sábado, 15 de octubre de 2016

laberintos


"al igual que en el laberinto, en toda peregrinación se corre el riesgo de perderse. Si se logra salir del laberinto, al volver al hogar, se es ya un ser distinto".
Mircea Eliade. 

Puede que entrar en un laberinto sea como adentrarse en el interior de una metáfora, un mundo que tiene que ver con nuestro propio ser y nuestra propia imaginación, que nos permite recorrerlo con los pies, percibirlo con las manos, sentirlo físicamente a través de un espacio que se escapa de lo convencional y que consigue confundir nuestra mente; mientras se mezcla lo real y lo que habita en la imaginación, mientras uno se siente perdido, uno encuentra a la vez un sentimiento que hay que experimentar de vez en cuando: la posibilidad de que no estén en su sitio esperado todas tus respuestas (nuestros trillados caminos).

En ocasiones, me doy cuenta de que necesito una idea, una solución a algo que no tiene una respuesta inmediata. Mi esfuerzo es buscar y lanzar la pregunta. Entonces, muchas veces sin querer, yendo de viaje, o durmiendo, corriendo o descansando, me viene la idea que necesitaba. ¿De dónde ha venido esa idea sola? ¿Por qué se toma su tiempo? ¿cuantas cosas o decisiones estarán hechas de ideas que han tenido que esperar y que no han sido inmediatas?

Al caminar perdí la sensación del tiempo y también del espacio. Perdido en ambos me desorienté. Perdí el norte. Al llegar al centro del laberinto vi el cielo. La visión enmarcada de un cielo azul en un lugar donde la tierra concentraba una energía especial. Las paredes y la oquedad del centro hacían dirigir mi mirada en vertical hacia el universo. Estaría un buen rato disfrutando del sencillo laberinto y observando sus sombras, los diferentes encuadres, trepando por las paredes, conociéndolo a fondo.

Pensé que ya que en la vida son inevitables los problemas,  aprendamos a trepar por ellos, a continuar seguramente como lo hace el adolescente que salta los muros urbanos con el parkour.  Quizá todos los pensamientos que nos inquietan consisten en uno solo, en comunicar que hay una salida. Sin embargo este laberinto me ha confundido. Su mensaje ha sido que es un lugar interesante para recorrerlo. Y que puede que contenga dos salidas, una hacia la tierra (la de tus propios pasos..) y otra hacia el cielo (ese  lugar donde rebotan todas las preguntas…ese lugar del que me llegan cuando quieren algunas  respuestas) 

sombras


Una vez en la mente, el objeto y su sombra quedan unidos del mismo modo que sabemos que entre la noche y el día existe un hilo conductor invisible y que aún tratándose de cosas diferentes ambas están inexorablemente atadas por el destino. Esta unión tan mágica, queda dividida y a solas, cuando únicamente percibimos la sombra de algo; esos momentos en los que las sombras nos quedan a ras de la vista hablándonos de unas ramas que ocurren por encima de nosotros, o proyectándose y extendiéndose casi libres e inmateriales por el suelo que pisamos; sombras que al detenernos en ellas pueden llevarnos a sentir que son también bellas las sombras de las cosas bellas.

Esas sombras que son huellas en el suelo o en los muros de aquello que no deja pasar la luz, son un primer indicio de algo que existe. Siempre me remiten a algo. Si las pisadas en la arena eran la huella de un paso, la sombra es una huella, una pisada, esta vez de la materia, ante la luz.

Sin luz todo sería sombra, de modo que la huella también podría leerse al revés, ser la luz en el muro el negativo de la sombra, la huella de la luz como regalo que ocurre entre lo oscuro, fragmentos de materia sometida a la luz. Puede que en nuestra mente todo sea sombra, hasta que no llega una luz que ilumina una parte y que deja otra a oscuras o en penumbra.

Nuestra mente, ese ser vivo en el universo, y a la vez un universo también, discurre por el tiempo entre luces y sombras.La sombra,-bendita sombra- deja un espacio bajo los pinos; ese primer espacio para el espíritu humano, donde los antiguos griegos transmitían el pensamiento y el amor al conocimiento. 

En nuestro interior, la sombra, lo sombrío, aquello que no recibe luz, lo podemos asociar fácilmente con lo oculto, lo triste, aunque no tiene por qué ser así. De ahí el elogio de la sombra, el elogio también de lo oscuro. Ha de existir un tiempo de luz, y también un tiempo para la sombra; ese regalo atado a la luz y que nos permite refugiarnos o medir el tiempo.

Recuerdo la primera vez que descubrí mi propia sombra. La recuerdo en un atardecer por los campos castellanos, amarillos cerca de Segovia donde hemos pasado varios veranos. Entonces, en ese atardecer, por algún camino de tierra, descubrí que aun  siendo muy pequeño sin embargo podías proyectar una sombra muy alargada, y que en comparación con la de tus padres o tus mayores, en sombra, la diferencia no era demasiada, ya que todas eran muy grandes.


Aquella sombra grande, me hizo ver, que yo a pesar de ser muy pequeño, tenía importancia.