domingo, 21 de julio de 2013

soltar tu tierra (cuento)


Hoy día libre en el grupo. Cada uno aprovechará  para hacer sus compras, o visitar aquello que desee por su cuenta. He quedado con Virginia a desayunar cerca del puerto, en unas terrazas donde sopla una brisa muy agradable, y donde podemos regalarnos el lujo de un  desayuno tranquilo viendo el mar con la expectativa del día libre por delante. Hablamos de todo, de su vida y de la mía. De su proceso hasta darse  cuenta de que ha sido víctima de una relación con su pareja en la que ha bordeado el maltrato afectivo. De sus sentimientos de culpa por no saber que ha podido fallar en ella y de haber llegado  hasta esa  situación.  “No te imagines a mi ya  ex marido como alguien horroroso”, me dice, “sino alguien que tiene dos caras no siempre visibles, como la luna, quizá como la vida misma. Tiene un lado seductor, amigable que sabe ganarse a la gente y otro diferente  más privado de aquel que  no se consiente un fracaso, un  lado castigador y duro, como si yo fuera responsable hasta de un mal día suyo, o de algo en lo que él no ha triunfado. Solo acepta ganar, y ha hecho de la vida sólo un combate contra el otro, en el que comprobar que siempre gana. A mí misma me trata así, alguien a quien batir constantemente, solo para sentirse ganador. Pero no quiero hablarte mucho de esto…”me dice. “Al fin y al cabo, necesitaré un especialista”.
Si así lo veo. Los amigos podemos entendernos y querernos pero no podemos sustituir los lugares ni las personas adecuadas para cada cosa. No quiero hablar mucho yo tampoco, porque temo equivocarme, y sin embargo quiero que se sienta entendida y apoyada en lo que esté de mi mano. Cambiamos de tema y me habla de su profesión de escultora.  Me intereso por su mundo creativo y me propone que busque su web, para que vea lo que hace. Saco el iPad, y tecleo su nombre…Virginia Galich, y ya aparece; me encantan sus creaciones, sutiles, con un lenguaje que me resulta cercano. Me tantea a ver  que me parecen, pero ella sabe que lo que hace está bien. Me dice que en ellas la gente siempre ve lo que previamente está dentro de cada uno. Su trabajo, tiene un efecto de espejo, de lámina de agua  donde verse reflejado, un desvelar cosas que están ahí, evidentes, pero que no vemos. “ Solo vemos lo que queremos. Y lo peor es que nadie puede salir de esto, ni tú ni yo. Yo misma, no he visto bien, y eso me hace sentirme mal, en mi vida afectiva”. Ese mezclar la afectividad con el arte también me resulta cercano, quizá lo encuentro más evidente en la música, al fin y al cabo todas las canciones relatan sentimientos y la mayoría de amor, pero también se da en otros campos de la creación artística. Virginia me dice, que seguramente yo veo lo que llevo dentro, y que otros ven en lo mismo  dinero, oportunidad, o no ven nada, porque están a otras cosas.
Los infinitos mensajes del  mundo son como las conversaciones de los móviles, todas se cruzan de un modo invisible, y cada una llega precisa a su destino. El arte es una conversación, un lenguaje entre la gente que lo habla, aunque a veces se convierte en testigo fiel de un amor o de una amistad como esas fotos que se suele hacer la gente en Roma delante de las esculturas de la Fontana de Trevi. El amor también es un  lenguaje de afectos, de conexiones y emociones muy misterioso capaz de ocupar muchas horas de una mente, tanto para construirlo como para deshacerlo.  Estoy a gusto con Virginia, aunque ella no lo está del todo. Vemos unos niños jugando y correteando y ambos nos miramos pensando en los niños que fuimos, en lo presente que se nos ha hecho aquel verano. Me dice que había pensado en eso muchas veces cuando se sentía en crisis con su pareja, en mirar la niña que fue, y donde se había dejado esa niña en el camino de su vida. Me habla de sus recuerdos de Galicia, de cómo se quedaba abstraída con las mareas de aquella playa, de cómo se daba cuenta de que la percepción de la realidad de las cosas no era algo tan claro, porque aquel mar que ella veía por la mañana era diferente por la tarde, con una extensión muy grande de arena que dejaba al descubierto cosas que unas horas antes estaban dentro de aquel mar.  

