Hoy día
libre en el grupo. Cada uno aprovechará para hacer sus compras, o visitar aquello que
desee por su cuenta. He quedado con Virginia a desayunar cerca del puerto, en
unas terrazas donde sopla una brisa muy agradable, y donde podemos regalarnos
el lujo de un desayuno tranquilo viendo
el mar con la expectativa del día libre por delante. Hablamos de todo, de su
vida y de la mía. De su proceso hasta darse cuenta de que ha sido víctima de una relación
con su pareja en la que ha bordeado el maltrato afectivo. De sus sentimientos
de culpa por no saber que ha podido fallar en ella y de haber llegado hasta esa situación. “No te imagines a mi ya ex marido como alguien horroroso”, me dice, “sino
alguien que tiene dos caras no siempre visibles, como la luna, quizá como la
vida misma. Tiene un lado seductor, amigable que sabe ganarse a la gente y otro
diferente más privado de aquel que no se consiente un fracaso, un lado castigador y duro, como si yo fuera
responsable hasta de un mal día suyo, o de algo en lo que él no ha triunfado. Solo
acepta ganar, y ha hecho de la vida sólo un combate contra el otro, en el que
comprobar que siempre gana. A mí misma me trata así, alguien a quien batir constantemente,
solo para sentirse ganador. Pero no quiero hablarte mucho de esto…”me dice. “Al
fin y al cabo, necesitaré un especialista”.
Si así lo
veo. Los amigos podemos entendernos y querernos pero no podemos sustituir los
lugares ni las personas adecuadas para cada cosa. No quiero hablar mucho yo
tampoco, porque temo equivocarme, y sin embargo quiero que se sienta entendida
y apoyada en lo que esté de mi mano. Cambiamos de tema y me habla de su
profesión de escultora. Me intereso por
su mundo creativo y me propone que busque su web, para que vea lo que hace.
Saco el iPad, y tecleo su nombre…Virginia Galich, y ya aparece; me encantan
sus creaciones, sutiles, con un lenguaje que me resulta cercano. Me tantea a
ver que me parecen, pero ella sabe que
lo que hace está bien. Me dice que en ellas la gente siempre ve lo que previamente
está dentro de cada uno. Su trabajo, tiene un efecto de espejo, de lámina de
agua donde verse reflejado, un desvelar
cosas que están ahí, evidentes, pero que no vemos. “ Solo vemos lo que queremos. Y lo peor es que nadie puede
salir de esto, ni tú ni yo. Yo misma, no he visto bien, y eso me hace sentirme
mal, en mi vida afectiva”. Ese mezclar la afectividad con el arte también me
resulta cercano, quizá lo encuentro más evidente en la música, al fin y al cabo
todas las canciones relatan sentimientos y la mayoría de amor, pero también se
da en otros campos de la creación artística. Virginia me dice, que seguramente yo
veo lo que llevo dentro, y que otros ven en lo mismo dinero, oportunidad, o no ven nada, porque
están a otras cosas.
Los
infinitos mensajes del mundo son como
las conversaciones de los móviles, todas se cruzan de un modo invisible, y cada
una llega precisa a su destino. El arte es una conversación, un lenguaje entre
la gente que lo habla, aunque a veces se convierte en testigo fiel de un amor o
de una amistad como esas fotos que se suele hacer la gente en Roma delante de
las esculturas de la Fontana de Trevi. El amor también es un lenguaje de afectos, de conexiones y emociones
muy misterioso capaz de ocupar muchas horas de una mente, tanto para
construirlo como para deshacerlo.
Estoy a gusto con Virginia, aunque
ella no lo está del todo. Vemos unos niños jugando y correteando y ambos nos
miramos pensando en los niños que fuimos, en lo presente que se nos ha hecho
aquel verano. Me dice que había pensado en eso muchas veces cuando se sentía en
crisis con su pareja, en mirar la niña que fue, y donde se había dejado esa
niña en el camino de su vida. Me habla de sus recuerdos de Galicia, de cómo se
quedaba abstraída con las mareas de aquella playa, de cómo se daba cuenta de
que la percepción de la realidad de las cosas no era algo tan claro, porque aquel
mar que ella veía por la mañana era diferente por la tarde, con una extensión
muy grande de arena que dejaba al descubierto cosas que unas horas antes
estaban dentro de aquel mar.
Me dice
que se va en un vuelo antes que el grupo lo haga ya que necesita llegar pronto
a Madrid. Va a hacer unas compras, en el mercadillo de Santa Cruz de la Palma y que si acaso nos vemos en el aeropuerto más
tarde…. Me quedo un poco fuera de juego, pero lleva algo de prisa y no quiero
entretenerla. Llamo al chico que se había recorrido medio mundo y me dice que
están varios del grupo en unas piscinas naturales que hay frente al mar, un
sitio increíble en el que te puedes bañar en mitad de las rocas. Vuelvo al
hotel a por el bañador y me voy para allá en un autobús que se toma al lado y
que te conduce hasta las piscinas.
