lunes, 8 de octubre de 2012

Las puertas del Prado
















En el Museo del Prado, ese gigante del neoclasicismo del  Madrid de Carlos III, realizado de la mano del excelente arquitecto Juan de Villanueva, se concentra el profundo conocimiento que este arquitecto había adquirido de la arquitectura clásica en sus estancias en Italia, junto con ideas de nuestra cultura y tradición como el monasterio del  Escorial, de bastantes años atrás. De su mano y de la de Carlos III ,Madrid adopta un aire nuevo, ilustrado, científico, y racional, cuyas huellas más evidentes son , el Jardín botánico, El Observatorio astronómico,o la Puerta de Alcalá de Sabatini  .  
Entre las muchas características de su arquitectura está la simetría como elemento ordenador, de ahí que ampliar el Prado, por cualquiera de sus laterales hubiera sido un error que hubiera puesto fuera de juego el propio edificio. Al final, Moneo da con la clave del asunto, y acomete  el difícil problema de su ampliación a base de meternos por la tierra y aparecer por otra parte, en este caso el Claustro de los Jerónimos, monasterio que nos habla del gótico, de lo poco gótico que hay en Madrid. Este mismo truco, ya lo había hecho en el Museo de Arte Romano de Merida con excelentes resultados. Y si bien la lucha mediatica contra los partidarios de no tocar el Claustro fue enorme, hay que reconocer que Moneo ganó esa batalla como muchas otras.
Una vez claras las ideas de por donde ampliar, Moneo resuelve el aspecto exterior del edificio con una idea ecléctica entre un templete dórico sobre un plinto, y un edificio de aspecto cúbico de tradición moderna ,nítida de líneas y volúmenes. Una superposición de ideas que van desde la Grecia antigua hasta Escandinavia . Al final nos encontramos  todo un  juego de tiempos,y de estilos , más parecido  a la historia de la filosofía o del arte en  las que siempre se sigue  contando con lo anterior ,que a la historia de la tecnología,en la  que el pasado queda  obsoleto enseguida. Estar por allí a a mi recuerda a ese profundo verso de Jorge Guillen, todo está concentrado de por siglos de raíz en este minuto eterno para mi .
A todo este misterio de lo que somos nosotros y de lo que es el arte, le faltaba ponerle puertas, que con gran acierto e intuición Moneo encarga a nuestra gran Cristina Iglesias, cuyo estilo añade más a la memoria, como si conociera ese verso de Guillen , y estuviera dispuesta aportar tanto como le sea posible.
En esa sensibilidad de la luz y la memoria que hay en su obra , Cristina se mueve por el tiempo al igual que por el espacio, como si no hubiera pasado, y si los arquitectos nos remitimos a Grecia, ella no tiene empacho en remitirse más atrás aún , a tiempos que a mi me recuerdan al megalítico, con esas piedras enormes que ponían de pie, como en Stonehenge,  donde el hombre descubre su pequeñez, lo mismo que nos ocurre con sus puertas
Y puestos a meter más memoría hay anda todo el barroco, con su juego de apariencias, con su teatralización de la vida, y su gusto por lo vegetal ,en el que hay que acercarse, tocar ,dudar, esto es hierro,barro  o plástico? Esto que se me presenta a los ojos es real o pura apariencia. Buena pregunta.
Y en  ese rastro de estilos,  y de tiempos , falta una referencia , a ese artista descomunal que fue Gaudí, y que el racionalismo del siglo xx , le ha tenido en un extraño apartheid a excepción de contados arquitectos y artistas, Al igual que la entrada a la Sagrada Familia, Cristina  nos habla de naturaleza ,una naturaleza en el tiempo, casi fósil, donde la vida se ha hecho materia inerte desgastada, por el tiempo. Una naturaleza quieta, que al igual que Stonehenge  nos remite a nuestra memoria más antigua, revelandonos los muchos años que nuestros cerebros llevan por aquí, valorando luces y sombras, oquedades, y refugios.  
Esa valoración de la luz, tiene su paralelismo con lo que somos, con nuestra mente, que entre las muchas puertas oscuras que se nos presentan, en alguna conseguimos atisbar una rendija de luz, una intuición, que nos indica que por ahí puede estar la puerta que sin saberlo buscamos.
Como oí a un escultor japonés ,Etsuro Sotoo, que trabaja esculpiendo por las alturas de la Sagrada Familia, no es el tiempo el que pasa , somos nosotros los que pasamos a través del tiempo. Ese tiempo, que puede concentrarse, por siglos, de raíz, al sentarse un rato en los jardines , y contemplar las Puertas del Prado, hermoso nombre del que al igual que el paraíso , puede ser que fuésemos expulsados, pero del que siempre nos quedará el recuerdo y el consuelo, de poderlo ver concentrado en ese minuto eterno, para mí.

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