Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes
pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
bajo cualquier estatua
que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
que tiene que llover
a cántaros.
Pablo Guerrero. (de la canción “tiene que llover”)
Aún no había cumplido yo los
diez, cuando del mundo creativo de Pablo Guerrero, nació aquella música y aquella letra, cuya suerte discurrió paralela
a lo que pudiera ser la historia de nuestro país en los últimos cuarenta años.
De aquel mundo poético-musical de inicios de los setenta que sonaba en mi niñez
y que recuerdo a través de la magia y de
las vueltas de los discos de vinilo “tiene que llover” abría una puerta a la
esperanza, a esa idea de progreso social que en general pervive en algún lugar nuestro
y que permite creer que el futuro será mejor para todos que lo ya pasado. “Tiempo de vivir y de soñar y de creer que
tiene que llover” recogía del aire de su tiempo un espíritu de unos años a los
que me he referido alguna vez, en los que se confiaba en un futuro mejor, y en
los que soñar con el futuro era parte de
la ilusión con la que se afrontaba el
presente. Una canción de amor, donde el
anhelo de libertad tenía una referencia muy clara de rechazo a una dictadura
militar que aún subsistía. Tiene que llover, representaba el deseo de renovación, y enlazaba también
con una gran parte de la población rural
de nuestra geografía que en aquellos años había abandonado esa realidad más
dura que utópica del campo, para integrarse en una realidad aún más compleja
que era vivir y sobrevivir en la ciudad. Una vez lejos del campo, ese campo
matérico y ya mitad parte de la memoria y mitad parte del deseo de vuelta a los
orígenes que uno siempre conserva, la lluvia podía ser un bien común a ambos
mundos, posibilitando la unión de lo físico y lo simbólico; la necesaria fertilidad de la tierra para el
que vive del trabajo del campo, y la
necesaria limpieza del aire y de las calles para el que vive en la ciudad.
Puede que los poetas, los
pensadores, los soñadores, estén siempre ahí, y que el tiempo simplemente los
haga visibles. Puede que lleguen a configurar un espíritu, una sensibilidad que
caracterice ese fragmento de tiempo que logran comunicar. Luego, el tiempo pasa y trae otros tiempos
distintos y los vuelve a hacer invisibles hasta que en el mismo aire se percibe que se han roto demasiadas cosas y que se hace necesario renovarlas. Y entonces puede que más de uno recuerde en la lejanía
esa canción que ni siquiera fue éxito, pero que a uno no le pasó desapercibida.
Aquella letra que incluía ese “tú y yo muchacha estamos hechos de nubes pero
¿quién nos ata? supongo que anidó y quedó al menos unos instantes en la mente
de quien tiende a hacerse preguntas. Los
tiempos lanzan al olvido el espíritu que los configuró, pero muchos años más
tarde alguien puede recordar que fue de aquella sensibilidad, como le fue la
vida, que tal pasaron los años por él y por lo que pudo llegar a hacer.
El tiempo, los tiempos, no
hace demasiado volvieron a traer sentido
y necesidad de aquellas sensaciones que a mí me habían transmitido y
seguramente configurado ese tipo de canciones y de letras como “ tiene que
llover”. Me lo imagino en boca de mucha gente sencilla del campo mirando al cielo, con esa sabiduría de los
hombres que viven de su tierra expresando “va a llover” o “ tiene que llover”.
Esa sencilla expresión en mitad de tantas mentiras tan complicadas que nos
llegan por tantos lados, es la fe de los que creemos en pocas cosas y de los
que nos resistimos a pensar que el
futuro ha de ser peor. El futuro será lo que hoy cada día vayamos construyendo,
con renovada participación y sobre todo sin miedo. 2016, estrena un nuevo Congreso,
nuevos representantes mezclados con antiguos representantes de cada uno de nosotros. En
muchos de los escritos que leo, observo un pesimismo, una angustia por la indefinición de los tiempos. Pero uno siente que no tiene por qué ser así…espera un
poco…tiene que llover y la lluvia ha de limpiar aún más la ciudad, y fertilizar más el campo… pararse a detectar que “hay señales que anuncian que la siesta se
acaba…” La lluvia, mezclada con nuestro trabajo, esfuerzo, participación,
generando dudas, luchas, debates, día a día nos sacará de nuevo adelante y mejor.
Es momento de encontrar la sencilla
verdad de cada cosa. La verdad que realmente hay detrás de cada proyecto. Y la
mayor verdad yo la encuentro en dejarse oxigenar por el aire y la lluvia, en
escuchar, vislumbrar y debatir proyectos nuevos y atractivos para nuestra
historia y nuestra nación, que
sean capaces de generarnos un nuevo espíritu común que aún no ha llegado.
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