jueves, 27 de agosto de 2020

tiempo,salud,amor

Ayer, venciendo cierta pereza injustificada, estuve viendo la Teoría del Todo, vida de Stephen Hawking. No puedo evitar asombrarme con la teoría de los agujeros negros admitiendo no entender nada. (Como dice la escritora Laura Ferrero, cuyos relatos me han enganchado en el confinamiento, no entender es el primer paso hacia algo)

La segunda cosa con la que interrogarse, es como una persona enferma de ELA que le dan dos años de vida en la Inglaterra de los sesenta, sobrevive 55 a la enfermedad. Este segundo no entender es otro buen paso para preguntarse aún más cosas y no dar nada por supuesto.
El tiempo es muy simple con un reloj que da vueltas en la perfección de un círculo, pero si lo llevas a la mente no es tan fácil. Percibimos que el tiempo pasa pero puede que no sea así, que el tiempo no pase y que simplemente seamos nosotros los que pasamos por el tiempo. Es complejo imaginarse un tiempo quieto. Incluso comprender que pueda desaparecer, como si fuera el agua que se va por el sumidero de la bañera.
Luego, pensé que lo que vemos no es necesariamente verdad porque lo veamos, más aún en esta cultura del tweet corto y parcial en la que vivimos. Pasó lo mismo con el sol, tantos milenios en la tierra viéndolo salir y moverse alrededor nuestro, que el que dijo que éramos nosotros los que viajábamos cual nave dando vueltas alrededor suyo, fue obligado a abjurar de tal idea.
No entender, es un paso hacia la inmensidad. Me gusta la escena en la que están de jóvenes bajo las estrellas, y él le explica sus cosas de físico, la posibilidad de que la luz que ven en una estrella, ya no exista. Ella le ama.
Y es posible, que como miles de humanos enamorados, sintieran que se parara el tiempo. Porque al fin y al cabo, los relojes, se paran el día que uno ama y se siente amado. Porque nos gusta que una mirada en el amor congele el tiempo, o que una mirada lo detenga con sinceridad.
Pero el tiempo o nosotros pasamos, y al final hay un exceso de sacrificio en su amor. Me gusta y alivia incluso cuando se divorcia de él, I have loved you Stephen…en tiempo que interpreto como pasado pero que los ingleses llaman presente perfecto.
Una estrella, puede ser una luz extinguida que se ve en otro lugar del espacio. Es todo tan grande…que uno se alegra de no entender, ya que es siempre la oportunidad, la llave que abre la puerta que indica que no es necesario ir tan lejos para descubrir el mundo. Que podría bastar abrir el balcón y contemplar la lejanía de las estrellas, con una copa de champán en la mano, para celebrar de nuevo que la vida continúa.

domingo, 23 de agosto de 2020

Barra de equilibrios

 

Inevitablemente tengo que pensar en los miles de equilibrios que hace una mujer para que las cosas salgan.
En la chica que se arregla para estar atractiva pero que tampoco quiere pasarse destacando por su aspecto.
En la que deja a los niños en la guarde y procura ser una profesional competente sin por ello dejar de ser una madre cercana.
En aquella que tiene que priorizar entre lo que quiere y los mensajes que llegan presionando contra su edad, su peso, etc.
Caminando de puntillas con los brazos abiertos con los ojos atentos.
Haciendo dificultades, sacando adelante las cosas.
Buscando equilibrios entre sus propios desequilibrios.
Equilibrando las cosas.
Los afectos con las exigencias.
La disciplina, con las risas.
La competencia con la generosidad
La belleza con la practicidad.
Y así,
día a día,
equilibrando el cuerpo,
en una barra practicando un sexto sentido del equilibrio.
La línea que revela,
el más mínimo fallo,
caminando de puntillas con los brazos abiertos con los ojos atentos.

