“Vos
creéis que hay que pintar las cosas. Yo pinto el ver”
Diego Velázquez, en palabras de Buero Vallejo, en su obra de teatro "Las Meninas" 1960.
Diego Velázquez, en palabras de Buero Vallejo, en su obra de teatro "Las Meninas" 1960.
Hay una simetría entre el comienzo y el final del día en la ciudad, algo que nos saca de nuestros propios pensamientos y que nos permite agradecer algo tan esencial como la luz sobre el entorno, la incidencia de la luz última de la tarde o primera de la mañana de estos días en los que sin prisa vamos dejando atrás un invierno extraño. Inmerso en el movimiento propio y en el del tiempo, hay instantes en los que éste parece detenerse mientras percibo lo intangible de la luz en la materia tangible de la ciudad, rebotando en ella mientras ocurren las cosas.
Tras la luz, tras los
vidrios o la materia física de nuestros espacios se interrelacionan las
infinitas tramas que tejen un día en la ciudad. La ciudad laboral y su
incidencia directa en el mundo de la vida personal de sus habitantes, el casi
siempre desconocido destino de nuestros trabajos entremezclado con el de nuestras
vidas. La sucesión de nuevas contrataciones o despidos, el nacimiento de nuevas
empresas o el seguramente inevitable cierre de otras. Un mismo día, encierra comienzos y finales de
etapas, de proyectos, de deseos o de ilusiones invisibles, y en alguno de ellos
puede esconderse la imperceptible frontera del cambio que separa el espíritu de
un tiempo que acaba y el de otro que
empieza. La ciudad mientras, se entremezcla con muchas ciudades al tiempo. La
ciudad turística, con la ciudad provinciana; la ciudad cosmopolita, con lo que queda de ciudad
castiza; la ciudad de los jubilados con la ciudad de los niños; la prisa de una madre que deja a sus hijos en la guardería en Madrid sorteando los semáforos y tan solo unas horas más tarde en una
tregua de trayectos y acelerones la calma de los ancianos que bajan a la plaza de algún barrio periférico, a pasar la mañana, sentados sin más,
habitando en su memoria pasada y en el presente del momento…
Como en nuestra mente,
también en la ciudad las cosas pueden quedar a mano o tremendamente lejanas. Una
persona decide acudir a un especialista. Otra a ningún lado. Otra está
preocupada con su madre. Otra con el rendimiento de su hijo….. Hay una zanja
abierta. Una red que se renueva, un
barrio que se reforma, otro que se degrada. Los turistas descansan y tienen
cara de turistas. Viven el presente de su viaje. Desayunan con tiempo por
delante. Acuden a museos o a lugares que habitualmente no visitarían en su
ciudad. Algunos son parejas ya mayores. Otros van por su cuenta, a su aire.
Otros en grupo integrándose en esa sensación colectiva y especial que suele
darse en los viajes. En la parte alta de un autobús, viéndonos o sin vernos, observan
la ciudad, mezclados los tiempos, y mientras ellos recorren los centros históricos
de nuestro pasado, la ciudad laboral transita por los trayectos modernos de la M-30 o la M-40.
Unos turistas visitan el Palacio Real o los
cuadros del Prado y atienden a las explicaciones de lienzos famosos como las
Meninas, Las Hilanderas o la Rendición de Breda…instantes y luces que encierran
su misterio en el nunca del todo comprensible aire de Velázquez.… Las columnas
neoclásicas de Villanueva del Prado marcan un orden matemático, en ese Madrid
de piedra y de ladrillo….
Y mientras la vida y el
tiempo discurren con una complejidad también inaprensible. Alguien opera en un
quirófano, mientras en ese momento puede que otro alguien corrompa el sistema o la convivencia. Las
diferentes generaciones van sucediéndose por la ciudad mientras la configuran
con el destino de sus trabajos. Un cuartel, una delegación de hacienda, una
sucursal bancaria, una asociación de discapacitados…. Silencio, una sombra, un
reducto de paz que va acompañado de armonía. Ruidos, superposición de ruidos.
Obras. Superposición de obras. Estadísticas, adioses. Paseos, parques. Calles,
barrios. Mundos. Libertad, historia, recuerdos…
Alguna vez todos hemos llegado
a Madrid, aunque hayamos nacido aquí. Atrás en el tiempo, casi todos somos de
otro sitio. La luz de marzo, choca contra las superficies de la ciudad. La
curvatura del hormigón del pirulí, deja deslizar la materia intangible de la
luz, por la materia tan sólida del hormigón; Detengo mis sentidos en el agradecimiento de la luz, en una ciudad que
da vueltas, como los años, como los días; miles de historias solapadas pero que
están contenidas en una extranjería compartida; algún día todos llegamos a la ciudad, y ese primer día en Madrid, siempre
estará en la memoria de aquel que llegó para quedarse viniendo de otra parte, haciendo
de ello materia de recuerdo y de encuentro. También la vida. Como llegamos a
ella y sus inicios es materia de nuestro urbanismo o arquitectura interior.
Me dejo sorprender por la
luz mezclada con el frío de marzo,
viéndola chocar contra la volumetría de la ciudad, contra la
tridimensionalidad de las cosas. Ese agradecimiento a la luz, proporciona la
posibilidad de detener el tiempo en un instante, y mientras tú pasas puede que sea la ciudad la que se detenga un momento también y te integre en ella, como a
los turistas que sin pretenderlo pasan a formar parte de la dramaturgia de las Meninas,
o nosotros mismos formando parte de la
ciudad mientras viajan viéndonos o sin vernos ellos desde las plataformas altas de los autobuses.