De
joven a uno le fascinaba prolongar la noche, experimentar sus sensaciones a la
luz de la luna y formar parte de esa vida propia de locales y bares de Madrid que
comenzaba a partir de ciertas horas; volver
tarde a casa y disfrutar de la magia que tiene vivir la noche compartiendo
sitios y amistades; vivir con intensidad fuera del día como si uno se sintiera
ya más adulto prolongando la noche. Ahora, me pasa al revés, cada día disfruto
más de las primeras horas de la mañana, de desayunar a gusto y tranquilo
tomándome mi tiempo y procurando deshacer las rutinas que a la larga hacen que
se pase la vida sin sentirla de lleno. He leído en la prensa que en Toledo se
inauguraban en estos días con motivo del cuarto centenario del Greco, tres
fuentes de la escultora Cristina Iglesias, así que rompiendo esa rutina he
querido desayunar allí temprano y tranquilo en una mañana de domingo,
disfrutando de la primavera, de la ciudad y de la magia de la primera hora de
la mañana.
Recorrer
el camino en cuesta que va desde la Puerta de Bisagra hasta la catedral, es una
tentación de lugares que me gustaría visitar o revisitar; la mezquita del
Cristo de la Luz, el hospital Tavera, las sinagogas judías o esas calles de
traza árabe, que dan un perfil tan bello al Toledo histórico en primavera,
procurando valorar lo que tenemos por aquí cerca y aprovechar la mañana para
estas cosas, ahora que el tiempo es agradable para caminar y recorrer el
encanto de este lugar único en el mundo donde puedes visitar una ciudad de
trama árabe que conserva alguna de las antiguas mezquitas y formas propias de
esta cultura, junto con el legado de la cultura judía y la cristiana que
convivieron durante siglos en este escenario tan peculiar.
Las
tres nuevas obras, no sé si llamarlas esculturas, fuentes, o instalaciones tienen un carácter abierto, donde el
protagonismo no lo toma la pieza en sí, sino las posibilidades de lectura que
cada uno pueda hacer, a partir de ese homenaje a las posibilidades de expresión
del agua. Se trata pues de experiencia, de estar un rato, de hacerlo parte de un itinerario, o de
un camino; de dejar aflorar en cada espacio,
las reflexiones que cada uno quiera,
como en la lectura de una novela, donde la historia viaja de las palabras a
nuestra imaginación, y ahí en ese espacio toma vida propia la historia.
La
primera de las fuentes, se sitúa en la plaza de la catedral, la imponente
catedral gótica de Toledo con esa verticalidad que consigue dirigir la mirada hacia un cielo nítido en el que se
recorta su torre; en ese entorno me ha sorprendido el contrapunto creado por la
obra de Cristina, con esta pieza que me propone una mirada diferente en la
plaza, una mirada hacia el suelo, hacia la tierra, hacia el cauce de un río, y
la presencia simbólica de vida que genera el agua allí por donde pasa. Desde la
plaza no se ve el río, pero esta pieza nos lo trae hasta allí, de un modo
re-presentado, y como todo arte consigue actualizar, lo que no está presente. Dado
que interpreto que es una obra abierta, mi vivencia de ella es absolutamente
personal, sin que ello implique que sea eso o deje de serlo, porque lo
importante no es la obra, sino la experiencia que podamos tener de ella.
Se
trata de una lámina de agua, que se llena y se vacía lentamente, tomándose su
tiempo en hacerlo, y al vaciarse deja ver la pieza escultórica en el suelo, que
es una reproducción de un fondo vegetal, a modo de raíces o ramajes, con una
intención más narrativa que de estricta belleza escultórica que también la
tiene. De modo que si dispones de tiempo, lo más que puedes hacer es contemplar
un vaciado, contemplar un llenado. No pasa nada especial, ni llamativo, sino
profundo; los ríos brotan, se llenan, y
se van vaciando. Nuestra vida también. Y desde esta presencia del río en la
ciudad, de nuevo me hago consciente de la enorme importancia que ha tenido
siempre el agua en la elección de los lugares por el hombre, en el desarrollo
de las ciudades, y en esa capacidad metafórica que tienen con nuestras propias
vidas. En el caso de Toledo, el río se toma su tiempo en recorrer la ciudad, sin
ninguna prisa y rodeándola prácticamente entera como si la abrazara despacio.
Esa calma del río, la suavidad de sus sonidos, la capacidad de relajación, esa
manera de vivir el tiempo, tiene que ver con la naturaleza del amor, en cuya
naturaleza no hay prisa, sino todo lo contrario. Al vaciarse despacio la fuente
de Cristina, también me hago de nuevo consciente de los cauces, de la
importancia de los cauces en la afectividad humana, generados también sin prisa
y con dedicación en la relación del recién nacido con la madre en los primeros
meses de vida. Esos cauces formados son fundamentales para la vida afectiva
futura, y a tenor de las investigaciones realizadas en este campo hoy sabemos
que esos mismos cauces son utilizados años más tarde en la vivencia del amor
romántico. Me puedo imaginar un cauce así en nuestro interior, creado con
cariño, lleno de belleza, de
complejidad, de matices, que más tarde ha de llenarse y alimentarse de lo
mismo.
