viernes, 18 de enero de 2019

Retrato de Baroja




  

  Este rápido retrato  de Baroja que capta un instante intrascendente y cotidiano, como quien espera en una sala sin quitarse el abrigo ni el sombrero por la brevedad del tiempo que desea estar ahí, nos habla más del Baroja viajero que fue, que del sedentario escritor. Puede que este abrigo fechado en 1914 sea ya el abrigo de Baroja para siempre y no se lo quite más en su vida. Incluso algún día de lectura hasta altas horas de la madrugada ha podido quedarse dormido con el  puesto. Pero a Baroja, su atuendo, -hasta cierto punto- le da lo mismo. Igual que la estética en sus novelas, la descuida con elegancia, ya que también hay belleza en lo fresco, en lo aparentemente descuidado. Está ahí, pero sin que nunca tome más protagonismo, que la amenidad que pretende o que la libertad que desea para sus lectores.

De los retratos de escritores hechos por Sorolla es el que menos vanidad refleja. Y la famosa malicia de Baroja, no la detecto reflejada en su rostro, en sus manos, ni en su postura. Sinceramente creo que Baroja tiene un conflicto con su malicia. Se sabe bueno y sin embargo, su rol es de malo a decir de otros. Quizá alguien confundió la maldad con lo sombrío del carácter que pudiera haber en este transeúnte de la vida.  

Sorolla lo retrata a su manera, pintando una luz que parece más marca de la casa que la habitual del rostro del retratado, sin incidir en el pesimismo barojiano que lo deja reducido a un abrigo y un sombrero negro. Una pintura rápida y de encargo para ambos. Esas manos cruzadas, afianzando el estómago del escéptico Baroja, el que no se tragaba fácilmente las mentiras, el que quiso hacer novelas a base de retazos de realismo. Porque bajo ese rostro incrédulo y fugaz de Baroja que lo mismo ha sido doctor en medicina que panadero, se revela para siempre el del escritor, el que desde un punto de vista único, describe el mundo sin entusiasmo, pero con la certeza del que se toma su tiempo para un buen diagnóstico. A usted le pasa esto, sería su voz de médico con vocación de novelista, y antes que eso, voy a narrar los síntomas a ver qué es lo que realmente ocurre.

En los retratos y fotografías de Baroja suele darse una ausencia personal. Un escepticismo que afecta también a su rostro y persona que hace difícil retratarle. Solo al final de su vida, parece marcar un perfil definido de abuelete rebelde. Pero aquí, en esta sala del palacete de Sorolla se encuentra con un problema. Ha triunfado como escritor, -con una dejadez que nunca es del todo cierta- y el pesimista Baroja tiene que pasar por el lugar de los elegidos de la cultura española de su época para un encargo de una fundación norteamericana. Está bien, accedo a este honor, parece decir, pero no cuentes con que me vaya a quitar ni mi abrigo ni mi sombrero. Retrátame, como si estuviese en una sala de espera, que nunca acabo de creerme eso de haber llegado a ningún sitio. 

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