Cristina
construye ficciones con la materia. Son relatos construidos de los que tú ahora
eres parte inmersa o envuelta en esa ficción.
La habitación vegetal en cuyos muros nos sentimos trasladados a la
naturaleza, la fuente en cuyo fondo se forma un plano vegetal y frondoso solo
visible cuando el agua se vacía, el
techo suspendido de fondo marino que da
la vuelta a nuestra percepción habitual del arriba y abajo y que nos configura
un espacio casi imposible, las habitaciones ficticias tejidas de relatos perdidos
y semiocultos, los laberintos sígnicos que transforman nuestra percepción del interior
y el exterior, los pozos en cuya escorrentía podemos sentir la profundidad, la gravedad
,el giro de la tierra etc.
Todo
parece real, porque puedo tocarlo, sentirlo, verlo, oírlo, remitirme a
recuerdos incluso casi a aromas. Todo
parece real, pero a la vez es apariencia de algo, apariencia de hierro,
apariencia de tejido, apariencia buscada, para crear una ficción, un sueño, una
ilusión construida. Se trata de un juego de transferencias que se dan en la vida, de lo real a lo imaginario y viceversa, permitiendo
desde ahí hacernos más conscientes de ambos mundos, dejando que esos espacios
proyectados fuera de nosotros nos digan algo.
Es
el juego de lo envolvente, de lo interior y lo exterior, de las luces y las
sombras, de lo superficial y lo profundo, de lo cerrado y lo abierto, de lo que
vemos directamente y de lo que vemos reflejado. La luz, el aire, la celosía, son todo
referencias donde lo mental adquiere
construcciones diversas, buscando espacios mágicos que pueden producirse en
nuestros interiores que necesitan
referencias espaciales, como techos habitaciones o muros, donde han de
producirse reflejos, pasadizos, zonas iluminadas o zonas ocultas que pueden
desvelarse.
Sus
relatos construidos contienen en ocasiones secuencias temporales propias y
narrativas, no solo del espectador que se mueve variando la lectura. Una fuente
estanque que se vacía a través de una grieta al cabo de un tiempo, cambiando
totalmente la percepción de la misma, descubriéndose un fondo vegetal, pasando
de una percepción espejo de la lámina de agua a una percepción de barrera
vegetal, que minutos más tarde volverá a llenarse cambiando de nuevo la
percepción de la obra acompañándose de una sensación de calma o de quietud. Son relatos casi literarios,
sacando a la escultura de toda percepción quieta, dando un paso más no solo en
lo referente a los diversos puntos de vista sino a las posibilidades de cambio
de emociones perceptivas y significados dentro de la misma pieza.
Lo
mismo con sus puertas en el museo del Prado, que disponen de diversas
posiciones según la hora del día. Se trata de percepciones cambiantes que no
son las mismas si las vemos de lejos que de cerca, variando en cada caso una
percepción abstracta de las mismas o una segunda lectura de pantalla vegetal. Tampoco son las mismas si
las vemos al entrar en el museo que al salir porque al cabo de ese tiempo han
cambiado de posición; de este modo se introduce una historia propia en sus
obras, rompiendo la rigidez estática de lo escultórico, y superando también, lo
de los diferentes puntos de vista. Todo está en movimiento, el espectador y la
propia obra, reflejando de un modo mucho más preciso las sensaciones que podemos
tener un nuestro mundo cambiante.
Dentro
de esas ficciones, también aparecen los temas interiores de la mente, como
puedan serlo nuestras percepciones, y determinadas metáforas de nuestra
memoria, como son esos reflejos desdibujados de representaciones, como los
logrados con planchas metálicas más o menos pulidas, que reflejan tapices de épocas
pasadas de difícil visualización como en capas que quieren desdoblarse para ser
vislumbradas, lo mismo con vidrios que reflejan otras partes de la obra, dando
una visión posterior de la pieza, como si en nuestra propia mente pudieran
producirse los mismos problemas de incompletitud perceptiva con el que nos
encontramos con la realidad.
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