La
siguiente fuente está en el convento de Santa Clara, actualmente en obras, pero
que tiene una sala accesible desde la calle. Cuesta encontrarla, y te obliga a
callejear y a perderte por la traza árabe de la ciudad, de casas muy pegadas
que buscan la sombra, de paredes y de muros de barro piedra y madera. Es el
mundo islámico, de calles con recodos y pequeñas plazuelas llenas de encanto,
sobre las que se ha ido configurando el Toledo que ahora vemos a lo largo de
siglos de historia, de periodos de fructífera convivencia entre culturas y
otros de enfrentamientos y peleas. Si de la plaza de la catedral uno traía los
sonidos del río en mitad del bullicio, de la luminosidad intensa, del lugar de
encuentro que representa una plaza, aquí
tenemos una sensación muy distinta que es la de la quietud, el recogimiento y
la meditación.
En
la meditación, se puede lograr un espacio libre de preocupaciones de las
normales tensiones de la vida, y lograr un espacio de tranquilidad y quietud,
necesarios para liberarse de todo aquello que nos pueda tener aprisionados. Se
crea aquí un ambiente de silencio, con una luminosidad especial, con la luz tamizada a
través de una celosías, que logran reducir al mínimo la luz de la sala; en ese
silencio remarcado por la quietud del agua y en esa luz que también se acerca al
silencio, uno intenta comprender el espacio del recogimiento, un lugar en el
que el mundo exterior tiene menos presencia de modo que se pueda facilitar un cierto
acceso al mundo interior, el que no vemos. Otra vez lo profundo, lo que no se
ve, lo que no es fácilmente visible pero que sabemos que está ahí, los fondos.
El vaciado de la fuente creada por Cristina, deja ver el fondo, metáfora de
nuestro interior que necesita un recogimiento, un espacio de quietud en mitad
de nuestros recorridos. Después de la tranquilidad de la meditación, en la que
uno siempre es aprendiz, con esa posibilidad de calmar, de relajar, de dejar de
lado la ansiedad por llegar a ningún lado, continúo mi recorrido hacia la
tercera de las esculturas. Con estas dos he aprendido que hay un tiempo para la
quietud y otro para la fluidez. Un tiempo para el sonido, y otro para el
silencio. Hay un lugar para cada cosa y un tiempo para cada cosa. Como para la
noche y el día de las que hablaba al principio.
La
última visita, es una instalación en la antigua fábrica de armas, actualmente reconvertida
en campus universitario, que queda en la
parte baja de la ciudad, al lado del Tajo. Desde allí, uno contempla de nuevo
la ciudad, el perfil tan bello de las ciudad árabe, cristiana y hebrea, con sus perfiles
tan exquisitos, y al lado la ciudad de los años del desarrollismo, tan poco
acertada, tan torpe, tan fea, tan sin sentido de la proporción y del gusto, que
uno se lamenta de este fracaso tan
frecuente en la historia de algunas de nuestras ciudades.
Un
antiguo depósito de agua de la fábrica, muy cerca del río, ha sido el lugar
elegido por Cristina para acoger esta
instalación. Para recorrerlo, hay que subir por su escalera exterior, y una vez
arriba contemplar de nuevo el Tajo, el
río que pasa lento por la ciudad. Ver los antiguos compartimentos metálicos que
servían para el almacenamiento del agua de la fábrica, y desde ahí arriba
contemplar esta tercera fuente, con su sonido envolvente, y que invita a
recorrerla no sólo con los ojos y la percepción, sino con el cuerpo, otro
misterio del que últimamente pienso que es nuestro principal bien y el que
mejor deberíamos de cuidar y valorar.
Ha
vaciado el pequeño edificio de dos plantas donde se ubicaba el depósito, de un
modo parecido al que Chillida vació su caserío de Zabalaga –actual museo
Chillida Leku- dejando las vigas y pilares al aire; recuerdo haber leído de
Chillida en su momento, las sensaciones al ir viendo ese vaciado de forjados y
de paredes del caserío, descubriendo el nuevo espacio creado, y que él lo
expresaba en una frase con palabras del estilo “este espacio tiene vocación de
catedral”. Algo similar ocurre aquí, cerrándose el ciclo narrativo de las tres
piezas. Si en la plaza de la catedral, lleva
de un modo simbólico el río a la plaza, ahora
en el espacio fabril cercano al río, a su manera, ha introducido una catedral, entendiéndola
como creación de un espacio vacío, con una intención de tipo
espiritual, con un especial cuidado en la introducción de la luz con unas exquisitas
piezas de alabastro en las ventanas; si
en las catedrales, la mirada se dirige a las bóvedas, aquí se focaliza una
visión al revés, desde arriba hasta la fuente que ocupa prácticamente todo el
suelo; de nuevo a mirar en profundidad, aportando la importancia de los fondos,
y superando esa concepción tan manida de contraposición entre el suelo y el
cielo.
Además
de redescubrir la ciudad y el río con nuevas lecturas, disfruto con la riqueza
reflexiva que me provocan las obras de esta escultora; hacerme consciente del
agua, de la vida, de la quietud y la fluidez, de la afectividad, de la
meditación, del espacio, del cuerpo, del necesario cuidado de las cosas. De
vivir las cosas contrarias sin contradicción, de la capacidad de convivir en lo
diferente, en este escenario donde durante varios siglos, convivieron y nos dejaron
obras llenas de belleza, gentes de diversas procedencias y mentalidades, que
como el río han ido fluyendo despacio y sin prisa por este espacio tan
singular, tan lleno de encanto.
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