lunes, 21 de noviembre de 2016

fin de semana Cohen

Fin de semana para escuchar de nuevo algunas canciones del mundo personal y a la vez universal de Cohen. En muchos de mis grupos de whatsapp o de facebook , me llegaron enlaces de algunas de sus canciones, textos escritos por periodistas, músicos etc; una versión de Hallelujah cantada por un amigo, la inigualable interpretación de Jeff Buckley, la recomendación del disco de Enrique Morente con algún tema de Cohen (Omega) o la versión de Silvia Perez Cruz de Pequeño vals vienés… Como si fuera un familiar nuestro (o de la humanidad) nunca me habían llegado tantas cosas a la vez de un poeta que se expresó y comunicó a través de la música. Gracias a estos escritos (y a algo de memoria) escuchando de nuevo Take this waltz  y ante la familiaridad de la letra, me fui a un libro de Lorca, Poeta en Nueva York; allí encontré con sorpresa el poema que Cohen había versionado, sin ocultar la referencia ni el ritmo lorquiano escrito como medio siglo antes. (I want you… Iwant you… Iwant you…) en mitad de un libro complejo, al que habrá que volver a leer con las noticias americanas de hoy.

Ese universo personal de Cohen, hecho de misticismo y de deseo, de física y metafísica, de cuerpo y atracción, de armonía y expresión, de sensaciones (quizá más que de sentimientos) de seducción,  voz,  ritmo, etc…temas intemporales que laten en el aire, que están ahí en medio de nuestras vidas y nuestras preocupaciones. El adiós a Cohen, es una señal de vida. Como su encantadora definición de poesía: “la poesía es solamente la prueba de que hay vida. Si tu vida se está quemando bien, la poesía no es más que la ceniza”… Con  algo de enigmático, de misterio alimentado, de leyenda, de logro de un espacio propio, que no es intelectual y tampoco exactamente sentimental. Más bien de una captación y una sensibilidad que busca una verdad de lo que ocurre, (sin forzar lo que debería de ocurrir, ni lo que quieres oir)

Un Cohen, al que por suerte no abarcas del todo nunca…”la poesía viene de un lugar que nadie controla, nadie conquista” en palabras suyas. Lo mismo con sus textos, superpuestos, abiertos, que nos hacen dudar de quien es realmente Suzanne mezclada como acordes musicales con la mística, y la naturaleza…”Y cuando tratas de decirle que no tienes amor para ofrecerle, te coge y te mece en sus brazos, dejando que sea el río el que conteste que siempre has sido su amante…”.Un Cohen cuyo aspecto va variando entre su mundo bohemio de los primeros años y el elegante gentleman casi aristócrata que cuida con esmero su aspecto, su dicción, su exacto tono.

Algo también de cinematográfico, del cine de los setenta, con su look de judío errante en esos lugares mágicos llenos de vida, un muelle, los barcos, una iglesia con una torre y cerca del río en Montreal la casa de Suzanne, esposa de un amigo… de la que sale una canción, como podría surgir una película, una historia…A las conocidas referencias de la literatura  hispana de Lorca , también habría que solapar la tradición irónica de la literatura inglesa, en textos como en el de la canción “ I am your man…” y en su puesta en escena, especialmente en sus últimas interpretaciones esbozando una sonrisa conquistada a base de búsqueda  “Si quieres un amante yo haré todo lo que me pidas pero si quieres otro tipo de amor usaré una máscara por ti"

Lugares comunes de las relaciones humanas. Lugares especiales de la belleza y el misterio. Universo interior misterioso, propio y a la vez común, inentendible del todo, y a la vez capaz de hacernos sentir cosas que están en nosotros. A veces me cansa y otras me entusiasma. Pero sin duda me interesa ese modo de hacer, no revelar el misterio de las cosas, no hacer que sean perfectos más que los acordes, el sonido de un violín en la noche sonando de un modo seductor, mientras el humor se mezcla con el amor, la sonrisa, con cierta sensación de verdad, la distancia con la cercanía, el llanto y la tristeza, con la alegría y la risa….

martes, 1 de noviembre de 2016

la barbería (cuento)