Me dice que se va en un vuelo antes que el grupo lo haga ya que necesita llegar pronto a Madrid. Va a hacer unas compras, en el mercadillo de Santa Cruz de la Palma  y que si acaso nos vemos en el aeropuerto más tarde…. Me quedo un poco fuera de juego, pero lleva algo de prisa y no quiero entretenerla. Llamo al chico que se había recorrido medio mundo y me dice que están varios del grupo en unas piscinas naturales que hay frente al mar, un sitio increíble en el que te puedes bañar en mitad de las rocas. Vuelvo al hotel a por el bañador y me voy para allá en un autobús que se toma al lado y que te conduce hasta las piscinas.   
Hay una variedad de azules del agua muy sugerentes, con aguas que casi se conectan con el océano, remansadas en pequeños diques y en las que te puedes bañar. Me reúno  con los de la ONG, y el chico que había recorrido medio mundo y hablamos de un montón de cosas. Hay gente que se tira en plancha desde una altura considerable y me entran ganas de recuperar mi pasado de deportista y hacerlo también. La mozambiqueña se atreve con todo y se tira , con una facilidad increíble mientras su pareja le hace fotos. Yo no me acabo de atrever a pesar de que lo veo factible. Mientras veo a algunas personas tirarse, recibo en el móvil un whatsapp y compruebo que es de Virginia.  Entre otras palabras cariñosas me envía un texto anónimo que le había gustado especialmente a ella  hacía muchos años cuando se fue a Londres con lo puesto a estudiar arte, y en la que tuvo que vencer el miedo a sentirse sola y a enfrentarse a la vida.   

« A veces hay que ganarle tierra al mar y otras veces soltar tu tierra y adentrarte en algo desconocido. Perder la rutina que te ata, cuando te da señales de que te está atando mal y que no te está dejando crecer. Que difícil desatar aquello a  lo que nos agarramos y que nos agarra.  Al fin y al cabo es el anclaje en la tierra, tu propia tierra,  las raíces necesarias para crecer y hacer una vida estable. Pero hay otras ocasiones en que el espíritu, nos empuja a otro sitio a lo desconocido al mar, al desierto, o a un país extraño, a un sitio sin caminos trazados, o a una aventura inexplorada. Esa es la vida, aferrarnos, enraizarnos, y soltar para vivir de nuevo. Perder para luego ganar. Caerse para volver a levantarse. Saber cuándo soltar, y cuando agarrarse  a algo. En definitiva,  Arriesgarse
Y eso hago…me quito el niki y  me tiro al mar volando y sintiendo en ese momento recuperar sensaciones de muchos años atrás.…Luego ya en las rocas releo ese texto que tanto me ha gustado y al ver ahí a mis amigos del grupo me doy cuenta de que nos hemos juntado personas donde todo eso es real. Veo al de la  ONG, y me resultan  totalmente familiares estas palabras. Al fin y al cabo es lo que ha hecho. Arriesgar su vida desde su esencia. Desde lo que es sin pararse a dar poder a otras cosas. También el  chico que ha recorrido medio mundo y que sabe lo que es el desapego, la vida de nómada de ojos abiertos al mundo cuyos paisajes y gentes parecen viajar consigo.   

