miércoles, 23 de octubre de 2013

biblioteca en un parque

El otoño a mano, de un día cualquiera de octubre, hace que uno se resista a ver pasar deprisa las estaciones sin empaparse a fondo de su paso, mientras ellas van pasando  despacio por la ciudad, y ese interés por ser más consciente de sus ritmos y de sus tonos, puede regalarme cosas cercanas, como una buena mañana de paseo por el Parque del Retiro, una especie de tregua que los madrileños tenemos dentro del ritmo siempre acelerado de la ciudad, que se opone al ritmo lento y pausado de quien quiere simplemente respirar tranquilo, pasear un poco, pensar en algo, o disfrutar del regalo del presente, palabra llena de posibilidades, que si la estirara en el espacio sería sólo una línea en movimiento que se dibuja y se desdibuja, como la línea que marca la orilla de la playa mientras la ola va y viene; palabra que a todos los efectos es una pequeña frontera casi imaginaria, entre eso tan poderoso que es el pasado, y eso tan mágico para quien es capaz de disfrutar de  los pasos del camino que llamamos futuro. La línea, esa línea móvil entre las dos cosas, es el presente, palabra que alguien con acierto la hizo coincidir con la palabra regalo. 
 
Si hiciéramos una lista de lo gratuito que nos gusta, de lo que se nos regala, y del sentimiento  positivo que suele acompañar un regalo que te hace ilusión, si esa lista la repasáramos con frecuencia, fuéramos añadiendo unas cosas y quitando otras a medida que pasa la vida, en definitiva siendo conscientes de aquello que nos hace estar alegres y agradecidos,  identificándolo en el mapa de la vida, en el mapa del ser más que en del tener, creo que caminaríamos con algo más de felicidad o al menos con más capacidad para disfrutar de esos pasos por el mundo. Entre esos regalos diarios, a mí de los mejores que pueden hacerme es la posibilidad de disfrutar de algo bien realizado, hecho con talento y oficio, algo donde puedes gustar cada detalle y no sufrirlo, algo con capacidad de aprender de ello, de estar a gusto en el rato que le dedicas. Un parque bien pensado y lleno de vida, una biblioteca bien planteada y fácil de utilizar, una lectura que te envuelve y que te permite olvidarte del tiempo. Algo de eso he encontrado por aquí en la recientemente inaugurada biblioteca Eugenio Trías, en el Parque del Retiro de Madrid; una especie de intersección de cosas que me gustan, de historias escritas que ahora habitan en un parque, y a la vez de historias vivas del parque que tienen a mano un espejo de historias donde verse reflejadas. No mucho más que unos vidrios en ocasiones transparentes que dejan ver lo que hay dentro y en ocasiones en espejo, que duplican la imagen del presente,  de las gentes que lo disfrutan, de los árboles que vibran, de una mañana llena de instantes de otoño.
He leído que el tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir. Y eso es de lo que quería hablar, de cuánto dura el presente, y cuánto se escapa de las manos. Se escapa como el agua entre los dedos, o la arena de la playa que cae de nuevo a la arena como si inventásemos un reloj, o descubriéramos de niños el tiempo. Se escapa si no lo vives tú mismo, si no encuentras tiempo para perderlo, y para ensancharlo, como aquellos días largos vividos en la niñez, donde el tiempo ensanchado sí parece que  sobrevive luego hacia el futuro, pues lo vivido allí, es tiempo para siempre. Desde el tiempo del cariño dado y recibido, al tiempo grande de los días en los que hay muchas cosas nuevas, al tiempo mágico de los veranos largos, donde en cierto modo no eras el mismo al empezarlo que al acabarlo. Entonces, en esos días vividos y en esas noches soñadas,  la imaginación ya iba haciendo de tu vida un universo, no muy diferente de los procesos y los relatos que ya de mayores quedan escritos por aquí en la biblioteca.
