"Lo blando es más fuerte que lo duro, el agua más fuerte que la roca, el amor más fuerte que la violencia." Hermann Hesse.
No
es frecuente una buena nevada en Granada, encantadora ciudad a medio camino entre
la montaña y el mar. Acostumbrada a recibir la nieve en el Mulhacén, y que
le llegue ya derretida en forma de agua,esta fugaz nevada ¿Qué nos querrá decir? Hace mucho que no voy y
tengo que echar mano de mis recuerdos. En ellos voy por una cuesta, subiendo hasta la Alhambra, disfrutando de sus
quiebros, de sus recodos, de ese barro hecho arte que es Granada. Agua y tierra juntas, formaron ese barro, con el que los árabes, moldeaban sus
cerámicas, haciendo posible aquí mismo el universo reflejo del paraíso que es la Alhambra.
En
esa cultura del barro y el esmalte, de la escayola moldeable, en definitiva de
lo blando y adaptable, forjaron un mundo lleno de belleza, donde el número, llave
de la mística, era una extensión hasta el misterio de lo infinito del universo de
esas lacerías, artesonados, y cúpulas inigualables.
Allí,
después de un viaje en Vespa por todo el sur, me planté en la Alhambra, entre
lo que mis ojos veían, y lo que sabía de mis estudios, sin saber muy bien que
veía antes, si mis ojos nuevos como de niño, o mis ojos formados de estudiante.
Allí,
en esas extensiones de agua, donde se reflejaban los edificios, haciéndolos más
verdad, en ese mundo de acequias, fuentes y estanques, quiero recordar que me encontraba
feliz, en un lugar mágico hecho
para el deleite de los sentidos, armonizándolos , y curándome seguramente de
algún desamor del que no me importa acordarme.
Y
es que el agua en su camino al mar, se encuentra con la Alhambra, igual que en
nuestras vidas nos encontramos con el amor, seguramente lo más mágico que nos
ocurre, donde de alguna manera también llegamos a sentir algo del cielo en la
tierra, algo de su reflejo en los estanques, algo del aroma de los partales.
El
agua, que fue nieve o hielo, esperando en un invierno necesario, fue derritiéndose,
en los manantiales, y llegando con
gracia a este palacio, metiéndose por sus recodos. Esa agua blanda, sin forma,
tuvo su geometría en la nieve, en la belleza fractal del cristal de cada copo, con su forma mágica que en algo me recuerda a
estos techos. Luego se derrite, como quien tira de una cuerda y se deshace un
nudo, quedando en nada aquellas formas. Y así derretida, el agua en su camino al mar, se
encuentra con el jardín, lugar sin duda para el amor.
Un
jardín, que cuidar. Un jardín, que puede ser el paraíso. Algo hermoso que le ocurre
a tu vida en el trayecto. Ahora medio oculto y cubierto por la nieve, con toda la magia
cercana, como una Navidad retrasada, como una montaña adelantada, en cualquier
caso un regalo que trae esa emoción inatrapable de los momentos únicos y difícilmente repetibles.
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