martes, 14 de enero de 2020

reencuentro con mi profesora de literatura


Llegué a la estación y llamé a  Soledad para quedar en el mismo lugar donde había recibido sus clases. En el pabellón hispano-marroquí próximo a la Residencia de estudiantes, en la mítica colina de los chopos. ¿Qué te parece comer allí, propuse? Deseaba sentir de nuevo el cielo madrileño, la cúpula de industriales vista desde arriba, la Castellana con ese aire de corazón de Madrid, de modernidad medio consumida por el tiempo. En nuestra memoria común quedaba haber vivido aquellos años tan intensos de los 80, llenos de ímpetu vital para su generación y también para la mía. Me comentas que aquel año como profesora no se te olvida. Era tu primer año, aun joven con 29 años, la oposición recién sacada, viniendo a Madrid desde Segovia en tren a diario, pues vivías allí.

“Aquel trayecto Segovia-Madrid era relativamente largo para hacerlo a diario, pero me permitía leer mucho y escribir... un viaje, en el que también huía de mi propia familia ultraconservadora, cuando aún no sabía cómo quería vivir. A vosotros, unos años más jóvenes, os percibía con una libertad envidiable. No me sorprendió que estudiases luego arquitectura, era el punto de encuentro de todas tus aficiones. En mi caso mi vida era una huida y a la vez una llegada a una ciudad más grande que me ofrecía libertad como a muchas de nuestra generación.

Vivimos durante aquel curso el golpe de Tejero que casi nos cortó la respiración. Pero la vida continuó y nuestros ideales siguieron adelante. La literatura y la poesía habían sido importantes para nosotros, porque representaban nuestra ansia de libertad. Los ochenta fueron dejando atrás aquella música puesta a la poesía, como la de Serrat cantando a Machado o a Miguel Hernández, que habían otorgado un protagonismo inesperado a la palabra y al pensamiento en un ambiente en el que nos parecía que la literatura aún era capaz de iluminar el mundo. Yo admiraba vuestra juventud de la que me separaba algo más de una década. Erais diferentes de los de mi generación, los nacidos en los cincuenta que aún conservábamos parte del miedo, el exceso de autoridad y la uniformidad letal para espíritus que idolatrábamos la libertad y que veíamos en el mundo creativo nuestro propio modo de ser, lejos del mundo uniformado en el que vivíamos.

En el año de tu curso, yo me encontraba en un mundo de horfandades, complejo. Entrar de lleno aquel año en lecturas obligadas como El árbol de la ciencia, Tiempo de silencio, San Manuel Bueno mártir o  La Colmena, significaron perderme en otras historias y olvidarme de la mía propia. Esa era parte de la magia de la ficción y de sus conexiones con la realidad en el mundo adulto. Aquellos títulos básicos, explicados por primera vez en mis clases, pasando de alumna a profesora, viéndomelas con Luces de bohemia, las Sonatas de Valle, o los Cien años de soledad del boom hispanoamericano, me hacían comprender desde la enseñanza un mundo pasado, que estaba antes de mí, o lejos de mí. 

Eran clases de literatura dentro de un mundo literario, el de aquellos años, porque el pensamiento, la filosofia, el arte, parecían que tenían aún cosas que importantes que decir. La música que se escuchaba en el ambiente estaba llena de poesía, los escritores parecían afortunados y a todos nos parecía que en la literatura, en la libertad y en la creatividad había algo de salvación. Sin embargo, mucho de ello se fue perdiendo con los años; la sociedad fue cambiando, lo espiritual y el pensamiento, fueron perdiendo peso en favor de lo material, de los productos hiperestéticos, de la sociedad financiera etc.

No sabemos con exactitud en qué momento ocurrió, pero seguramente antes de que las librerías de Madrid empezaran a cerrar. La ciudad va perdiéndolas disimuladamente, como cuando desaparece un tipo de vida sin que se sepa cuál es exactamente el momento en que muere una costumbre o un modo de vida.  Nos ha pasado lo mismo que a todas las generaciones, el tiempo pasó, nuestra persona que fuimos quedó atrás y también los escenarios donde vivimos. Ocurrió con las tertulias antiguas, los cafés , los cines…. el mundo se fue acelerando y cambiando unas dedicaciones por otras. Cuando la gente quiere revivir su pasado ya no está y parece que hubiera sido una ilusión. Mitificamos ese pasado, pero lo único que hacemos  es salvar nuestra memoria, no el café concreto,  ni el lugar recordado. Tan solo nuestra memoria, acaso nosotros mismos… "

¿Dónde quedó todo aquello?  Hace no mucho llenamos el teatro para ver a Lola Herrera representando de nuevo cinco horas con Mario y sorprendernos con su buena memoria e interpretación. La edad se ha desplazado para todos. Y ahí seguimos. Hemos leído mucho, hemos vivido con libertad y espíritu y sentimos que el mundo actual nos deja un poco al margen.

Murieron mis padres, y todos tuvimos que hacer un ejercicio de integrar una historia que no era exactamente la nuestra. En mi caso,el ultraconservadurismo, que por cierto, la obra de Delibes, parece que estuviera hecha a la medida de mi propia familia. En otros, ya algo más jóvenes, asumir el de las personas ultraliberales que pasaron por el hipismo de los sesenta y se bañaban en bolas en las playas de la Costa Brava, como en la novela de Milena Tusquets.

Si…también esto pasará…

Ahora entiendo de otro modo muy distinto el Arbol de la ciencia al de la lectura de aquel 81. Al fin y al cabo todos tenemos un pie puesto en el paso del tiempo. Veo que has vuelto amar la literatura, me dice con animosidad - sería una pena que dejaras de hacerlo-. Agradezco este reencuentro. No echo de menos el pasado, le digo, si acaso algo de la juventud perdida, pero sobre todo, aquel aire de libertad y creatividad de los ochenta.


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