Hay una variedad de azules del agua muy sugerentes, con aguas
que casi se conectan con el océano, remansadas en pequeños diques y en las que te puedes bañar. Me reúno con los de la ONG, y el chico que había
recorrido medio mundo y hablamos de un montón de cosas. Hay gente que se tira
en plancha desde una altura considerable y me entran ganas de recuperar mi
pasado de deportista y hacerlo también. La mozambiqueña se atreve con todo y se
tira , con una facilidad increíble mientras su pareja le hace fotos. Yo no me acabo de atrever a pesar de que lo veo factible. Mientras veo a algunas
personas tirarse, recibo en el móvil un whatsapp y compruebo que es de Virginia.
Entre otras palabras cariñosas me envía
un texto anónimo que le había gustado especialmente a ella hacía muchos años cuando se fue a Londres con
lo puesto a estudiar arte, y en la que tuvo que vencer el miedo a sentirse sola
y a enfrentarse a la vida.
« A veces hay que ganarle tierra al mar y
otras veces soltar tu tierra y adentrarte en algo desconocido. Perder la rutina
que te ata, cuando te da señales de que te está atando mal y que no te está
dejando crecer. Que difícil desatar aquello a
lo que nos agarramos y que nos agarra.
Al fin y al cabo es el anclaje en la tierra, tu propia tierra, las raíces necesarias para crecer y hacer una
vida estable. Pero hay otras ocasiones en que el espíritu, nos empuja a otro
sitio a lo desconocido al mar, al desierto, o a un país extraño, a un sitio sin
caminos trazados, o a una aventura inexplorada. Esa es la vida, aferrarnos,
enraizarnos, y soltar para vivir de nuevo. Perder para luego ganar. Caerse para
volver a levantarse. Saber cuándo
soltar, y cuando agarrarse a algo. En
definitiva, Arriesgarse.»
Y eso hago…me
quito el niki y me tiro al mar volando y
sintiendo en ese momento recuperar sensaciones de muchos años atrás.…Luego ya
en las rocas releo ese texto que tanto me ha gustado y al ver ahí a mis amigos
del grupo me doy cuenta de que nos hemos juntado personas donde todo eso es
real. Veo al de la ONG, y me resultan totalmente familiares estas palabras. Al fin y
al cabo es lo que ha hecho. Arriesgar su vida desde su esencia. Desde lo que es
sin pararse a dar poder a otras cosas. También el chico que ha recorrido medio mundo y que sabe
lo que es el desapego, la vida de nómada de ojos abiertos al mundo cuyos
paisajes y gentes parecen viajar consigo.
Ahí
estamos disfrutando de esas piscinas naturales y algo sorprendido de esa
recuperación imprevista de cosas de mi pasado. Me vuelvo a meter en el agua y
al salir escucho la llamada del móvil, y
es Virginia, que está ya en el aeropuerto, que le queda algo de tiempo y que si
quiero podemos tomar algo juntos antes de que salga su avión. Sin pensarlo más
llamo a un taxi que me acerque hasta allí, y hago el camino de vuelta que ambos
habíamos hecho juntos al llegar a la isla, esta vez hacia el mar, y con la
ventanilla bajada, sintiendo la brisa en mi brazo y en mi cara y deseando verla
de nuevo.
Me espera
ahí, con su equipaje, y un traje como más intencionado que se ha puesto, que
deja entrever más lo armónico de su cuerpo. Aún le queda
tiempo, y me propone comer juntos, ahí mismo en un bar al aire libre que queda casi
lado. Tomaremos algo rápido, y hablamos sin querer iniciar una conversación muy
larga porque no queda demasiado para que tenga que embarcar. Viene el camarero
a ver si ya sabemos que queremos, pero aún ni lo hemos mirado, porque aún
seguimos mirándonos más a nosotros mismos, descubriendo de cerca y a la luz del
mediodía nuestros ojos. Pedimos unas cervezas, aunque las temo, como o quien
teme demasiada sinceridad en las palabras que pueda decir. Hablamos, pero a los
dos nos gustan nuestros silencios, en los que estamos en los ojos del otro, en
su interior profundo. Es la paz de sentirnos conectados sin más. Entonces,
llega un pajarillo de colores que nunca había visto, y se posa en nuestra mesa,
como si ya nos conociera de antes, nos mira, y se queda un rato con nosotros
sin miedo. Al rato se aleja, y los dos nos quedamos sorprendidos de su
presencia tan cercana. Virginia me cuenta que en breve se va a marchar fuera de
España. Se va a ir sola a un lugar donde intuye que puede formarse de nuevo, y
avanzar en su profesión de escultora; quiere irse a Méjico
país por el que siente una atracción especial. Yo me sorprendo de ese desapego, de esa
facilidad para marcharse de los sitios, de esa capacidad de soltar que tiene.
