sábado, 19 de marzo de 2016

luz de marzo en Madrid


“Vos creéis que hay que pintar las cosas. Yo pinto el ver”

Diego Velázquez, en palabras de Buero Vallejo, en su obra de teatro "Las Meninas" 1960. 

Hay una simetría entre el comienzo y el final del día en la ciudad, algo que nos saca de nuestros propios pensamientos y que nos permite agradecer algo tan esencial como la luz  sobre el entorno, la incidencia de la luz última de la tarde o primera de la mañana de estos días en los que sin prisa vamos dejando atrás un invierno extraño. Inmerso en el movimiento propio y en el del tiempo, hay instantes en los que éste parece detenerse mientras percibo lo intangible de la luz en la materia tangible de la ciudad, rebotando en ella mientras ocurren las cosas.

Tras la luz, tras los vidrios o la materia física de nuestros espacios se interrelacionan las infinitas tramas que tejen un día en la ciudad. La ciudad laboral y su incidencia directa en el mundo de la vida personal de sus habitantes, el casi siempre desconocido destino de nuestros trabajos entremezclado con el de nuestras vidas. La sucesión de nuevas contrataciones o despidos, el nacimiento de nuevas empresas o el seguramente inevitable cierre de otras.  Un mismo día, encierra comienzos y finales de etapas, de proyectos, de deseos o de ilusiones invisibles, y en alguno de ellos puede esconderse la imperceptible frontera del cambio que separa el espíritu de un  tiempo que acaba y el de otro que empieza. La ciudad mientras, se entremezcla con muchas ciudades al tiempo. La ciudad turística, con la ciudad provinciana; la  ciudad cosmopolita, con lo que queda de ciudad castiza; la ciudad de los jubilados con la ciudad de los niños; la prisa de una madre que deja a sus hijos en la guardería en Madrid sorteando los semáforos y tan solo unas horas más tarde en una tregua de trayectos y acelerones la calma de los ancianos que bajan a la plaza de algún barrio periférico, a pasar la mañana, sentados sin más, habitando en su memoria pasada y en el presente del momento… 

Como en nuestra mente, también en la ciudad las cosas pueden quedar a mano o tremendamente lejanas. Una persona decide acudir a un especialista. Otra a ningún lado. Otra está preocupada con su madre. Otra con el rendimiento de su hijo….. Hay una zanja abierta. Una red que se  renueva, un barrio que se reforma, otro que se degrada. Los turistas descansan y tienen cara de turistas. Viven el presente de su viaje. Desayunan con tiempo por delante. Acuden a museos o a lugares que habitualmente no visitarían en su ciudad. Algunos son parejas ya mayores. Otros van por su cuenta, a su aire. Otros en grupo integrándose en esa sensación colectiva y especial que suele darse en los viajes. En la parte alta de un autobús, viéndonos o sin vernos, observan la ciudad, mezclados los tiempos, y mientras ellos recorren los centros históricos de nuestro pasado, la ciudad laboral transita por los trayectos modernos de la M-30 o la M-40.

Unos turistas visitan el Palacio Real o los cuadros del Prado y atienden a las explicaciones de lienzos famosos como las Meninas, Las Hilanderas o la Rendición de Breda…instantes y luces que encierran su misterio en el nunca del todo comprensible aire de Velázquez.… Las columnas neoclásicas de Villanueva del Prado marcan un orden matemático, en ese Madrid de piedra y de ladrillo….

Y mientras la vida y el tiempo discurren con una complejidad también inaprensible. Alguien opera en un quirófano, mientras en ese momento puede que otro alguien corrompa el sistema o la convivencia. Las diferentes generaciones van sucediéndose por la ciudad mientras la configuran con el destino de sus trabajos. Un cuartel, una delegación de hacienda, una sucursal bancaria, una asociación de discapacitados…. Silencio, una sombra, un reducto de paz que va acompañado de armonía. Ruidos, superposición de ruidos. Obras. Superposición de obras. Estadísticas, adioses. Paseos, parques. Calles, barrios. Mundos. Libertad, historia, recuerdos…

Alguna vez todos hemos llegado a Madrid, aunque hayamos nacido aquí. Atrás en el tiempo, casi todos somos de otro sitio. La luz de marzo, choca contra las superficies de la ciudad. La curvatura del hormigón del pirulí, deja deslizar la materia intangible de la luz, por la materia tan sólida del hormigón; Detengo mis sentidos en  el agradecimiento de la luz, en una ciudad que da vueltas, como los años, como los días; miles de historias solapadas pero que están contenidas en una extranjería compartida; algún día todos llegamos a la ciudad, y ese primer día en Madrid, siempre estará en la memoria de aquel que llegó para quedarse viniendo de otra parte, haciendo de ello materia de recuerdo y de encuentro. También la vida. Como llegamos a ella y sus inicios es materia de nuestro urbanismo o arquitectura interior.


Me dejo sorprender por la luz mezclada con el frío de marzo,  viéndola chocar contra la volumetría de la ciudad, contra la tridimensionalidad de las cosas. Ese agradecimiento a la luz, proporciona la posibilidad de detener el tiempo en un instante, y mientras tú pasas puede que sea la ciudad la que se detenga un momento también y te integre en ella, como a los turistas que sin pretenderlo pasan a formar parte de la dramaturgia de las Meninas, o nosotros mismos formando parte de la ciudad mientras viajan viéndonos o sin vernos ellos desde las plataformas altas de los autobuses.