“La prisa se opone a la ternura. No hay ternura apresurada…” J.A. Marina

Nos costó bastante encontrar la barbería en aquel pueblo perdido. Ningún letrero ni reclamo publicitario la acababan de distinguir con nitidez del resto de las casas. Después de preguntar dos o tres veces dimos finalmente con ella. El barbero, un hombre de mediana edad, de voz profunda grave y varonil, estaba en ese momento ocupado cortando el pelo a un cliente. Otro esperaba sin aparente prisa, con ese estar sin más que se da en algunos pueblos, especialmente en los del sur de la península. Le pregunté si podía cortar el pelo a nuestro hijo y nos indicó que volviésemos en dos horas, ya a primera de la tarde. En apenas unos días de trasladarnos a vivir a aquel pueblo, nos habíamos acostumbrado a la falta de inmediatez a la hora de resolver las necesidades cotidianas, de modo  que volvimos de nuevo. Tampoco había elección. A la vuelta otros dos clientes se habían adelantado y esperaban en la puerta acristalada que aún permanecía cerrada formando parte de un frente de local realizado con más esmero que recursos, materializado en el cuidado de la proporción en el despiece de las carpinterías,o en la cuidada elección de un tono verde marino oscuro  de las mismas. Tras una hora de espera nos llegó el turno. Comenzó el corte con oficio  tomándose su tiempo, sin ninguna prisa. Como no me apetecía leer ninguna revista saqué un libro con el que andaba aquel tiempo, “El cielo de Madrid” y avancé unas páginas. A ratos miraba  la imagen que el espejo me devolvía del barbero, deteniéndose en cada corte, sin forzar la productividad más de lo necesario en aquel pueblo perdido donde el tiempo no contaba igual que el tiempo de la ciudad.
“Se parece a mi padre”, me dijo mi esposa. “A la foto de mi padre que ha estado tantos años en casa. Nunca había visto a alguien tan parecido”. Por la edad no podía ser el padre de mi esposa, fallecido hacía muchos años cuando ella era pequeña. Aquella muerte, tenía un punto de tabú, de apagón en la memoria familiar que sin embargo mi esposa tomaba con una naturalidad nada afectada ni traumática; sin embargo, a veces su tendencia a hilar las tramas perdidas le conducía a ciertas preguntas, a interrogarse porque en su casa se había mantenido una distancia tan antinatural, entre el mundo de los vivos y el de los que no lo están.

El barbero tenía una niña pequeña de apenas dos años a la que tomaba fotos con una máquina pequeña y desfasada de vez en cuando interrumpiendo su tarea. La abuela, una señora mayor y menuda, vestida de negro y de pelo cano cuidaba de la niña, apenas ocupando espacio, en dos sillas pequeñas y bajas que quedaban frente al ventanal del local. La niña sonreía unos segundos, manteniendo el gesto durante el tiempo que el barbero tardaba en tomar su cámara y fotografiarla; mientras la abuela, la miraba con ilusión y ternura. Luego volvía cada uno a su mundo. La abuela a dar atención a su nieta, el barbero a su tarea.

Yo veía a mi hijo pequeño de espaldas, en la silla del barbero, mientras le cortaban el pelo y también su rostro a través del espejo a la vez que el barbero lo iba descubriendo y despejando. Ambos reconociendo una cierta familiaridad en su rostro, en la forma de la cara, en el pelo, que estaba cortando, y que caía al suelo con esa dejadez lenta con la que cae el pelo recién cortado. El se miraba a su vez, sin tener del todo clara la consciencia de que estaba dejando de ser niño y empezaba su adolescencia en esos meses. 


Al llegar a casa comprobé entre las cajas de libros y objetos que habíamos traído y que aún estaban por desembalar, que se encontraba el álbum familiar de fotos de mi esposa de cuando ella era pequeña. Me detuve en algunas imágenes en las que ella sonreía en esa edad cercana a los dos años y crucé mi mirada en el espejo de la sala con la imagen de su padre tomándole cada foto concreta, mezclado el aspecto y la voz del barbero que habíamos conocido  aquella tarde con la imagen paterna en blanco y negro de un marco de plata que siempre había estado en su casa materna, deteniéndose con una cámara antigua en el rostro de su hija pequeña que aprendía a sonreir.