martes, 27 de noviembre de 2012

jardin de la casa de Sorolla












El jardín de la casa de Sorolla, es una auténtica sorpresa en Madrid, ese Madrid de inviernos fríos, y tórridos veranos, donde hacer sobrevivir con plenitud a algunas plantas, ni es tarea fácil ,ni se hace por si sola. Como si de un milagro se tratara, en mitad de nuestras especulaciones, de nuestras prisas, de nuestros fríos o sofocos, este jardín ha resistido, prácticamente intacto desde que el propio Sorolla lo diseñara y lo hiciera realidad.  Es  como una miniatura de jardines y  en esa miniatura ,entre los bloques de pisos de la ciudad, adquiere su encanto.
En este jardín, están concentradas ideas y formas, de los de la Alhambra de Granada y el Generalife, y también del Alcázar de Sevilla. La artesanía de raíz árabe,  con sus azulejos trianeros , el arte con sus columnas y esculturas, el sonido del agua con sus fuentes, el color y la vida en sus planteles de arrayanes, mirtos, y  naranjos. Este jardín oasis, abigarrado y  abundante, hecho para los sentidos, y para el corazón. ¡que lejos de los minimalismos actuales! hechos más para la razón y la fría lógica, que tiende a poblarse de soledad.
  
A este jardín , lleno de colores ,de reflejos y ,de brillos, capaces de seducir y hacer vibrar la paleta de un pintor, le faltaba tan solo un color que pudiera flotar en el aire, recortándose contra el blanco de la fachada y el azul del cielo. Sorolla lo encontró  plantando un rosal de rosas amarillas. Este rosal amarillo, ya no está en el jardín, ya que  enfermó a la vez, que Sorolla, que sufríó una hemiplejia de la que nunca se recuperó. Lo mismo le pasó al rosal, que estuvo enfermo, mientras duró todo aquello, y murió, definitivamente cuando murió la otra mitad de Sorolla que fue su mujer Clotilde., unos tres años más tarde de la muerte de este.

Ahora, una exposición de cuadros del jardín, entre los que hay varios que representan este rosal,  ha llenado las salas del museo, de visitantes que disfrutan y contemplan atentos sus cuadros por toda la casa, como invitados de honor, a un palacete privado que celebrara  un evento, lleno de lujo pero también de amor . De tanto ir yo de una sala a otra, y volver, se me empiezan a hacer familiares no solo los cuadros, sino también los rostros de algunos visitantes; alguno que había visto al principio en los tickets de entrada lo vuelvo a ver más adelante , en la sala grande de Sorolla, a otro lo vuelvo  ver en la cocina, y en esa familiaridad que solo te pude proporcionar una casa , al volver a ver a los visitantes, se me hacen enseguida cercanos.  Hay una señora mayor, de pelo blanco, elegante que mira su folleto, y en cuyo rostro uno adivina la belleza de su juventud. Hay tres jóvenes, que andan tomando apuntes, seguramente para un trabajo escolar, y a los que un  bedel, un tipo comunicativo y con ganas de participar les va guiando, y echando una mano: ir a la  sala grande, que allí está otro cuadro del bebé de Sorolla. Una madre de rostro impreciso ,con sus dos hijos casi adolescentes, una señoras mayores americanas, una mujer de mediana edad que acompaña y ayuda a moverse a una persona disminuida, un hombre que me dejó pasar en la cola de entrada porque la persona con la que había quedado no había llegado todavía….y todos nosotros, de una lado a otro contemplando cada uno algo diferente en los cuadros, pero unidos por un mismo sentimiento: a todos nos gusta la pintura de Sorolla , todos la entendemos sin necesidad de que nos la expliquen, y todos salimos mejor que cuando entramos de su casa y su jardín.

En estos casos, uno iniciaría con facilidad una conversación, con cualquiera de estas personas. Con la persona mayor de pelo blanco que resiste su belleza, con la persona disminuida que recibe el cariño de su acompañante, las americanas que están disfrutando de lo lindo, los chavales del colegio, la madre joven de rostro impreciso pero atractivo ,el hombre que andaba con cierto agobio por la espera y que ahora esta ya dentro. En esa familiaridad , silenciosa pero cercana , a uno no le sorprendería que alguien tomara la iniciativa y que pasáramos todos a una sala a tener una puesta en común , sobre el arte o sobre nuestras vidas, sobre los jardines o los cuadros, sobre la vida y el paso del tiempo.

Si me tocara algo que decir, aportaría poco a la pintura de Sorolla , ya que habla por si sola. A lo mejor señalar tan solo, que en su pintura el color flota, como si venciera la gravedad, que me fascina como juega con lo que queda enfocado y lo que no, y de su esfuerzo por buscar sombras en los negros, o luces en los blancos, haciéndonos comprender que a la vista todo es color. Hablaría de su pasión por Velázquez , o del extraño paralelismo con el pintor sueco Zorn , que vivió en sus mismos años, y pintaba prácticamente igual que él.

Pero estos datos no aportarían nada sino mencionara de alguna manera todo lo que hay aquí  de amor y generosidad. De amor, entre Joaquín y su esposa, con el rosal amarillo ahora ausente de testigo. Una mujer ,que sin ser guapa al uso convencional, dispone de una belleza interior, que la hace absolutamente única, y revelada una y otra vez, en los innumerables retratos que le hizo Joaquín, retratos, en como el mismo Joaquín señala se iba revelando una verdad, que era más verdad que la verdad misma.

La pintura y el amor, nos descubren cosas que estando ahí, no podemos alcanzar a ver. Y la generosidad, lo mismo. Todo este museo está  repleto de ella.  La fuente del jardín, es una donación de un amigo escultor al museo, las bellísimas esculturas de Helena, hija del pintor, son una donación también a este espacio, y todo el , toda la casa entera, el jardín y los cuadros un regalo, que nos hizo su mujer ,Clotilde, al estado español, y a todos los visitantes ,que como familiares suyos, hemos estado  esta mañana andando de un lado a otro por su casa, sin conocernos unos a otros y sin embargo  unidos por el lazo de la sensibilidad, de la luz, y de la vida.

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