Me gusta y a la vez me entristece saber que a corto plazo no la voy a volver a
ver. Ya es la hora de irse, y le
acompaño hasta la puerta de embarque. Nos despedimos y me abraza con cariño, y
siento en esos segundos largos, una
cercanía muy especial con alguien, por ese carácter misterioso que toma la vida
y sus presencias que a veces adquieren
un valor diferente; presencias que además de disfrutarlas y sentirlas,
debo de interpretar, al igual que los acontecimientos y las sorpresas, o algunas cosas muy buenas o
muy malas que nos ocurren, que nos hablan de nosotros mismos; cosas que pueden
sorprenderme a las a las que siempre pretendo darle un significado, como el
hecho de que nieve fuera de temporada, o que haga calor en invierno, como el
hecho de que alguien se haya torcido un tobillo, caído un vaso, o darme un golpe con
la parte de atrás del coche por no haber mirado bien. Sabía que aquel encuentro
con Virginia no era solo casualidad, sino que
precisamente ahora, el destino nos brindaba una nueva oportunidad a los
dos. Me preguntaba qué significado podía tener yo en su vida, acaso un
referente en su memoria, acaso una idealización de saber que existen hombres
capaces de bucear en el alma de una mujer, de interesarse por el universo que
constituye cada persona, de saber captar la inmensa belleza de su interior, de
dejarse también sorprender y recuperar la sensación de que el amor no es un
guion preestablecido, que cada historia es única como nosotros mismos.
Al
abrazarme, sentía una mujer increíblemente cercana, incluso en su manera de acercarme
su mano, una mujer increíblemente capacitada para amar, y a la vez, advertía
sus defensas, su punto cerrado, inexpugnable, su yo difícilmente conquistable,
su territorio que creo que no era otro que el de su propia libertad. Advertí,
que era posible dentro de una sola persona, estar configurado de cosas
dispares, de amor y rigor, de cariño y distancia, de agua y de tierra, de una
humildad que quiere siempre aprender y conservar unos ojos abiertos capaces de
interpretar el mundo, y a la vez de un punto de cierre de quien se sabe
especial , de quien quiere dejar claro que no va a entregarse a un amor
plegado, de que a pesar de un enamoramiento conoce bien su destino y sabe que
no le merece la pena entregarse a las aficiones del otro
Así la vi,
al despegar el avión hacia el cielo. Alguien que se iba, con la que la suerte
no me iba a dejar compartir de un modo convencional mi vida. Virginia era
libre, imprevisible, inatrapable. Era libertad en sí misma. Aquella atracción
inocente de la niñez, seguía viva de un modo que no sabía interpretar ahora,
quizá la unión de encontrarse de nuevo en momentos iguales de la vida, quizá la
energía potencial de saber que puedes compartir cosas, quizá un enamoramiento
precipitado por los aspectos casuales de nuestro reencuentro. Me imaginaba la
posibilidad de haber compartido con ella las cosas que me gustan de Madrid, las
cosas que echaría de menos si me yo me fuera a vivir otro sitio, asistir a
conciertos juntos, a los bares y a los sitios con encanto , al restaurante de la
terraza de arriba de la UNED, desde el que se tiene una perspectiva de los
tejados de Lavapiés, o al restaurante alto de Caixa Fórum con su jardín
vertical desde el que se ve la Castellana y en el que puedes sentirte un poco turista en tu propia ciudad, o bien ir
juntos a la terraza del Circulo de Bellas artes y hacernos unas fotos bajo la
diosa Minerva, o descubrir los rincones del Parque del Capricho y perdernos en el
tiempo. Luego caminar y recorrer Madrid y compartir nuestras búsquedas en sus librerías, en sus tiendas o simplemente
indagar juntos y descubrir lugares y
tiempos que no son conocidos pero a los que la intuición te conduce, seducido
por una señal, un instinto compartido que no es fácil encontrar. Me imaginaba
la posibilidad de dejarme llevar por
ella a sus sitios especiales de la ciudad, ver juntos las puertas del Prado de
Cristina Iglesias, con ese punto mágico de la escultura inerte que parece que
quiere cobrar algo de vida. Seguir
caminando y ver Madrid desde esas azoteas, lugares altos desde los que
tienes una perspectiva diferente del lugar que te ha visto nacer y vivir; sí,
porque ese era el asunto, imaginar y amar tenían un punto de conexión que
alcanzaban a ver también tu ciudad de otra manera; comprobar que no era
el objeto lo que nos resulta atractivo, ni siquiera la propia ciudad que te
podía gustar más o menos, sino que era la transformación interior que uno
siente a través del amor, la que te permitía ver todo de una manera muy diferente,
porque ese amor se extendía a todo aquello que imaginaba compartir. Compartir
el deporte, las excursiones en bici, correr, o soñar con más viajes, hacer surf
en Marruecos, atravesar el Atlas, o simplemente sentarnos en las plazas de
Madrid y ver a los skaters saltando y soltando con estilo sus monopatines. Ir
juntos que se yo, a una charla, una conferencia de literatura en la Juan March,
darnos el lujo de escuchar un cuarteto de cuerda, disfrutar de una noche de
jazz con más amigos, con esa armonía
base en la que de repente comienza una improvisación, para luego volver a la
rutina, a la necesaria trama. También ahora me interesaba apoyarla en su propia
vida, interesarme por ella, por su proyecto no coincidente y que pudiera sentir
mi apoyo, procurando ser una historia
positiva en su vida.