jueves, 20 de agosto de 2020

Estanteria desmontada


Si alguna vez
tienes que reponer tu suelo
tendrás que quitar la estantería donde están tus años
tus álbumes
libros
recuerdos…
y al desmontarla
siempre descubres algo que tenías olvidado;
luego
al volver a colocarla
lo mismo es la oportunidad
para que todas aquellas palabras que estaban ahí dentro
tomen otro orden
otra disposición
algo nuevo.
Así la vida propia y sus lecturas
en sus procesos de desmontaje
y de vuelta a montar.
Porque todo cambia
y las cosas que te parecían tesoros
dejan de serlo
y otras diferentes toman su valor
con el paso de los años
igual que una tabla antigua abre su veta
o un recuerdo su aroma
entremezclado con alguna foto de juventud o de infancia
a la que no habías dado ninguna importancia
y que ahora miras de otra forma.

martes, 14 de enero de 2020

reencuentro con mi profesora de literatura


Llegué a la estación y llamé a  Soledad para quedar en el mismo lugar donde había recibido sus clases. En el pabellón hispano-marroquí próximo a la Residencia de estudiantes, en la mítica colina de los chopos. ¿Qué te parece comer allí, propuse? Deseaba sentir de nuevo el cielo madrileño, la cúpula de industriales vista desde arriba, la Castellana con ese aire de corazón de Madrid, de modernidad medio consumida por el tiempo. En nuestra memoria común quedaba haber vivido aquellos años tan intensos de los 80, llenos de ímpetu vital para su generación y también para la mía. Me comentas que aquel año como profesora no se te olvida. Era tu primer año, aun joven con 29 años, la oposición recién sacada, viniendo a Madrid desde Segovia en tren a diario, pues vivías allí.

“Aquel trayecto Segovia-Madrid era relativamente largo para hacerlo a diario, pero me permitía leer mucho y escribir... un viaje, en el que también huía de mi propia familia ultraconservadora, cuando aún no sabía cómo quería vivir. A vosotros, unos años más jóvenes, os percibía con una libertad envidiable. No me sorprendió que estudiases luego arquitectura, era el punto de encuentro de todas tus aficiones. En mi caso mi vida era una huida y a la vez una llegada a una ciudad más grande que me ofrecía libertad como a muchas de nuestra generación.

Vivimos durante aquel curso el golpe de Tejero que casi nos cortó la respiración. Pero la vida continuó y nuestros ideales siguieron adelante. La literatura y la poesía habían sido importantes para nosotros, porque representaban nuestra ansia de libertad. Los ochenta fueron dejando atrás aquella música puesta a la poesía, como la de Serrat cantando a Machado o a Miguel Hernández, que habían otorgado un protagonismo inesperado a la palabra y al pensamiento en un ambiente en el que nos parecía que la literatura aún era capaz de iluminar el mundo. Yo admiraba vuestra juventud de la que me separaba algo más de una década. Erais diferentes de los de mi generación, los nacidos en los cincuenta que aún conservábamos parte del miedo, el exceso de autoridad y la uniformidad letal para espíritus que idolatrábamos la libertad y que veíamos en el mundo creativo nuestro propio modo de ser, lejos del mundo uniformado en el que vivíamos.

En el año de tu curso, yo me encontraba en un mundo de horfandades, complejo. Entrar de lleno aquel año en lecturas obligadas como El árbol de la ciencia, Tiempo de silencio, San Manuel Bueno mártir o  La Colmena, significaron perderme en otras historias y olvidarme de la mía propia. Esa era parte de la magia de la ficción y de sus conexiones con la realidad en el mundo adulto. Aquellos títulos básicos, explicados por primera vez en mis clases, pasando de alumna a profesora, viéndomelas con Luces de bohemia, las Sonatas de Valle, o los Cien años de soledad del boom hispanoamericano, me hacían comprender desde la enseñanza un mundo pasado, que estaba antes de mí, o lejos de mí. 