Entonces, un charco podía ser un océano, o imaginarse que podría haber peces dentro. Una nube podía ser un rostro, otra un animal  de un cuento.  Lo mismo aquí en estos libros, cualquier cosa puede ser algo más de lo que es, un patio de Sevilla puede ser el recuerdo de toda una infancia, el muelle de un puerto en el alba, la imagen de un corazón abandonado, un espejo desclavado, la imagen de un hombre al que se le escapa el tiempo….algo parecido a esa posibilidad de los niños con los juegos, donde  una caja grande de cartón podía ser un refugio, o un palo una jabalina en el campo; igual que las personas en la vida, todas las cosas quieren ser algo en una imaginación al acecho de expresarse.  
Entre el parque y la lectura aquí hay un  tiempo diferente del ritmo de la ciudad, es el mismo tiempo pero hay una línea que lo separa de la prisa. Hay que tener un tiempo diferenciado, quizá un reloj trucado que vaya más lento, para el tiempo del amor y la lectura, unidas en esa virtud de dilatarlo.  A veces yo no sé diferenciar las cosas, sino por como respiran por cómo viven el tiempo. De algunas cosas que son misteriosas prefiero no definirlas demasiado para que no pierdan su encanto, sólo diré de ellas que viven en tiempos diferentes a ese ritmo acelerado de la ciudad, que escapan de ese tiempo veloz, y que encuentran refugio en otro tiempo distinto más lento, que es el tiempo de la ternura y del amor, que tampoco comparten tiempo con la prisa.
Hay lecturas que pueden esperarte, al igual que amores que te están esperando, y que dilatarán el tiempo, la línea del presente, esa que no podemos atrapar, pero si dilatar, hacerla más amplia, logrando que no se nos escape un día, ni el otoño, ni el presente, ni la vida. Porque en la lectura, y en el encuentro se produce una química que hace que no seamos luego los mismos. Y eso es el paso de algo en la vida propia, como esa magia de la niñez, de ser diferentes a la vuelta de un verano. Estar vivo. Querer saber querer aprender, querer amar el mundo y conocerlo. Un mundo grande, como este universo de libros. Solo podemos recorrerlo por una puerta, otro día por otra. Pero esa es nuestra manera de vivirlo. A cada paso. A cada lectura, a cada encuentro. Despacio, y sin prisa, no se trata de leer mucho, sino de ir disfrutando de un modo activo lo que uno realmente desea y quiere, y gozar de la identificación de saber lo que uno ama.
Entre el amor y el conocer se mueve el mundo del ser. Entre la realidad y la imaginación nuestra vida. En los límites siempre hay terrenos fértiles. Y el presente, ese límite fronterizo del que hablaba, me temo que es fértil, porque ahí está el dilatar de la vida. Respiro. Mañana libre. Hay un bullicio que transmite vitalidad. Los niños escuchan las historias de unos títeres mientras ríen. Otros aprenden a patinar en fila por el paseo de coches. Un saxofonista anima el paseo justo a la altura de la estatua del ángel caído. Una pareja monta en barca, mientras ella intenta acercarse a un pato del estanque de un modo instintivo de atracción hacia la vida. Unas chicas adolescentes medio ocultas en los setos ensayan un baile de alguna función que harán pronto….Y yo estoy vivo y me intereso, por usar lo que tengo, mi cabeza para conocer, y mi corazón para amar y sentir. Me marcho, ¿Qué es el presente? Puede ser un cielo, un momento, una risa , un abrazo, un poema, una alegría, una desolación, un espejo, un vidrio transparente, alguien que acompaña a alguien desolado, un amor que empieza, otro que acaba, un malentendido, una nube que pasa, un árbol que oxigena el aire, un hoja en el estanque…todo quiere ser algo en el parque, y en la imaginación de aquellos que gustan a su manera de conservar algo del niño  en la vida adulta y aparentemente más seria de estos libros que ahora han pasado a formar parte también del parque, como un espejo más de nuestras historias y nuestras cosas, como un nuevo lugar de  encuentros que están a la espera, de algo tan hermoso y tan simple como dilatar el tiempo de tu vida.
 
Fotografía: Biblioteca Publica Municipal Eugenio Trías. Paseo Fernán Núñez 24.Parque del Retiro. Madrid.