martes, 11 de febrero de 2014

Alvaro Siza: arquitectura blanca y diálogo.






























¿Hay algo más cotidiano en el sur de la península ibérica que una pared encalada, que la magia de un patio inundado de luz, o que un zócalo pintado que va recorriendo a saltos las irregularidades del terreno?  ¿Qué es lo que guarda de  singularidad y de realización única  cada muro blanco, y cada rincón sencillo de estos pueblos? Son sensaciones de belleza en lo simple, de bienestar en su adaptación al entorno, de luminosidad alegre que aviva los colores de las cosas.
Esa luminosidad blanca parece inundar las calles encaladas en los pueblos del sur, y afecta a la nitidez del color del cielo recortándose contra los planos de sus paredes, y contra las líneas imperfectas de sus cornisas; sensación de diálogo y de entendimiento, de piezas que se integran en un conjunto mayor con cierta libertad y a la vez con armonía y naturalidad. No mucho más que las sensaciones sencillas y tan sugerentes del habitar humano  en contacto con la tierra y su naturaleza, con el simple recurso del encalado en sus paredes, con  esas composiciones nítidas y abstractas donde no prevalece el orden geométrico puro, sino el que se adapta, el que dialoga con el paisaje a través de unos conocimientos adquiridos lentamente en el tiempo y con formas de hacer que han ido incorporándose a la tradición constructiva. Desde esas impresiones, y desde esas referencias sensoriales y constructivas, unidas al conocimiento de lo culto y de lo intelectualmente formado, arranca la arquitectura de Alvaro Siza, el más conocido de los arquitectos portugueses contemporáneos, con multitud de premios en su haber, entre otros el Pritzker de arquitectura, que para los profanos viene a ser como su particular Nobel.  
Me he tomado la mañana entera para disfrutar tranquilo de su arquitectura y de su entorno en la fundación Serralves, con unos magníficos jardines creados con anterioridad al nuevo edificio proyectado por Siza que da acogida al museo de arte contemporáneo de Oporto. Pero mi principal interés no eran las exposiciones artísticas contemporáneas que en demasiadas ocasiones son tan subjetivas y tan inentendibles, sino el edificio en sí mismo y el entorno de jardines tan extensos y agradables no demasiado lejanos de la ciudad, donde poder sentir la experiencia de esos nuevos  espacios creados, de percibir su luz, y de darme el placer de caminar y recorrer algo hecho con talento; de descubrir la mirada hacia el cielo, recortado y enmarcado por las formas de los contornos del edificio, con esos perfiles que me sugieren la misma línea de los dibujos que antes han  viajado del  pensamiento de su autor al papel y que ahora son un trazo reconocible en el aire; he tenido la suerte de que el día esté despejado para poder sentir ese contraste del cielo que te permite ver cómo encaja lo inmaterial del aire , con lo sólido de lo edificado; de sentir la magia del color, del color en si mismo, del blanco, y de ese orden+libertad que se respira en su hacer. Una trama recta, ordenada, entendible con cierta facilidad, que en ocasiones rompe su orden con libertad como una especie de trazo, de línea poética y fluida, que constituye en el más literal sentido de la palabra su propio discurso, como queriendo salirse del verso a modo de improvisación.
Sus hallazgos arquitectónicos, parecen construidos y enlazados con un alma de poeta, de poeta que disfruta con lo simple, con lo sustantivo de las cosas, dejando de lado el adjetivo que prácticamente desaparece, como algo no esencial. Esa arquitectura tan simple es compleja de hacer, se requiere sintetizar muchas cosas, pero al igual que el poeta, necesita de una inteligencia intrapersonal, que sabe leer y formular lo que se siente ante el universo que nos rodea. Desde ahí arranca el hacer de lo que se quiere hacer sentir; y desde ahí  arranca la construcción de espacios donde puedan expandirse las emociones, que en el caso de Siza, son tranquilas, en busca de la belleza y la fuerza de los espacios y de los entornos, y en busca de ese diálogo con los elementos, con el paisaje, con el cielo, y con la luz.
Esa simplicidad tan eficaz, me hace pensar en cuanto hay en esta arquitectura de diálogo  entre posibilidades opuestas buscando formas de convivencia, entre el orden y el rigor que puede proporcionar  la arquitectura clásica con  la libertad de la línea de la arquitectura popular de tradición irregular de los pueblos blancos del sur de la península. Ir descubriendo ese diálogo entre el orden y la claridad de espacios que puede proporcionar la geometría clásica guiada por la razón y la lógica, con la naturaleza más desordenada e imprevisible del sentimiento; diálogo entre la razón y el sentir no interpretándolos como elementos contradictorios, sino como partes integrantes de la misma inteligencia humana  buscando su punto de convivencia y de síntesis en lo simple, en lo más esencial y común del hecho de construir. Esa doble naturaleza en sus obras, ese encuentro entre lo diverso, me remite a una actitud dispuesta a desenvolverse con ideas opuestas , a unir contrarios con naturalidad y de una forma fluida: luz y sombra, lo estrecho y lo ancho, el hueco pequeño y el grande, lo recto y lo oblicuo...haciéndolo sin sobresaltos y procurando hallar continuidades, fluencias entre lo que es de naturaleza diferente generándome ese sentimiento peculiar que lo considero propio de Siza y propio de aquí, una especie de sosiego, de sensación relajada y pausada, que invita a lo tranquilo, a recorrer con los pies y con la vista los espacios, y a dejarme de alguna manera contagiar de algo así como el placer de fluir, caminar, descubrir….  

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