Eran clases de literatura dentro de un mundo literario, el de aquellos años, porque el pensamiento, la filosofia, el arte, parecían que tenían aún cosas que importantes que decir. La música que se escuchaba en el ambiente estaba llena de poesía, los escritores parecían afortunados y a todos nos parecía que en la literatura, en la libertad y en la creatividad había algo de salvación. Sin embargo, mucho de ello se fue perdiendo con los años; la sociedad fue cambiando, lo espiritual y el pensamiento, fueron perdiendo peso en favor de lo material, de los productos hiperestéticos, de la sociedad financiera etc.

No sabemos con exactitud en qué momento ocurrió, pero seguramente antes de que las librerías de Madrid empezaran a cerrar. La ciudad va perdiéndolas disimuladamente, como cuando desaparece un tipo de vida sin que se sepa cuál es exactamente el momento en que muere una costumbre o un modo de vida.  Nos ha pasado lo mismo que a todas las generaciones, el tiempo pasó, nuestra persona que fuimos quedó atrás y también los escenarios donde vivimos. Ocurrió con las tertulias antiguas, los cafés , los cines…. el mundo se fue acelerando y cambiando unas dedicaciones por otras. Cuando la gente quiere revivir su pasado ya no está y parece que hubiera sido una ilusión. Mitificamos ese pasado, pero lo único que hacemos  es salvar nuestra memoria, no el café concreto,  ni el lugar recordado. Tan solo nuestra memoria, acaso nosotros mismos… "

¿Dónde quedó todo aquello?  Hace no mucho llenamos el teatro para ver a Lola Herrera representando de nuevo cinco horas con Mario y sorprendernos con su buena memoria e interpretación. La edad se ha desplazado para todos. Y ahí seguimos. Hemos leído mucho, hemos vivido con libertad y espíritu y sentimos que el mundo actual nos deja un poco al margen.

Murieron mis padres, y todos tuvimos que hacer un ejercicio de integrar una historia que no era exactamente la nuestra. En mi caso,el ultraconservadurismo, que por cierto, la obra de Delibes, parece que estuviera hecha a la medida de mi propia familia. En otros, ya algo más jóvenes, asumir el de las personas ultraliberales que pasaron por el hipismo de los sesenta y se bañaban en bolas en las playas de la Costa Brava, como en la novela de Milena Tusquets.

Si…también esto pasará…

Ahora entiendo de otro modo muy distinto el Arbol de la ciencia al de la lectura de aquel 81. Al fin y al cabo todos tenemos un pie puesto en el paso del tiempo. Veo que has vuelto amar la literatura, me dice con animosidad - sería una pena que dejaras de hacerlo-. Agradezco este reencuentro. No echo de menos el pasado, le digo, si acaso algo de la juventud perdida, pero sobre todo, aquel aire de libertad y creatividad de los ochenta.


viernes, 26 de abril de 2019

El permiso de los dioses (cuento)




Dejé de pedir cosas y favores a los dioses y me centré en solicitar sólo permisos. Permisos para adentrarme en territorios; también para hablar o para dar un paso. Me fue mucho mejor. Pedir permiso conlleva una preparación y los dioses lo son por algo, no porque sí. Cargados de sabiduría, de buen hacer y de justo criterio, no encuentro ninguna razón para desconfiar de ellos; el problema radica en no confundirlos con los habituales impostores que se presentan como tales. Los impostores son más dados a los favores que a los permisos y eso me facilita distinguirlos. Hay dioses empeñados en hacerse una leyenda, en dar valor a cualquier reliquia suya y otros, decididos a vivir en el ostracismo, ocultos entre la realidad más cotidiana de modo que pasan casi desapercibidos entre nosotros. A esos quería dirigirme.

Me metí en un bar cualquiera ya casi de noche. Había llegado el buen tiempo y un grupo de hombres estaba fuera tomándose ahí las cervezas. Supongo que por fumar juntos en ese espacio tan peculiar que es estar a la puerta de algo, con la puerta entreabierta, extendiendo el espacio del bar a la calle. Discutían entendidos, que jugador era mejor o cosas por el estilo; entró un alcohólico en el bar con familiaridad y sin demasiada esperanza;  ya le conocían y no le quisieron fiar. “Esto no es una casa de caridad, es un negocio. Vete a las monjas y que te den agua”- le increpó el camarero con la confianza amarga que a veces se da a los conocidos quitándoselo de encima-. Y el alcohólico salía del bar haciéndose hueco entre el grupo de hombres de fuera, repitiendo y recitando deshilachadas las palabras que le habían dicho a modo de poema dadaísta: “monjas,  agua, caridad….menudo  negocio malo” mientras se perdía en la oscuridad de la calle caminando sólo con su retahíla rota.

