sábado, 15 de octubre de 2016

sombras


Una vez en la mente, el objeto y su sombra quedan unidos del mismo modo que sabemos que entre la noche y el día existe un hilo conductor invisible y que aún tratándose de cosas diferentes ambas están inexorablemente atadas por el destino. Esta unión tan mágica, queda dividida y a solas, cuando únicamente percibimos la sombra de algo; esos momentos en los que las sombras nos quedan a ras de la vista hablándonos de unas ramas que ocurren por encima de nosotros, o proyectándose y extendiéndose casi libres e inmateriales por el suelo que pisamos; sombras que al detenernos en ellas pueden llevarnos a sentir que son también bellas las sombras de las cosas bellas.

Esas sombras que son huellas en el suelo o en los muros de aquello que no deja pasar la luz, son un primer indicio de algo que existe. Siempre me remiten a algo. Si las pisadas en la arena eran la huella de un paso, la sombra es una huella, una pisada, esta vez de la materia, ante la luz.

Sin luz todo sería sombra, de modo que la huella también podría leerse al revés, ser la luz en el muro el negativo de la sombra, la huella de la luz como regalo que ocurre entre lo oscuro, fragmentos de materia sometida a la luz. Puede que en nuestra mente todo sea sombra, hasta que no llega una luz que ilumina una parte y que deja otra a oscuras o en penumbra.

Nuestra mente, ese ser vivo en el universo, y a la vez un universo también, discurre por el tiempo entre luces y sombras.La sombra,-bendita sombra- deja un espacio bajo los pinos; ese primer espacio para el espíritu humano, donde los antiguos griegos transmitían el pensamiento y el amor al conocimiento. 

En nuestro interior, la sombra, lo sombrío, aquello que no recibe luz, lo podemos asociar fácilmente con lo oculto, lo triste, aunque no tiene por qué ser así. De ahí el elogio de la sombra, el elogio también de lo oscuro. Ha de existir un tiempo de luz, y también un tiempo para la sombra; ese regalo atado a la luz y que nos permite refugiarnos o medir el tiempo.

Recuerdo la primera vez que descubrí mi propia sombra. La recuerdo en un atardecer por los campos castellanos, amarillos cerca de Segovia donde hemos pasado varios veranos. Entonces, en ese atardecer, por algún camino de tierra, descubrí que aun  siendo muy pequeño sin embargo podías proyectar una sombra muy alargada, y que en comparación con la de tus padres o tus mayores, en sombra, la diferencia no era demasiada, ya que todas eran muy grandes.


Aquella sombra grande, me hizo ver, que yo a pesar de ser muy pequeño, tenía importancia.


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