Ahí estamos disfrutando de esas piscinas naturales y algo sorprendido de esa recuperación imprevista de cosas de mi pasado. Me vuelvo a meter en el agua y al salir  escucho la llamada del móvil, y es Virginia, que está ya en el aeropuerto, que le queda algo de tiempo y que si quiero podemos tomar algo juntos antes de que salga su avión. Sin pensarlo más llamo a un taxi que me acerque hasta allí, y hago el camino de vuelta que ambos habíamos hecho juntos al llegar a la isla, esta vez hacia el mar, y con la ventanilla bajada, sintiendo la brisa en mi brazo y en mi cara y deseando verla de nuevo.
Me espera ahí, con su equipaje, y un traje como más intencionado que se ha puesto, que deja entrever  más  lo armónico de su cuerpo. Aún le queda tiempo, y me propone comer juntos, ahí mismo en un bar al aire libre que queda casi lado. Tomaremos algo rápido, y hablamos sin querer iniciar una conversación muy larga porque no queda demasiado para que tenga que embarcar. Viene el camarero a ver si ya sabemos que queremos, pero aún ni lo hemos mirado, porque aún seguimos mirándonos más a nosotros mismos, descubriendo de cerca y a la luz del mediodía nuestros ojos. Pedimos unas cervezas, aunque las temo, como o quien teme demasiada sinceridad en las palabras que pueda decir. Hablamos, pero a los dos nos gustan nuestros silencios, en los que estamos en los ojos del otro, en su interior profundo. Es la paz de sentirnos conectados sin más. Entonces, llega un pajarillo de colores que nunca había visto, y se posa en nuestra mesa, como si ya nos conociera de antes, nos mira, y se queda un rato con nosotros sin miedo. Al rato se aleja, y los dos nos quedamos sorprendidos de su presencia tan cercana. Virginia me cuenta que en breve se va a marchar fuera de España. Se va a ir sola a un lugar donde intuye que puede formarse de nuevo, y avanzar en su profesión de escultora; quiere irse a Méjico  país por el que siente una atracción especial.  Yo me sorprendo de ese desapego, de esa facilidad para marcharse de los sitios, de esa capacidad de soltar que tiene. Me gusta y a la vez me entristece saber que a corto plazo no la voy a volver a ver.  Ya es la hora de irse, y le acompaño hasta la puerta de embarque. Nos despedimos y me abraza con cariño, y siento  en esos segundos largos, una cercanía muy especial con alguien, por ese carácter misterioso que toma la vida y sus presencias que a veces adquieren  un valor diferente; presencias que además de disfrutarlas y sentirlas, debo de interpretar, al igual que los acontecimientos y  las sorpresas, o algunas cosas muy buenas o muy malas que nos ocurren, que nos hablan de nosotros mismos; cosas que pueden sorprenderme a las a las que siempre pretendo darle un significado, como el hecho de que nieve fuera de temporada, o que haga calor en invierno, como el hecho de que alguien se haya torcido un tobillo,  caído un vaso, o  darme un golpe con la parte de atrás del coche por no haber mirado bien. Sabía que aquel encuentro con Virginia no era solo casualidad, sino que  precisamente ahora, el destino nos brindaba una nueva oportunidad a los dos. Me preguntaba qué significado podía tener yo en su vida, acaso un referente en su memoria, acaso una idealización de saber que existen hombres capaces de bucear en el alma de una mujer, de interesarse por el universo que constituye cada persona, de saber captar la inmensa belleza de su interior, de dejarse también sorprender y recuperar la sensación de que el amor no es un guion preestablecido, que cada historia es única como nosotros  mismos.

Al abrazarme, sentía una mujer increíblemente cercana, incluso en su manera de acercarme su mano, una mujer increíblemente capacitada para amar, y a la vez, advertía sus defensas, su punto cerrado, inexpugnable, su yo difícilmente conquistable, su territorio que creo que no era otro que el de su propia libertad. Advertí, que era posible dentro de una sola persona, estar configurado de cosas dispares, de amor y rigor, de cariño y distancia, de agua y de tierra, de una humildad que quiere siempre aprender y conservar unos ojos abiertos capaces de interpretar el mundo, y a la vez de un punto de cierre de quien se sabe especial , de quien quiere dejar claro que no va a entregarse a un amor plegado, de que a pesar de un enamoramiento conoce bien su destino y sabe que no le merece la pena entregarse a las aficiones del otro

Así la vi, al despegar el avión hacia el cielo. Alguien que se iba, con la que la suerte no me iba a dejar compartir de un modo convencional mi vida. Virginia era libre, imprevisible, inatrapable. Era libertad en sí misma. Aquella atracción inocente de la niñez, seguía viva de un modo que no sabía interpretar ahora, quizá la unión de encontrarse de nuevo en momentos iguales de la vida, quizá la energía potencial de saber que puedes compartir cosas, quizá un enamoramiento precipitado por los aspectos casuales de nuestro reencuentro. Me imaginaba la posibilidad de haber compartido con ella las cosas que me gustan de Madrid, las cosas que echaría de menos si me yo me fuera a vivir otro sitio, asistir a conciertos juntos, a los bares y a los sitios con encanto , al restaurante de la terraza de arriba de la UNED, desde el que se tiene una perspectiva de los tejados de Lavapiés, o al restaurante alto de Caixa Fórum con su jardín vertical desde el que se ve la Castellana y en el que puedes sentirte  un poco turista en tu propia ciudad, o bien ir juntos a la terraza del Circulo de Bellas artes y hacernos unas fotos bajo la diosa Minerva, o descubrir los rincones del Parque del Capricho y perdernos en el tiempo. Luego caminar y recorrer Madrid y compartir nuestras búsquedas  en sus librerías, en sus tiendas o simplemente indagar juntos y descubrir  lugares y tiempos que no son conocidos pero a los que la intuición te conduce, seducido por una señal, un instinto compartido que no es fácil encontrar. Me imaginaba la posibilidad de dejarme llevar por ella a sus sitios especiales de la ciudad, ver juntos las puertas del Prado de Cristina Iglesias, con ese punto mágico de la escultura inerte que parece que quiere cobrar algo de vida.  Seguir caminando  y ver Madrid desde  esas azoteas, lugares altos desde los que tienes una perspectiva diferente del lugar que te ha visto nacer y vivir; sí, porque ese era el asunto, imaginar y amar tenían un punto de conexión que alcanzaban a ver  también  tu ciudad de otra manera; comprobar que no era el objeto lo que nos resulta atractivo, ni siquiera la propia ciudad que te podía gustar más o menos, sino que era la transformación interior que uno siente a través del amor, la que te permitía ver todo de una manera muy diferente, porque ese amor se extendía a todo aquello que imaginaba compartir. Compartir el deporte, las excursiones en bici, correr, o soñar con más viajes, hacer surf en Marruecos, atravesar el Atlas, o simplemente sentarnos en las plazas de Madrid y ver a los skaters saltando y soltando con estilo sus monopatines. Ir juntos que se yo, a una charla, una conferencia de literatura en la Juan March, darnos el lujo de escuchar un cuarteto de cuerda, disfrutar de  una noche de jazz con más amigos, con esa armonía base en la que de repente comienza una improvisación, para luego volver a la rutina, a la necesaria trama. También ahora me interesaba apoyarla en su propia vida, interesarme por ella, por su proyecto no coincidente y que pudiera sentir mi apoyo, procurando ser  una historia positiva en su vida.