Al cabo de un rato salí yo del bar y también tuve que hacerme hueco entre el humo y las discusiones del grupo de fuera. Continuaban su discusión, comparaban jugadores y clubs, se enfrentaban con pasión pero sin pasarse, con algo de alcohol pero sin ser ni mucho menos alcohólicos.  
Agradecí el aire de la calle y continúe mi camino sin rumbo concreto. También yo iba sólo, como ese borracho al que le salían sin control  los poemas al azar de una mente esclava y libre a partes iguales. A ese presunto dios del azar quise dirigir mis pasos vislumbrándole como destino de mi noche sin rumbo y abandonada a la suerte de lo que surgiera. 

Por saber, por conocerle, por curiosidad también quise verlo más de cerca y ahí le vi perderse en el azar de las palabras a voleo sin el control de la sensatez y la lógica y deduje que entre muchos otros sitios ahí habitaba ese dios ¿Quién no desea la suerte? 

Había decidido no pedir nada de modo que tampoco pedí suerte. “No todo es azar, me otorgan un poder limitado” me aclaró ese dios “soy una componente de la vida, no la vida entera”. Somos bastantes en el Olimpo y también tenemos aquí nuestros tiras y aflojas. Pero no soy arbitrario ya que entonces no sería dios. El tiempo es tan grande, que no lo veis. La suerte está echada y a la vez se vuelve a echar y aunque Einstein dijo que Dios no juega a los dados, el dios del azar si, más que nada por darle gracia al asunto, oportunidades nuevas a la gente, remover las cosas. Le pedí permiso para burlarle de cuando en cuando y me lo dio. Es parte del juego, burlarme, me dijo. Me familiaricé con este dios y aprendí a ganar y a perder. A dejarle hacer y a vivir.

Continué la calle oscura camino a casa. La escena se repetía, más grupos fuera en los bares, discutiendo jugadas  o jugadores. Se sentían seguros de sus opiniones y de ser hombres. Caminé la calle muy vacía solo interrumpida por el borracho poeta. Y me dio por subir arriba del parque, a un alto, desde el que se ve Madrid. Allí, entre árboles y luna clara, pedí de nuevo permiso a los dioses. Pedí permiso para no sentir culpa por el hecho de vivir. De no sentir culpa por sentir, por escuchar mis propios sentimientos. De no sentir la sombra de la culpa proyectada por los falsos dioses que te hacen sentir culpable a todas horas para mantener su poder.  Me lo puso fácil, “no le hagas sentir a nadie culpable de nada, sino al revés, hazle sentir bien. ¿Qué sabes tú del camino del borracho, del camino que ha tenido que recorrer otro? Recorre el tuyo, lo mejor posible.“

A otro dios, le pedí permiso para no sentir miedo infundado. También me lo dio. Vi la luna, las estrellas, el polvo del que habían surgido. Las mismas que brillaban para todos. No deseaba que nada ni nadie las eclipsara. Luego vino un dios, que sin yo pedirle nada, me dijo que tenía permiso para ser yo mismo, para escuchar mis sentimientos, escuchar el mundo y escuchar el de los demás.

Aquel permiso era como pasar un umbral, una puerta simbólica. Era permiso para saber de qué modo podía pasar por ahí.  Me descalcé. Atravesé  una pequeña fuente, y pasé por medio, de aquella extraña construcción. Solo hice eso. Entonces en ese espacio que quedaba detrás del umbral, pensé en lo que quería, no lo que quería que se me concediese, sino aquello en lo que yo quería estar y pertenecer.

