposo del hacer y ver en lo hecho cuánto hay de satisfacción y deleite, y cuánto hay de aquello que es mejorable o simplemente equivocado. La
vida, si paras, te da una segunda oportunidad en todo. Y lo conseguido en
algunos campos, solo es un testimonio de
que todo es posible, pero nada más que eso, porque hay que volver a empezar de nuevo, seguir
aprendiendo con ojos nuevos y a seguir en muchas facetas vitales reconociendo que empiezas otra vez de cero.
Así,
este septiembre es nuevo, cambios que llegan, nuevos cursos de los hijos,
nuevos proyectos y situaciones. No has vivido ningún septiembre
exactamente igual. Cada día que empieza
es nuevo al igual que este septiembre. Solo el miedo a lo desconocido, la
corriente de las tareas programadas nos quiere meter septiembre en una rutina.
Pero no es así. La ciudad, -tú ciudad- sigue viva con sus pequeñas transformaciones de las que
tú formas y puedes formar parte más de lo imaginado. Quiero no dar mi ciudad por
conocida, aprovechar para verla con la
positividad que te ofrece el haber descansado.
Hasta ella llega septiembre con un toque a comienzo, vida nueva de lo que
empieza y supervivencia de lo que resiste después de un verano. Yo lo prolongaría en alguna noche cenando cerca del
río, o en la parte alta de la cornisa madrileña donde sopla la brisa al caer la tarde, en el desnivel tan agradable del paseo que va del templo de Debod hasta
el Palacio de Oriente, y llegar allí ya
de noche a tomar algo por sus animados bares y sentir que el verano te sigue
regalando la magia de poder estar cerca de las cosas, cerca del aire y del
mundo.
Visto
así, septiembre fuera de lo programado
para mí es un regalo, donde espero robar unas horas al trabajo, y poder
recorrer y disfrutar la ciudad y sus cambios. Algunas son cosas nuevas, otras
son zonas del pasado, barrios ya viejos, que vuelven a revitalizarse y a cobrar nueva vida a la luz
de hoy. Igual con el arte, las lecturas
y la música. El tiempo pasa de otra forma por la cultura, a veces sorprendiéndonos
con algo que vuelve a cobrar nueva vida
en cada uno, hallazgos de aciertos que
fueron de otro tiempo y que ahora me parecen que aún siguen vivos, como si mi
lectura o mi escucha los rehabilitara cobrando segundas oportunidades, como
esos barrios que encuentran nuevas posibilidades, nuevas formas de ser
habitados, matices que en su momento se te habían escapado y que ahora captas
como en las segundas lecturas de las cosas que te han gustado. Al igual que es deseable un equilibrio entre
el descanso y la actividad, me gusta
equilibrar el saborear las cosas bien realizadas de los que nos antecedieron,
con la apertura a lo nuevo, a lo que está por hacer y que aún está
germinando.
Y
en esa lectura viva que son mis pasos por la ciudad me gusta descubrir en ella
cuanto hay de poesía y cuánto hay de supervivencia. La poesía la encuentro en esas sombras alargadas, en los
matices de la luz al atardecer, en los cielos que comienzan a ser un
espectáculo, en los perfiles de los edificios contra un cielo mágico, o en la
misma salida del metro en la noche con
gente dispuesta a divertirse y disfrutar de su vida y de sus amistades, de sus
encuentros o de sus parejas, con la magia en el aire y en sus ondas. La
supervivencia son nuestros trabajos, las infinitas preocupaciones, la ristra de
facturas interminables, los problemas que nos atañen. Ninguno encuentra
solución, en mi caso en el momento que lo deseo, por lo que sospecho que ambas
cosas son vasos comunicantes, y que en un descanso, un encuentro, o en una
puesta de sol, puede estar la clave de algo que afecta a la actividad y
viceversa.
Al
final, la vida de uno, las ciudades, los países y el mundo son muchas tramas
vivas, tejidos espaciales que se superponen, lugares e historias que van pasando, y que al
recorrerlas nos comunican algo; lugares
donde la historia y el tiempo han ido dejando su memoria, dejando su testimonio
como puntos donde se han desarrollado episodios que revelan que nunca nada fue
fácil, pero también al tiempo descubrir que siempre quedó algo en forma de calle, de jardín o de arquitectura que fue hecho con
talento y amor al oficio. Ya en el camino de vuelta a casa y con esa magia que
permite un paseo a la luz de la luna y a la brisa del aire de la sierra,
después de haber compartido vino y mantel en buena compañía, uno disfruta aún
más del aire libre, de seguir paseando y dejarnos sorprender ante la imponencia del Palacio Real vacío e
iluminado, que se llena, con las canciones de unos músicos que están interpretando una pieza con aires de romanza italiana en
plena noche dejándonos impregnar un poco por esa poesía que es necesaria para saborear la vida
y el tiempo. Son jóvenes, al violín y al contrabajo, mientras que un tenor
lanza su voz grave y medida directamente a la fachada vacía del palacio
deshabitado. Son buenos músicos, que no se si tocan por placer o por
sobrevivir. Seguramente las dos cosas. Y entre esas dos cosas quiero que se
mueva mi septiembre, el placer de vivir y la supervivencia de las cosas, como
dos tramas de la misma realidad, como dos caras de la luna, que se comunican,
que se respetan, que se quieren, y que quieren convivir.
fotografía: puesta de sol en el parque del Templo de Debod.(Madrid)
Impresionante y emocionante. Me encanta tus escritos... :-)
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