Me daba cuenta de que esas azoteas que quería compartir con ella tenían que ver con la distancia y la altura que te proporciona la edad, en la que puedes ver tu vida más completa con otra perspectiva. En la que puedes interpretar cosas de tu niñez o de tu juventud que antes sólo te habías limitado a vivir sin más, tal como venían inmerso en la actividad diaria, como cualquier persona a la que veías caminando desde arriba.  Virginia era la segunda oportunidad que me regalaba la vida de comprender mi propia vida, de lo que yo había vivido. De comprender mis edades un poco de golpe, como quien hace un zoom muy grande y puede tomar consciencia de un modo más completo  de todo aquello que has amado.
Ella fue testigo de mi adiós a la niñez, y ahora ha debido de venir no a quedarse conmigo sino a enseñarme a no tener miedo a saltar al mar. A saber que nunca puedes dejar de esforzarte. A saber que como en el jazz tienes que tener una base o una trama en la que apoyarte pero también saber salir de ella e improvisar. Que no debes caer en la rutina, en definitiva de no tener ningún miedo, ni a ella ni a la libertad. En un rato nos iremos ya todos. Me he despedido de mis compañeros de grupo. Nos damos los teléfonos, los FB, con ese sentimiento de unión que seguramente desaparezca en pocos días. Le doy un abrazo al de la ONG  y a su pareja, personas por las que  siento cercanía y cariño, y él  me anima para que vaya alguna vez por ahí a través de una posibilidad que llaman vacaciones solidarias.  Los portugueses quedan en colgar las fotos en Dropbox  para que las podamos ver todos. Las tres chicas, se despiden de mí correctas pero algo ausentes, la noruega me da su tarjeta de terapias alternativas por si alguna vez quiero visitarla en Barcelona. Nunca se sabe…. El chico que se ha recorrido medio mundo se percata de que estoy solo, y con un punto de complicidad me dice que ahora puedo recorrer el mundo y que su siguiente viaje previsto es al Nepal… otra vez nos hace sentirnos cómodos manifestando el mismo humor en los adioses que en lo holas, como un experto de la vida de ir y venir, de quien sabe que nada puedes atrapar en esta vida para siempre.

Solo falta Virginia, que al igual que en el autobús, me ha querido dedicar una despedida especial a su manera.  Me siento a gusto, me alegro de haberme apuntado a Ecologic_us. No sé qué será de mi vida, pero le tengo menos miedo al futuro y al pasado.
No me importa volver a Madrid. No soy de los que sueñan vivir constantemente en otro sitio. Quiero seguir amando mi ciudad, sus lugares y las personas que me he encontrado allí. Quiero ver mi vida y mi ciudad ahora con ojos diferentes, redescubrirla de nuevo, con esa mirada que siento nueva…. Algún día el espíritu puede que me mande lejos de aquí, y que sienta cierto miedo de dejar lo que aquí soy. Sé que me acordaré de  nuevo de Virginia, y sabré que ella me sorprenderá justo en el lugar al que el destino me lleve, solo para darme la bienvenida y uno de sus especiales abrazos, para aparecer cuando yo no lo espere, para ser testigo de que he saltado de nuevo o de que me he soltado sin miedo de algo que me sujetaba ya mal, y que después de no sé cuántas caídas, de haber perdido cosas y afectos, descubrir sorprendido que me he agarrado en algo que también me estaba esperando, y que por nada del mundo ahora desearía perderme.