¿Hay algo más cotidiano en el sur de la península ibérica que una pared encalada, que la magia de un patio inundado de luz, o que un zócalo pintado que va recorriendo a saltos las irregularidades del terreno? ¿Qué es lo que guarda de singularidad y de realización única cada muro blanco, y cada rincón sencillo de estos pueblos? Son sensaciones de belleza en lo simple, de bienestar en su adaptación al entorno, de luminosidad alegre que aviva los colores de las cosas.
Esa luminosidad blanca
parece inundar las calles encaladas en los pueblos del sur, y afecta a la nitidez
del color del cielo recortándose contra los planos de sus paredes, y contra las
líneas imperfectas de sus cornisas; sensación de diálogo y de entendimiento, de
piezas que se integran en un conjunto mayor con cierta libertad y a la vez con
armonía y naturalidad. No mucho más que las sensaciones sencillas y tan
sugerentes del habitar humano en
contacto con la tierra y su naturaleza, con el simple recurso del encalado en
sus paredes, con esas composiciones
nítidas y abstractas donde no prevalece el orden geométrico puro, sino el que
se adapta, el que dialoga con el paisaje a través de unos conocimientos
adquiridos lentamente en el tiempo y con formas de hacer que han ido incorporándose
a la tradición constructiva. Desde esas impresiones, y desde esas referencias
sensoriales y constructivas, unidas al conocimiento de lo culto y de lo intelectualmente
formado, arranca la arquitectura de Alvaro Siza, el más conocido de los
arquitectos portugueses contemporáneos, con multitud de premios en su haber,
entre otros el Pritzker de arquitectura, que para los profanos viene a ser como
su particular Nobel.
Me he tomado la mañana entera
para disfrutar tranquilo de su arquitectura y de su entorno en la fundación
Serralves, con unos magníficos jardines creados con anterioridad al nuevo edificio
proyectado por Siza que da acogida al museo de arte contemporáneo de Oporto.
Pero mi principal interés no eran las exposiciones artísticas contemporáneas
que en demasiadas ocasiones son tan subjetivas y tan inentendibles, sino el
edificio en sí mismo y el entorno de jardines tan extensos y agradables no
demasiado lejanos de la ciudad, donde poder sentir la experiencia de esos
nuevos espacios creados, de percibir su
luz, y de darme el placer de caminar y recorrer algo hecho con talento; de
descubrir la mirada hacia el cielo, recortado y enmarcado por las formas de los
contornos del edificio, con esos perfiles que me sugieren la misma línea de los
dibujos que antes han viajado del pensamiento de su autor al papel y que ahora son
un trazo reconocible en el aire; he tenido la suerte de que el día esté
despejado para poder sentir ese contraste del cielo que te permite ver cómo
encaja lo inmaterial del aire , con lo sólido de lo edificado; de sentir la
magia del color, del color en si mismo, del blanco, y de ese orden+libertad que
se respira en su hacer. Una trama recta, ordenada, entendible con cierta
facilidad, que en ocasiones rompe su orden con libertad como una especie de
trazo, de línea poética y fluida, que constituye en el más literal sentido de
la palabra su propio discurso, como queriendo salirse del verso a modo de
improvisación.
Sus hallazgos
arquitectónicos, parecen construidos y enlazados con un alma de poeta, de poeta
que disfruta con lo simple, con lo sustantivo de las cosas, dejando de lado el
adjetivo que prácticamente desaparece, como algo no esencial. Esa arquitectura
tan simple es compleja de hacer, se requiere sintetizar muchas cosas, pero al
igual que el poeta, necesita de una inteligencia intrapersonal, que sabe leer y
formular lo que se siente ante el universo que nos rodea. Desde ahí arranca el
hacer de lo que se quiere hacer sentir; y desde ahí arranca la construcción de espacios donde
puedan expandirse las emociones, que en el caso de Siza, son tranquilas, en
busca de la belleza y la fuerza de los espacios y de los entornos, y en busca
de ese diálogo con los elementos, con el paisaje, con el cielo, y con la luz.
Esa simplicidad tan eficaz,
me hace pensar en cuanto hay en esta arquitectura de diálogo entre posibilidades opuestas buscando formas
de convivencia, entre el orden y el rigor que puede proporcionar la arquitectura clásica con la libertad de la línea de la arquitectura
popular de tradición irregular de los pueblos blancos del sur de la península.
Ir descubriendo ese diálogo entre el orden y la claridad de espacios que puede
proporcionar la geometría clásica guiada por la razón y la lógica, con la
naturaleza más desordenada e imprevisible del sentimiento; diálogo entre la
razón y el sentir no interpretándolos como elementos contradictorios, sino como
partes integrantes de la misma inteligencia humana buscando su punto de convivencia y de
síntesis en lo simple, en lo más esencial y común del hecho de construir. Esa
doble naturaleza en sus obras, ese encuentro entre lo diverso, me remite a una
actitud dispuesta a desenvolverse con ideas opuestas , a unir contrarios con
naturalidad y de una forma fluida: luz y sombra, lo estrecho y lo ancho, el
hueco pequeño y el grande, lo recto y lo oblicuo...haciéndolo sin sobresaltos y procurando
hallar continuidades, fluencias entre lo que es de naturaleza diferente generándome
ese sentimiento peculiar que lo considero propio de Siza y propio de aquí, una
especie de sosiego, de sensación relajada y pausada, que invita a lo tranquilo,
a recorrer con los pies y con la vista los espacios, y a dejarme de alguna
manera contagiar de algo así como el placer de fluir, caminar, descubrir….
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