En la noche estrellada, todo era igual y distinto. Pasé el umbral y vi el cielo y las estrellas, algo realmente grande, incomparable, luminoso. Las vi recortarse frente al marco de piedra traída de un modo extraño desde el Nilo. Nunca supe bien que pintaba ahí. Al fondo la torre de Madrid, el Madrid que siempre mira a otro lugar, condenado a no ser del todo.

Con el agua a los lados, supe algo más de ese mar, y de ese camino, -el tuyo propio- y el umbral, algo que no puede pasarse sin el permiso de los dioses verdaderos, que habitan tanto dentro de uno como fuera. Viví en mi memoria aquellas palabras de “caminante no hay camino, sino estelas en la mar”. Ahí las vi reflejadas en el agua. Y un camino en medio, que solo cuando se ha recorrido, toma su forma. Me  quedé tranquilo….y me vi como parte del universo, cada célula mía llena de sentido, de inteligencia. Me quedé dormido, esperando el día... volví a casa igual y diferente. Creo que había perdido el miedo a las puertas de mi propio ser.

miércoles, 10 de abril de 2019

Liberando la creatividad


El viajero, descubre que más que pensar en sus cosas “a solas y con su sombra” conviene salir de ese estado y no olvidarse de vivir. Se trata de vivir, aunque sea incoherentemente. « Si el sueño es una traducción de la vigilia, la vida de vigilia es también una traducción del sueño.» le aparece en un texto del genial pintor René Magritte. Los sueños no tienen gravedad y admiten cualquier combinatoria. Eso le permite descansar, tranquilizarse, llegar hasta algún sitio imposible... ¿acaso no estamos rodeados de confusión y de contradicción? El quisiera relajarse experimentando también la ciudad del humor, la ciudad imperfecta y desdramatizada.  Una ciudad adonde llegar y en la que olvidarse de sí mismo. Una ciudad llena de magia y de niñez. Ha descubierto que el viaje y la vida no tienen sentido y que somos nosotros los que se lo otorgamos.

Sin peso y sin carga vuelve a su casa. Ha viajado brevemente aunque sin prisa por ciudades conceptuales que podríamos llamar educación, conocimiento, emoción, culpa, miedo, verdad, contradicción, amor, creatividad, vida…Lugares habituales por donde pasan miles y miles de viajeros similares.

Su interés no está en el origen y destino del trayecto sino lo que ha podido ocurrir en medio de él.  Así que ha evitado fin de viaje, como lugar decisivo sabiendo que lo interesante es cada paso del camino. Lo que ocurre en cada trayecto. Cada lugar en el que vivimos. Cada recuerdo que construimos y que conseguimos compartir.   


Imagen: Obra de René Magritte

sábado, 23 de marzo de 2019

lucha por tus sueños

El viajero, sabe que ha de luchar por sus sueños evitando convertirse en esclavo. “Lucha por tus sueños si no quieres que otro te imponga los suyos” le aparece de golpe en una historia de Instagram de una persona a la que conoció hace tiempo con la que ya no tiene contacto personal. Esa amenaza de que puedan imponerle otra cosa ajena a su vida le llama la atención. Como si hubiese sitio sólo para un número limitado de sueños que una vez alcanzados se imponen a otros que no han luchado lo suficiente. Él se había movido por las tesis de Thoreau “ Ve definitivamente en dirección hacia tus sueños. Vive la vida que imaginaste tener” como algo relativamente sencillo, como si todo el mundo tuviera derecho a vivir en paz su sueños. Sin embargo, el mundo a veces se pone difícil y se necesita valor y tenacidad para conseguir ser libre. Entonces piensa que el precio de la libertad a veces es un salto. También abandonar una seguridad esclava. Tener resiliencia para levantarse una y otra vez. Creer en sus capacidades aun sabiendo que son limitadas. Luchar por no adoptar el discurso de otros. Hacer  un esfuerzo por no seguir los caminos de la moda. No seguir detrás de ningún camino. Luchar por sus intuiciones, luchar.


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