Me daba
cuenta de que esas azoteas que quería compartir con ella tenían que ver con la
distancia y la altura que te proporciona la edad, en la que puedes ver tu vida más
completa con otra perspectiva. En la que puedes interpretar cosas de tu niñez o
de tu juventud que antes sólo te habías limitado a vivir sin más, tal como
venían inmerso en la actividad diaria, como cualquier persona a la que veías
caminando desde arriba. Virginia era la
segunda oportunidad que me regalaba la vida de comprender mi propia vida, de lo
que yo había vivido. De comprender mis edades un poco de golpe, como quien hace
un zoom muy grande y puede tomar consciencia de un modo más completo de todo aquello que has amado.
Ella fue
testigo de mi adiós a la niñez, y ahora ha debido de venir no a quedarse
conmigo sino a enseñarme a no tener miedo a saltar al mar. A saber que nunca
puedes dejar de esforzarte. A saber que como en el jazz tienes que tener una base
o una trama en la que apoyarte pero también saber salir de ella e improvisar.
Que no debes caer en la rutina, en definitiva de no tener ningún miedo, ni a
ella ni a la libertad. En un rato nos iremos ya todos. Me he despedido de mis
compañeros de grupo. Nos damos los teléfonos, los FB, con ese sentimiento de
unión que seguramente desaparezca en pocos días. Le doy un abrazo al de la
ONG y a su pareja, personas por las que siento
cercanía y cariño, y él me anima para
que vaya alguna vez por ahí a través de una posibilidad que llaman vacaciones
solidarias. Los portugueses quedan en
colgar las fotos en Dropbox para que las
podamos ver todos. Las tres chicas, se despiden de mí correctas pero algo
ausentes, la noruega me da su tarjeta de terapias alternativas por si alguna
vez quiero visitarla en Barcelona. Nunca se sabe…. El chico que se ha recorrido
medio mundo se percata de que estoy solo, y con un punto de
complicidad me dice que ahora puedo recorrer el mundo y que su siguiente viaje
previsto es al Nepal… otra vez nos hace sentirnos cómodos manifestando el
mismo humor en los adioses que en lo holas, como un experto de la vida de ir y
venir, de quien sabe que nada puedes atrapar en esta vida para siempre.
Solo falta
Virginia, que al igual que en el autobús, me ha querido dedicar una despedida
especial a su manera. Me siento a gusto,
me alegro de haberme apuntado a Ecologic_us. No sé qué será de mi vida, pero le
tengo menos miedo al futuro y al pasado.
No me
importa volver a Madrid. No soy de los que sueñan vivir constantemente en otro
sitio. Quiero seguir amando mi ciudad, sus lugares y las personas que me he
encontrado allí. Quiero ver mi vida y mi ciudad ahora con ojos diferentes, redescubrirla
de nuevo, con esa mirada que siento nueva…. Algún día el espíritu puede que me
mande lejos de aquí, y que sienta cierto miedo de dejar lo que aquí soy.
Sé que me acordaré de nuevo de Virginia, y sabré que ella me sorprenderá
justo en el lugar al que el destino me lleve, solo para darme la bienvenida y
uno de sus especiales abrazos, para aparecer cuando yo no lo espere, para ser
testigo de que he saltado de nuevo o de que me he soltado sin miedo de algo que me
sujetaba ya mal, y que después de no sé cuántas caídas, de haber perdido cosas
y afectos, descubrir sorprendido que me he agarrado en algo
que también me estaba esperando, y que por nada del mundo ahora desearía perderme.
La vida se entrelaza.... :-)
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