Los planes y los viajes que
nos hacen ilusión los disfrutamos ya antes de hacerlos, mientras soñamos con
ellos, como un anticipo de lo que podremos disfrutar una vez allí al vivirlos y
hacerlos realidad, para volver más tarde de nuevo al territorio de la ilusión, cuando ya quedan en el pasado y se convierten
en recuerdos. Eso me pasa a mí con las
vacaciones, y en especial las de verano,
y lo que más me apetece es poderme ver pronto en el sur de Portugal, en la
costa Vicentina, justo donde el mar y el aire dan la vuelta al pasar de la
costa Sur a la Oeste de la península. Verme allí, disfrutando de la brisa
marina de la mañana, en una terraza cercana al mar y desayunar sin prisa con
esa luz tan hermosa que se produce con el mar a ambos lados y sentir pronto cómo cambia el sabor de las cosas fuera de la
rutina diaria es seguramente ya una manera de comenzar el viaje y casi puedo saborear sin estar allí todavía ese
placer de tener frente a a mI el mar y un buen desayuno en calma con el regalo
que supone tener toda la mañana por
delante, sólo para ser feliz. Luego coger las tablas de surf, y, meterme un año
más dentro de esas olas, como si aún me quedara algo bueno de ser adolescente,
de querer mejorar cada año, y de no perderme esa sensación de salir medio
volando cuando por fin viene una ola de dos metros, procurando que la tabla y
yo no vayamos cada uno por lados opuestos. Es intentarlo una y otra vez, y recuperar mi
forma, no dar nada por perdido, y disfrutar con mi familia, mientras mis hijos
se ponen de pie en la tabla como si nada; luego, después de un día que no
quieres que acabe, sentarnos en la terraza alta que da al mar en Odeceixe, o en
la playa de Carrapateira y pedir una simple hamburguesa con una cerveza Sagres,
mientras el sol se va ocultando lentamente por el Atlántico despidiendo con
magia el día, haciendo de esos instantes un placer que mezclado con el
cansancio agradable de haber estado en el agua, no cambiaría por nada o casi
nada.
Entonces disfruto de nuevo concentradas
todas mis edades, sabiendo que todas viajan conmigo, al
igual que los paisajes que hemos visto, o las vivencias que quedan atrás, alojadas
en algún lugar de la memoria. Disfruto
de mis edades que voy reviviendo de nuevo en las edades de mis hijos, cada uno
en la suya propia, con sus cosas. De la
de mi hijo pequeño de diez, con esos ojos que quieren saberlo todo, comerse el
mundo, alargar el día. Con la de mi hijo de dieciocho, vislumbrando ya su vida universitaria, su asomarse
al mundo adulto, dejando atrás los veranos de la niñez y adolescencia que
quedarán ya para siempre en su memoria como quedaron en su momento en la de
cada uno. Y de la de mi hija de veinte,
ya no tan lejos el último año de sus estudios universitarios, y
acercándose a sus primeros contratos en prácticas, con ese futuro por delante
que hace ilusión, y que a la vez se teme un poco, como una lucha que inexorablemente
hay librar se tenga la edad que se tenga. El futuro no deja de ser una
sensación parecida a tener un océano
delante, lleno de incertidumbres, pero en el que se puede presentir que al
otro lado puede haber un mundo lleno de posibilidades.
De alguna manera soy adicto al
verano, y a esos lugares en lo que mi cuerpo y mi mente encuentran los hallazgos que
necesito el resto del año. Son lugares con una fuerza especial, y me doy cuenta
que incido en ellos, guiado sólo por la luz y seguramente el aire. Esta esquina
de Sagres, fue el lugar donde estuvo la escuela de navegación portuguesa, y
allí estudiaron Cristóbal Colón o Vasco de Gama. Son lugares de tierra que se
adentran todo lo que pueden en el mar, y esa sensación siempre me ha gustado,
sintiendo el aire del mar, como quien navega, y la pisada aún en la tierra. Son
sensaciones que he podido tener también en Tarifa,en el cabo de la Nao en Jávea,
o en la Estaca de Bares en Lugo. En todas ellas hemos disfrutado de algunos
días del verano. y son lugares no tan lejanos de Madrid en donde puedes sentir
muy cerca ese mar que nos falta, ese mar siempre lejano y siempre lleno de
inspiración y sugerencia.
Este año, me llevaré la
lectura de Vasco de Gama, y conocer su ruta hasta la India, por el cabo de Buena
Esperanza. El libro me lo ha regalado Enrique Blanco, un excelente arquitecto y
persona que he conocido recientemente en el trabajo. Resulta que Enrique se
marcha ahora a Sidney a trabajar allí, sin miedo a la aventura, con su familia.
A seguir en marcha, adaptarse a una nueva ciudad, a un nuevo trabajo, otro
idioma. En el trabajo me he reído infinito con sus ocurrencias, sus frases y
sus consejos. Hace unos días se trajo una buena colección de libros suyos al
estudio para que eligiéramos el que quisiéramos, pues está deshaciéndose de
algunas cosas antes del partir tan
lejos. Este me llamó la atención y lo
elegí y creo que lo disfrutaré, pues de alguna manera la aventura se relaciona
con los sueños, pero también con los propios miedos que hay que vencer. Y ese
tema me apasiona, pues cada uno tenemos los nuestros, y ahora después de
pensarlo no los veo como algo negativo nuestro que debamos a su vez temer, o sentirnos empobrecidos
por ellos, sino que es al revés, nuestros miedos son nuestro particular océano en
el que hay que navegar y conocer para
manejarnos en ellos. Me quedé con la frase que me dijo Enrique como argumento
de su marcha. ”No me da miedo irme. Lo que me da miedo es quedarme”. Bravo, por
ti, porque sé que te irá bien, y será una gran experiencia. Qué pena, perder
esos cafés o esas conversaciones de pasillo en el trabajo, con personas que
conoces y que se van, que pierdes de vista pero que deseas volver a encontrar porque
quedan ya en tu memoria y en tus vivencias.
Me gusta que las ideas, y
los libros viajen. Que todo circule. Al final todo lo bueno nos viene a través
de los otros, y me gusta reconocerlo. Cazar al vuelo esas frases, esas
conversaciones, entre pasillos, en el entretanto de la vida, o del trabajo, y
recordar pensamientos, preguntas que nos surgen conservando el alma y la
ilusión del niño, la inconsciencia del adolescente, la fuerza de la juventud, y el rigor del adulto; abrí el
libro y me llamó la atención la cita con la que empieza: " La acción es siempre hija
del rigor antes que hermana del sueño”. Seguramente es cierto, pero de rigor he
tenido bastante por este año, y ahora me queda por delante el descanso. Mis
sueños. Mis ilusiones. y sentir el océano delante, es decir mis propios miedos,
para adentrarme hasta la punta de ellos, sentir el aire, y decirme a mí mismo,
que es el momento de no temer tus temores, de descubrir que en ellos radica
todo un universo, todo un mundo por delante.
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